XXXI

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Bilia observaba desde la puerta la junta del consejo. Había sido llamada como pocas veces por una razón especial. El anciano consejero principal hablaba en medio de todos frente a las bancas donde los demás estaban sentados asintiendo, la mayoría eran más jóvenes que él. Bilia estaba de pie después de negarse a tomar asiento a su lado, mantenía las manos detrás de ella ocultando su preocupación y nerviosismo.

- ¡Tanto el rey como el príncipe son un problema! - Dijo el consejero consiguiendo el apoyo de los otros. Bilia lo había visto durante años metiendo la cizaña necesaria en la cabeza de los miembros del consejo. Incluso hacía Retam había levantado acusaciones alguna vez, por ser demasiado mojigata o demasiado atrevida. Cualquier cosa que el hombre veía en la familia real, era suficiente para quejarse. - ¡La salud del rey es cada vez más mala y ahora el príncipe desaparece! Ese niño no se toma en serio su posición, necesitamos hacer algo. Designar a alguien por si ocurre una fatalidad con nuestro señor que solo juega con su vida. - Detuvo su caminar para mirar al consejo enrrollandolos con sus palabras. Se puso la mano en el pecho. - Yo, por ejemplo, he servido tanto tiempo al rey que podría hacer su trabajo.

- No necesitamos elegir a alguien, para eso tenemos un príncipe. El linaje real no ha terminado, así que no intente tomar la corona entre sus manos. - Levantó la voz Bilia detrás de todos haciendo que la miraran. El tiempo que el consejero había servido era casi el mismo que ella. Se habían conocido siendo chiquillos en el palacio sin entender bien sus deberes. Él era un guardia y ella una sirvienta que alcanzaron el mayor rango en sus papeles, nunca habían establecido una relación, pero básicamente, habían envejecido juntos sirviendo a la corona. - Aún que es lógico que quiera apresurarse, consejero. Su vida no se alargará hasta que nuestro príncipe termine su reinado.

El consejero fue hasta ella a pasos ruidosos con expresión molesta. Los otros consejeros los observaban curiosos.

- ¡Insolente! - Le gritó. Bilia no se inmutó, conocía las posiciones de ambos. No iba a rebajarse para que le hablara como a un sirviente común. - ¡Si he dicho esto es para proteger a nuestro reino!

- Que la ambición no lo ciegue, señor. Ni tampoco a ustedes. - Señaló a los otros consejeros. A lo largo de los años su número había aumentado cada vez más, el rey había descuidado muchos de sus deberes como gobernante intentando alcanzar su propio objetivo. La mayoría de los consejeros habían llegado a su puesto con la autorización del principal y tan solo se beneficiaban de las riquezas del palacio. - Si alguien en este castillo busca el bienestar del reino, es nuestro príncipe. Y algo me dice que pronto muchas cosas cambiarán por aquí.

- ¡Entonces sabe dónde está! - Se levantó uno de los hombres en la multitud. Las capas y sus colores habían perdido su sentido después de ser usada por tantos. - ¡Dígalo ahora!

- No, no sé. - Respondió segura aún frente al anciano. Sauter siempre había sido intranquilo y rebelde pero jamás había desaparecido. Bilia había notado desde hace días su comportamiento extraño e incluso había encontrado los mapas del palacio en su habitación; Sin embargo, no dijo nada. Había estado esperando el momento por años. Sabía que esa parte de su ser que albergaba a su madre despertaría y explotaría. Solo necesitaba entender lo que ocurría en el palacio, conocer la decadencia del gobierno y encender esa pequeña chispa que lo haría cambiarlo. Desde siempre había sabido que Sauter sería el cambio. Lo único que Bilia no entendía, era a Sul. - Si me disculpan, voy a retirarme a mis labores. Por que seguramente, el príncipe no tardará en volver.

Bilia se dio la vuelta y dos de los guardias le abrieron las puertas. Salió de la habitación escuchando a los consejeros seguir maldiciendo al rey por su frecuente enfermedad. La corona jamás había sido escupida tanto como durante ese gobierno. El rey era adorado por los pueblos cercanos a base de mentiras y robos a los últimos reinos pero era repudiado por la misma gente del castillo y aquella a quien le había quitado todo. Un dominio que debía terminar. Bilia suspiró, los ancestros estarían decepcionados de ver el descenso del reino.







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