XLVII

35 3 0
                                    

El cielo se había cerrado con nubes sin dejarles ver la puesta del sol. Habían salido victoriosos pero su corazón estaba de luto por los caídos. Al volver al quinto reino cada quien encendió una vara rozando el suelo para decirles adiós y darles las gracias por dar su vida en la lucha. Con la ceniza mancharon sus manos para sumirse más en el duelo. Sauter observó los rostros tristes y reflejó en ellos su propio dolor, jamás había estado en una guerra pero definitivamente no era como la pintaban en los libros, en algún momento leyó una guía de estrategia y recordaba las palabras exactas:

"La victoria en la batalla es el néctar más dulce que un rey llegará a probar"

Pero las lágrimas de quienes habían luchado no dictaban lo mismo. La derrota o la victoria, ambas significaban pérdida.

Sul había escuchado de los guardias que el rey había perdido la batalla pero siquiera tuvo tiempo de alegrarse pues  momentos después el palacio entró en caos. Bilia seguía inconsciente y los consejeros se preparaban para hablar ante el pueblo.

En el quinto reino Genre estaba sentado lejos de los otros con el retazo de tela entre sus manos que no había soltado un solo momento, ni siquiera cuando las personas volvieron a Virum.

- ¡¿Por qué la dejaron aquí?! - Les había gritado Genre destruido a los consejeros cuando regresaron al palacio. No había pronunciado una palabra hasta entonces y su voz se escuchó aspera y cargada de desgracia. Tomó del cuello a uno de los hombres frente a él, un anciano de ojos grises que parecía desanimado al igual que el resto. Todos habían perdido a la Doncella pero Genre no podía comprenderlo sumido en su dolor. - ¡¿Por qué no se la llevaron?!

- No habría ido con nosotros incluso si la hubieramos arrastrado. - Dijo el hombre con voz sería y sus ojos se llenaron de lágrimas con culpa. La Doncella había sido criada por los consejeros, las mucamas, los guardias, cocineros. Todos la amaban. Incluso la gente del pueblo que no la veía mucho pero era tratada con bondad cuando llevaban sus casos al palacio. La Doncella siempre era dulce con todos y buscaba soluciones usando su don. Era una niña aún prácticamente y casi siempre le decían que hacer por su inexperiencia pero había decisiones, como esta, que nadie más habría podido tomar en su lugar y lo cierto era que en el fondo, todos sabían que había hecho lo correcto aún que doliera. - Cumplió con su deber, deberíamos estar orgullosos de como protegió a su pueblo. - Concluyó tragando fuerte y la mano de Genre tembló.

El pueblo se reunió en la entrada del castillo y frente a la puerta quemada dejaron flores claras que encontraron en el bosque. El pueblo lloró amargamente por la Doncella, ni uno solo faltó. Genre no dijo una palabra más y se retiró con los extranjeros sin detenerse a mirar la recuperación de su pueblo en cenizas, mirar el castillo y a la gente le recordaba aquellos ojos blancos y la piel lisa de su amada. Sosteniendo entre sus dedos la tela del vestido solamente podía sentir su corazón latir con tristeza. Brosse lo había observado desde lejos sin atreverse a acercarse a él pues sabía que una palmada en el hombro esta vez no arreglaría las cosas, se quedó con su familia agradeciendo que siguieran juntos aún que se sintió culpable al ver a los otros incompletos. Brasse tomó su mano y lo tranquilizó como siempre al ver su semblante angustiado.

- No está mal sentirse aliviado. - Le dijo con la mirada y Brosse le sonrió decaído.

Aria sacudió sus manos llenas de cenizas y se quedó de cuclillas esuchando los sollozos a su alrededor. Cuanto más luchaba más inútil le parecía. Eataba convencida de que la guerra jamás sería la salida, después de ese día no tenía nada más claro. Levantó la cabeza y observó el cielo que nublado, esperaba que Stella estuviera bien, jamás la había extrañado tanto. Del otro lado del territorio Stella miraba al cielo pensando exactamente en lo mismo, extrañaba incluso la voz de Aria contándole algún hecho interesante que hubiera descubierto. Había estado recostada por tanto tiempo que la espalda le comenzaba a doler, la abuela de Luna cambiaba sus vendas cada noche y ella podía alcanzar a ver su piel cosida con un hilo negro. No recordaba cuando le hicieron eso pero estaba segura de que sería una buena risa la que tendría cuando se la enseñara a Aria y ella pusiera una expresión graciosa como la de Luna cuando lo vio por primera vez, podía ser una buena guerrera pero las heridas de batalla al parecer era algo que no manejaba bien. Luna había estado a su lado desde que despertó y no se había despegado de ella casi en lo absoluto. Le ayudaba a comer y a levantarse cuando era necesario siempre llevando aquella mirada llena de culpa.

- Estoy bien. - Había dicho Stella tantas veces que había perdido la cuenta pero Luna no cambiaba la forma en que la miraba por más que asintiera. - Casi no duele. - Mentía. Aún así, Luna salía de inmediato cuando la abuela entraba a la habitación con aquella vasija de agua y trapos limpios.

La tribu de la noche se había recuperado rápidamente gracias a que la batalla fue corta. La nueva reina prestó a sus soldados para el servicio antes de irse y ahora solamente tenían que preocuparse por que las heridas sanaran. Aún que había quienes perdieron mucho más que un simple momento de gloria.

Temperance se recostó en Stygmata hundiendo su cabeza en el largo pelaje del lobo que la acogió en su cuello, incluso él parecía decaído de escuchar tanto llanto. Coquette se acercó y acarició su cabeza con ambas manos, desde que Temperance lo había traído a Nativis notó que a pesar de su apariencia era un lobo noble, aún que seguía teniendole miedo cuando lo montaba. El lobo acarició su rostro restregando su cabeza y Coquette sonrió, soltaba pequeños aullidos tristes observando a los niños abrazados de sus mayores que lloraban desconsolados por la pérdida.

Sauter se levantó no más animado que los otros pero haciendo un esfuerzo por mostrarse fuerte.

- La victoria justo ahora es amarga pero no olvidemos aquello por lo que luchamos, no más tiranía. - Les dijo mirándole compasivo y haciendo cesar los sollozos para observarlo con atención. Los más viejos reconocieron la mirada de la reina en él y su corazón se apaciguó perdiéndose en ellos. - A partir de hoy, prometo y juro delante de ustedes que jamás volverán a pasar por esto mientras sea mi reinado. - Exclamó y se inclinó sobre su rodilla sorprendiendo a todos.

Los reyes jamás se doblegaban, si no que debían someter. Sauter en ese momento estaba representando por primera un símbolo de agradecimiento, lealtad y sujeción a su pueblo que jamás se había visto en Adamantio ni en ningún otro reino. Antes de que se levantara las nubes se abrieron un poco revelando apenas un rayo de sol y como si el cielo lo eligiera cayó sobre él. Sauter abrió los ojos y levantó la cabeza confundido por la mirada de la que era objeto. Él no podía ver sus ojos brillando con la luz. Una anciana se acercó a él sosteniendo en sus manos una corona de flores de romero que había tejido con rapidez y la puso sobre su cabeza, Sauter respiró el aroma tan conocido. Olían al palacio pero también a los pueblos, la seña de Adamantio que compartían nobles y súbditos. Otro hombre mayor se acercó a él esta vez con la rama que había cortado para despedir a los caídos y con ella tocó los hombros y la cabeza de Sauter llenándolo de ceniza. Pauper observó sorprendido la situación, su abuelo le había hablado acerca de las coronaciones pero jamás mencionó algo similar a lo que veía. Sauter no fue corononado por consejeros o gobernadores en el esplendor del castillo mientras el pueblo lo aclamaba gozoso, tampoco se le había dado una corona dorada ni el cetro real. No llevaba una capa con pelaje blanco alrededor de su cuello ni un traje elegante de botones de oro. Sauter fue coronado en el suelo de ceniza después de una guerra, tenía la ropa manchada de sangre y lágrimas pero sobre todo, en lugar de oro se le habían entregado los corazones y la lealtad de su pueblo desplazado.

- ¡Larga vida al rey! - Gritó el general y los soldados de Adamantio que se habían puesto de su lado formando una fila a cada costado de él levantando su espadas dejándole en medio. Sauter se levantó despacio observando los rostros del pueblo. - ¡Viva el rey! - El pueblo respondió levantando sus puños al aire y acompañándolos en aquel grito.

Sauter sintió finalmente sobre su pecho el peso de la palabra rey, siempre supo que sería uno pero hasta ese momento no entendía por completo lo que significaba. Iba más allá del deber y el honor, más que solo nacer con linaje destinado al poder. Ser un rey era en gran parte sacrificio. La gente comenzó a acercarse a él para abrazarlo, más de una persona le susurró palabras de aliento cuando debería haber sido al revés. Y mientras todo eso sucedía las personas que llegaron a conocer a su madre no podían parar de pensar: Sí, Retam estaría orgullosa.

- Capítulo Final -

The TownDonde viven las historias. Descúbrelo ahora