Capítulo 71

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—¿Qué...?

Nada, es solo que llevamos quince minutos, sin hablar, solo sonriéndonos, y siento que esto... es lo más perfecto que he tenido en mi vida.

Siento... algo cálido en mi pecho. No es como si fuese una buena noticia que esperabas, comprar algo que tanto deseabas, es algo mucho más intenso. Tal vez es la forma en que acaricia mi cabello, quizás el leve recorrido de mis dedos por su, admito, suave intento de barba, la curvatura de sus labios.

—Te quiero — rueda los ojos, lanzando una baja exhalación. Su dedo índice, de forma lenta, baja por mi frente, el puente de mi nariz, la punta de esta, mi arco de cupido. Sonríe.

—Yo también te quiero.

Mis dedos bajan por su cuello, siento su manzana de Adán, el firme camino de su clavícula, su hombro, el marcado bíceps. Mi corazón late de una forma impasible. El distinguible palpitar en su muñeca, el espacio entre mis dedos, hecho especialmente para que su mano envuelva la mía.

—Quizás yo... parezco algo estúpido.

Algo herido. Su mirada cae en mí, llena de burla, y siento un ligero deslizar por el sofá. Tal vez me he sonrojado un poco, pero sé que lentamente en mis labios se forma una tenue sonrisa, puedo ver su largo cabello caer con suavidad sobre el cojín, puedo sentir su abdomen subir al ritmo de su respiración, de forma descuidada rozar el interior de mis piernas. Sí, comienza a gustarme el estar arriba.

—Tú estás así porque Oliver te rechazó.

Como si realmente me interesara recordarle en este momento. Su agitada y cálida respiración escapa de sus labios cuando las puntas de mis dedos los presionan, un gemido que pasa lento por mi garganta al sentir su lengua enredarse en estos.

—A ti, en verdad, no te importa.

Niego, y poco a poco me dejo caer sobre él, jadeando, cada pedazo de su piel arde y tiembla bajo mi toque. Sus oblicuos, guiándome a su vientre, hacen que mi nombre salga de su boca con algo de desesperación, y su cuello calla un más audible gemido, que no puedo reprimir al sentir su duro abdomen, cada uno de sus marcados abdominales. En seguida me arrepiento de que no sea otro lugar, una intención más obvia. Sus costillas, la división y sus firmes pectorales, el fuerte golpe de su corazón contra su pecho, su conocida clavícula, un camino trazado por el anillo y la cadena, mi mano encontrando el perfecto lugar entre su cabello. Mis labios comienzan a marcarle, como si tuviese la necesidad de hacerle saber a los demás que él es mío, su mejilla, aunque es áspera contra mis labios, queda cubierta de besos, su mandíbula, las mordidas en su cuello.

—Me gusta como se ve mi camisa en ti.

Y pequeño gemido escapa, siento como mi espalda se arquea cuando sus manos buscan un espacio entre la camisa y mi piel. El rozar de la tela subiendo por mis costados, la presión para que mi cuerpo se encuentre con el suyo, más jadeos ahogados en el espacio entre sus hombros y su cuello. Es rápido, sus fuertes manos y largos dedos dejan estelas rojas en mi piel, sus uñas marcadas en mi escapula. Halo más fuerte su cabello, y mis manos tiemblan cuando tomo con fuerza su camisa, mi voz se escucha por toda la habitación. No puedo evitar gemir al sentir sus cálidas manos derretir el frío de mi cuerpo, lo atractivo que debió verse su piel morena sobre la mía, pálida y blanca.

—Te gusta marcar territorio.

Casi enseguida cierro mis ojos ante la risilla en mi oído. Uno a uno, hasta llegar al tercer botón de la camisa, sus dedos bajan por mi pecho, la tela se desliza por mis hombros. Mi respiración es mucho más intensa, por sus apresurados besos en mi cuello, que no tardan en ponerse rojos, por sus dedos recorriendo mi clavícula, por la forma impetuosa en que hala la cadena del anillo. Todo mi cuerpo deja escapar una sinfonía de gemidos y jadeos, de mi respiración profunda y ahogada, del no intentar temblar, pero al mismo tiempo querer más.

El Chico de las 6:30pmDonde viven las historias. Descúbrelo ahora