XLI

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Sauter observó el arco del décimo quinto reino, era el último que debían visitar. El grupo se había ido dividiendo con la suma de los otros reinos, poco a poco encomendaban un líder que llevaba a los nuevos al quinto reino para prepararse y descansar, no tenía sentido llevarlos consigo en el camino de los siguientes. Se habían dado cuenta que no todos los pueblos fueron atacados por los dragones sino que simplemente habían sido debilitados sin tener jamás agresiones por sus aliados.

- Seguramente no han encontrado nada bueno en tierras pobres, nada digno de llevarse para la cena. - Había dicho el viejo enojado, Sauter y los demás poco a poco estaban aprendiendo a soportar los quejidos del hombre pues nada parecía que fuera de su agrado. Si reclutaban mucha gente se quejaba de su aspecto débil pero si era poca, decía: - ¡Menudo ejercito que combatirá contra el rey!

Genre y Coquette en más de una ocasión habían tomado de la manga a Temperance que daba pasos enfurecidos hacía el hombre hasta que finalmente ambas se habían separado de los otros.

- Si volvemos con este grupo, estaremos cerca de Nativis. Queremos que nuestra gente luche también. - Había explicado Temperance cuando decidieron irse antes de la llegada al último reino. - Fuimos afectados también por el rey, todos estarán animosos para la guerra. Además, serán más soldados hambrientos en nuestras filas. - Sauter asintió ante su petición y ellas habían regresado con ese grupo.

Cabalgaron al arco destruido como los anteriores y entraron en el pueblo que parecía desolado hasta la plaza del centro. Sauter dio un paso al frente, después de tanta práctica hablando frente a una multitud asustada, enfurecida o con desconfianza se había vuelto un poco más fácil.

- Soy el príncipe Sauter, heredero del trono de Adamantio. - Gritó a la nada. Había aprendido que las personas tenían mejores reacciones si se presentaba primero pues al parecer rara vez lo reconocían. Se sentía un poco culpable de haber pasado los desfiles con mala cara o escondido en el caruaje, si lo hubiese sabido se encargaría de que cada súbdito grabara su rostro en su memoria. - ¡Salgan! No tengan miedo, no les haremos daño. Estamos aquí para ayudarlos. - Gritó de nuevo y alcanzó a ver las ventanas abrirse apenas un poco. - Déjenme ofrecerles una oportunidad que no podrán rechazar...





Entraron con Brasse al noveno reino siendo presas de las miradas y susurros de todos en el pueblo. Brosse reconocía los rostros fácilmente y también los sentimientos que transmitían.

- ¿No es ese el chico perdido? - Susurraban una y otra vez inconscientes de que eran escuchados. Brosse se sintió incómodo de descubrir que había sido mentado tanto tiempo. - Y viene ahora con extranjeros, ¿será que se convirtió en rebelde?

- Han estado asegurando que estabas muerto poco después de que te fuiste, incluso nuestros padres lo creyeron. - Le susurró Brasse observando su semblante intranquilo. - Pero yo sabía que seguías con vida, le dije a Xis que volverías incluso aún que no sentía tus latidos.

- No me iría de este mundo sin ti. - Le respondió Brosse. Las personas seguían a los caballos de lejos mientras se acercaban al centro del pueblo, el mercado recogió sus telas para dejarles el paso. Eri observaba a las personas con malos ojos cuando comenzaron a armarse con lo que tenían al alcance, no le daban confianza sus palabras indiscretas ni los rostros curiosos por Brosse. Se adelantó un poco más para cubrirlo con su caballo y Aria la imitó compartiendo su sentir. Brosse bajó del caballo dejando a su hermana arriba y dando un paso hacía la multitud que parecía a punto de tragárselo.

- ¡Escuchen ahora! - Gritó observando los ojos curiosos que inquirian por su regreso. - Mi nombre es Brosse y soy uno de los suyos, sufrí la desgracia a su lado, el hambre y el frío, la pérdida... Pero hoy estoy aquí después de un largo camino, he regresado tan solo para que juntos hagamos el renacer de nuestro reino.





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