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Eri observaba atentamente el horizonte pensando en cuantas veces había ignorado los colores del cielo. Rubidus era un lugar que apreciaba el entorno y la naturaleza pero en algún momento ella había dejado de darles importancia, después de todo siempre estaban ahí pero conforme más exploraba se daba cuenta de que en realidad lo que volvía el paisaje hermoso no eran los colores si no las personas con las que estaba y compartía. Recordó la primera puesta de sol que había visto desde la rejilla pequeña de la celda, había colocado su barbilla en el filo a lado de Coquette y juntas vieron el sol ocultarse, no era su habitación en la gran casa ni una colina de flores cerca del palacio pero aún así aquella puesta de sol había sido la más hermosa que alguna vez vio, por que se había sentido acompañada. El cielo en ese momento era azul y simple pero podía apreciar hasta el más pequeño detalle. Esperaba que los demás también lo estuvieran viendo, Luna y Stella debían haber llegado ya a la tribu de la noche y Sauter con Genre, Coquette y Temperance deberían tener ya varios reinos en lista. Eri sonrió al recordarlos a todos, jamás había tenido ese tipo de compañeros, esperaba que todo saliera bien para volver a estar juntos, si eso pasaba, se aseguraría de llevarlos a un mejor lugar que una celda con rejilla para ver la puesta de sol.








Brosse observó el sendero conocido que les llevaría directo al noveno reino. Su pecho palpitaba con fuerza a cada paso que daban en su dirección, no había vuelto en mucho tiempo, seguramente la situación habría empeorado. Tal vez incluso estaban en peores condiciones que el quinto reino. Pauper cabalgaba a su lado mirando con atención los cordeles que enlazaban cada árbol en el sendero.

- ¿Qué son esos? - Le preguntó curioso después de unos minutos. Aria secundó la pregunta desde atrás de la fila, Brosse iba al frente de su grupo de diez caballos, no había querido llevar más gente por que temía asustar a los suyos. La última vez que vieron un grupo grande fue con la traición del mensajero del rey, la llegada de otros extranjeros seguramente los alteraría. Pauper señaló con su dedo a los troncos. - ¿Los pusieron ustedes?

Brosse recorrió con la mirada las cuerdas. Se acababan no muy atrás de donde estaban, aún recordaba a los adultos en la plaza gritando la idea de los cordeles. Les había parecido magnífica a todos.

- Cuando algunos comenzaron a salir a buscar ayuda, no regresaban. - Comenzó Brosse sin despegar la mirada de ellos y rememorando en su mente cada escena. - Algunos tuvieron la idea de atar cordeles a los troncos para marcar el camino y así los siguientes supieran por donde ir. Los rebeldes los siguieron en su camino al Adamantio también, al parecer. - Concluyó haciendo una larga pausa.

- ¿Qué fue lo peor de todo, Brosse? - Pauper era de los pocos en el grupo que realmente podían comprender los sentimientos de Brosse por que habían pasado casi por lo mismo. Los demás eran dulces y se esforzaban por ayudar pero el dolor en los ojos de Pauper era igual al suyo, por eso se sorprendió con su pregunta. - Realmente sufrí cuando comenzó la hambruna pero aún así no elegiría esa parte como la peor. Creo que lo que más me dolió fue cuando nos dejaron solos al abuelo y a mi. Sé que no era su intención pero aún así... se fueron. - Dijo con voz triste.

Brosse reprimió los lamentos de su corazón al escucharle. El viejo les había hablado de los padres de Pauper, elegidos por los dragones, unos de tantos. Estaba seguro de que el niño entendía perfectamente lo que había sucedido con ellos pero tal vez aquella pizca de inocencia que aún quedaba en su corazón no quería asimilarlo. Prefería aceptar un abandono antes que una muerte.

- Creo que elegiría la lucha del pueblo con los rebeldes. - Dijo Brosse intentando no pensar más en los padres de Pauper e intentando que él tampoco lo hiciera. - Ahora entiendo que fueron en vano tantas muertes, todos queríamos lo mismo. - Explicó. Se sentía estúpido por lo que había pasado, si tan sólo hubiesen despertado antes y entendido que el verdadero enemigo era el rey después abandonarlos y no sus propios hermanos, todo pudo haber sido distinto. Recordaba aún los gritos de guerra en las afueras del pueblo cuando los rebeldes intentaron salir. Habían luchado con ellos para no deshonrarse más ante el rey pero en ese momento no sabían lo poco que al rey le importaba su honra. - También me dolió separarme de mi hermana, Brasse. - Siguió.

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