XXVIII

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Luna sentía la brisa helada de la noche golpearle el rostro pero aún así estaba asfixiada. Su mandíbula temblaba ligeramente mientras intentaba controlar todas sus emociones. La vista borrosa le advirtió que estaba a punto de perder la batalla.

-Luna, déjame explicar. - Escuchó detrás de ella. Se giró hacía él y le arrebató con fuerza el guante que cubría una de sus manos revelando con un pequeño destello un anillo que envolvía su dedo anular. - No entiendes las cosas.

- ¿Tomas su mano llevando la sortija de mi madre? - Susurró Luna entre dientes ignorándolo sin que la voz saliera más alta. Su cabeza palpitaba entre todo lo que sentía como si taladraran sin piedad desde adentro. - ¿Quién se supone que eres? Por que mi padre ya no, eso es seguro.

- No había manera de volviera a la tribu, Luna. No podía quedarme solo para siempre. - Explicó el hombre. Luna tan solo imaginaba el rostro de los suyos cuando supieran que no estaba muerto, se cuestionó si decírselos cuando volviera. Habían pasado el duelo hacía años, resignados a su exilio al principio y al no ver a su regreso supusieron que fue atacado en el bosque como muchos de los expulsados. Pero no era así, estaba vivo, sirviéndole a un reino que no era el suyo y con una mujer extraña también. Ese hombre podría tener el rostro de su padre pero no era él. - Tienes que escucharme.

- No tengo que escuchar nada de ti, ni siquiera quiero volver a verte. Podemos cumplir con esto solos as-

Sus manos le envolvieron la cara silenciándola. Cuando era pequeña podía cubrir todo su rostro con una sola mano, el sentimiento de calidez que sentía con su cercanía era algo que simplemente quería ignorar, taparlo por completo con la rabia e indignación por su traición, pero los latidos de su corazón que buscaban su refugio le gritaban lanzarse a sus brazos como aquella niña pequeña que fácilmente podía ser protegida.

- Escucha. - Repitio. - La reina te envió aquí por una razón, Luna y no fue para entregar ese mensaje. - Le observó confundida y él soltó despacio su rostro. Sin querer admitirlo, Luna sintió las mejillas frías cuando se alejó. - Las cosas van mucho más allá de lo que piensas, por eso debes escuchar con atención. - Luna asintió despacio después de unos segundos bajando la mirada. En su tribu, cuando el ambiente era así de tenso los jóvenes decaían en señal de respeto por sus mayores. Luna quería verlo a los ojos para demostrarle que ya no era parte de su tribu, que él ya no pertenecía ahí, pero no pudo. - El día de mi exilio, la reina me citó al palacio pero no se me dio un juicio si no una orden.

- No te creo. - Dijo Luna dándole la espalda. - ¿Qué podrías hacer tú por la reina?

- Matarte. - La palabra resonó gélida en el silencio de la noche. Luna sintió un escalofrío al escucharlo y su corazón comenzó a latir con aún más fuerza. Escuchó a su padre acercarse un paso hacía ella y quiso alejarse pero sus piernas tampoco respondieron. Siguió: - Todo esto es una trampa.

- ¿Por qué ella querría matarme a mi? No soy nadie. - Dijo con voz ahogada. En su interior quería creer que estaba mintiendo, buscando alguna excusa para hacerla comprender por qué no había regresado. Sin embargo, la voz de su padre no parecía dudar.

- Eres, eres alguien. - Se puso de nuevo frente a ella buscando su mirada. - Eres quien puede arruinar todo. - Luna intentaba entender en medio de su consternación. Su padre le hablaba con voz tranquila como si estuviesen conversando de cualquier cosa. - O al menos ella cree que eres tú...

Entró en el palacio custodiado por cuatro guardias en pareja detrás de él. Lo habían sacado de casa a rastras hablándole de un juicio inmediato mandado por la reina. El castillo era claro y húmedo, como estar a la orilla del mar a medio día. El trono estaba elevado por esclaeras aue parecían infinitas, los guardias le hicieron inclinarse al pie de ellas. Reverenció a jalones sin alcanzar a ver a la reina sentada en el poder mirándole hacía abajo con altivez. A lado de ella se posaba su principal consejero, un hombre alto de cabellos oscuros que antes se había conocido como uno de los generales principales del rey. Después de que murió, la reina lo eligió como consejero.

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