XXIII

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El rey jamás había llevado a Sul cuando tenía visitas por los reinos. Usualmente se olvidaba de él después de los dos días de fiebre por eso le sorprendió que le ordenara prepararse. Sul se cubría la cara con su capa caminando detrás de los otros sirvientes. Habían llegado al cuarto reino antes del anochecer y los residentes les recibieron con cantos y flores hacía el rey. Los puestos del mercado recogieron sus lonas para dejarlo pasar y arrojaban ante su paso las flores de romero que vendían convirtiéndolas por completo en un desperdicio. Los padres señalaban al rey para sus hijos aclamándole mientras él saludaba con falsa gratitud, Sul lo sabía por que lo había escuchado quejarse de ellos. El cuarto reino era un lugar precioso o eso le parecía por que desde que se ofreció para la guardia no había salido del Adamantio, apenas y había conseguido tres permisos para bajar al pueblo. Las casas del cuarto reino formaban pasillos angostos pero coloridos por los adornos y flores que todos tenían, el ambiente era sumamente apacible y tranquilo sin una sola disputa, tal como lo había imaginado. Pararon su viaje en el castillo del gobernador que era mucho más pequeño en comparación al de Adamantio, Sul siguió a los sirvientes mayores hasta el sótano donde se alojarían junto a la servidumbre del pueblo. De inmediato intentó identificar los rostros indefensos a quienes hablarles pero lo cierto era que todos se veían cabizbajos e inaccesibles. Finalmente vio a una niña delgada preparando la masa para la cena, llevaba la ropa rota y estaba llorando. Sul notó que su rodilla sangraba con una raspadura reciente, seguramente se había caído, pero él más que nadie sabía que cuando eras un sirviente menor no podías detenerte sin cumplir una orden, no importaba el dolor o la angustia. - La obediencia está antes que tú.- Le habían dicho su primer día.

- Hola. - Dijo Sul acercándose a ella. La niña saltó asustada. - Debe ser pesado cocinar tanto... - Siguió intentando mostrarle que era indefenso y esperando el momento para repetir el mensaje que Sauter le había mandado divulgar como un secreto a voces.








- Príncipe, ¿qué tipo de lucha deberíamos llevar a cabo mañana? - Preguntó uno de los consejeros sentado frente a él en la sala del castillo. El general de la guardia Sur también estaba ahí mirándolo enojado mientras sostenía, al igual que los otros, papel y con qué escribir. Sus uniformes eran muy diferentes, los consejeros de primer rango, como ellos, llevaban ropas sofisticadas con camisas de holanes y una capa parecida a la de Sul pero de color carmesí debido a la jerarquía. Por otro lado, los generales tenían un chaleco sin capa, ceñido y con protección en uno de los hombros que se ajustaba en el pecho. - Todos los candidatos vienen del orfanato del Sur, son chicos entusiastas por servir al reino pero hay varios enfermos. - Explicó el consejero. Era un hombre joven de cabellos castaños y piel blanca que parecía ser amable. - Usualmente su padre prefiere las luchas por grupos por la rapidez pero también podemos hacer individuales si usted lo desea.

- No es necesario. - Respondió Sauter de inmediato dejándolos confundidos. Había pensado en eso durante toda la noche, no quería que ninguno peleara. El príncipe sabía que los reclutas siempre venían de los orfanatos de la capital, uno en cada punto cardinal. Una vez ahí se les prohibía contar de dónde venían así que la mayoría de ellos no sabían que todos eran huérfanos hasta mucho después. Desde el orfanato a los niños se les ensañaba a amar al reino y esperaban con ansias llegar al castillo. Observó la expresión del general cambiar y bajar el papel en sus manos despacio hasta la mesa. - Recluten a todos, es más, quiero hablar con ellos justo ahora.

- ¿Ahora, mi señor? - Preguntó el otro consejero entre balbuceos confundido. - No están listos, el reclutamiento se preparó para mañana...

-¡Ahora ha dicho el príncipe! ¿Qué no escuchan bien? - Respondió rápidamente el general levantándose de la mesa y haciendo respingar los consejeros. Era un hombre alto de piel clara y cabello lacio y oscuro de ojos grises. Lo había visto alguna vez en los desfiles. - Claro que puede, majestad. - Sauter se levantó también tomando su turno de consternación. El hombre lo había mirado con cierto desprecio desde el principio cuando entró en la sala pero ahora estaba siendo amable mostrándole con las manos el camino a seguir. - Además, como no habrá lucha, creo que no es necesario que nos acompañen los consejeros, ¿verdad? Seguro están ocupados con los asuntos reales. Yo le mostraré el camino.

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