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Sul había ido una vez más a la habitación del príncipe antes de tocar dos veces a la puerta del rey por protocolo pues sabía que no respondería. Entró con cuidado balanceando en una mano la canasta donde llevaba la tetera y las flores de romero. El cuarto estaba oscuro con las pesadas cortinas tapando cualquier entrada de luz y el ambiente era tenso, la chica estaba dormida también recargada en uno de los pilares. Sul dejó las cosas en la mesita frente a la cama del rey y se miró al espejo. Llevaba la ropa de un consejero de bajo rango, una camiseta ancha blanca debajo de un chaleco ceñido púrpura y una capa corta sobre sus hombros con detalles dorados; Sin embargo por más que intentaran vestirlo como alguien importante jamás cambiaría el hecho de que era un esclavo.

- Sul, ¿llegaste? - Preguntó el rey con apenas un hilo de voz. Intentaba levantar su mano para llamarlo pero solamente temblaba por el esfuerzo. Sul puso su mano encima de la de él. - ¿Qué pasa?

- No se esfuerce, su alteza. - Respondió con falsa dulzura. Había aprendido durante esos años cómo mantener contento al rey. Sabía que le molestaba que le hablaran fuerte o demasiado despacio, quienes eran arrogantes y por el contrario los que eran simplones. Sul estaba en la línea justa de lo que le complacía. - Está listo el té, mi señor.

Sul ayudó al rey a sentarse escuchando sus quejidos cerca de su oído haciéndolo sentir asqueado. Vio como el rey miraba a la chica en el suelo sin darle importancia. Le entregó la misma taza de siempre y suspiró después de darle un trago.

- Haces el mismo té que mi amada Retam, es casi como si fueras ella. - Le dijo lo mismo que cada día mientras ponía la mano en su mejilla. Sul salía de ahí siempre a lavarse la cara y tallaba cualquier lugar que él hubiese tocado hasta que quedara rojo ignorando a cualquiera que le preguntara porqué lo hacía o el dolor que le provocaba. - Que bueno que no dejé que fueras soldado.

- Estoy agradecido de servirle, su alteza. - Respondía mecánicamente cada día. La primera vez que habían tenido esa conversación Sul dijo que preferiría convertirse en soldado. En ese momento el rey solo guardó silencio pero cuando recobró las fuerzas le hizo su primera quemadura, justo en la mitad de la espalda. Cuando regresó a la habitación Bilia lo había curado y finalmente pudo ver la gran "A" con la que había sido marcado como un animal de ganado. Bilia le había dicho que no provocara al rey como si fuera su culpa y él le creyó. - Mi señor, deseo hacerle una petición si su misericordia desea caer sobre mi tan solo en esta ocasión.

Sul intentaba respirar despacio y parecer calmado pero su pecho subía y bajaba rápidamente. Tenía miedo del rey, no dudaba de eso. Sabía que tan solo con un movimiento podría quitarle la vida, sin embargo en ese momento sentía que podría perderla apoyando al príncipe y sería una muerte digna y honorable. En su corazón era más importante su nueva lealtad a Sauter, aquella que el mismo había escogido, a la que era obligado a darle al rey.

- Pídeme lo que quieras, te lo concederé solo hoy por que el té es excepcionalmente bueno. - Respondió dándole otro sorbo a la taza. - ¿Qué necesitas?

Sul se sintió aliviado de escuchar esa respuesta. Rara vez veía al rey acceder a una petición de manera tan calmada, siempre exigía explicaciones o reclamaba a quien se atrevía pedirle algo. Se alegró de haber buscado incansablemente las mejores flores en la cesta de la cocina.

- No es que lo necesite, mi señor, pero quiero rogarle misericordia por la chica. - La señaló en el suelo aún dormida. Su tobillo estaba atado con una cadena que daba vueltas alrededor del pilar. - Déjeme llevármela y tratar sus heridas, está muy lastimada.

- Le faltó el respeto a nuestros aliados. - Respondió el rey. A pesar de que estaba enfermo y débil su voz se volvió intimidante. Sul se arrodilló a su lado e inclinó la cabeza en señal de suplica, el rey río y le tomó la barbilla para levantar su cara y obligarle a mirarlo. Sul sentía una repulsión terrible al ver su rostro. - Está bien, si la quieres, llevátela. Quería verla morir aquí pero haré una excepción por ti. - Le acarició la mejilla con el pulgar y Sul tragó con fuerza disimulando el desagrado. - Solo no dejes que diga una palabra, sabes a qué me refiero, ¿verdad?

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