Capitulo 8: Inocencia
[ Narra Aitana Ocaña ]
Esta noche tenia un sueño extraño; tenia diez años otra vez con el pelo en dos trenzas, con mi gran frente expuesta, antes que tenia mi flequillo encime. Estuvimos en el tren; Maria tomo de mi mano, enseñándome sobre la vista que nos atravesó en la ventana. Pero yo, la mayor, no reconocí el lugar de mi sueño. El timbre de un teléfono llevo la intensión de mi versión de niña, quien cambio su mirada de la ventana al hombre que estaba sentado afrente de nosotros. Respondió la llamada con un simple 'hola' y es cuando regrese la mirada al sitio donde estaba Maria, pero ya no estaba.
Estaba aterrorizada, me levanté y la busqué con prisa. Corriendo por el pasillo del tren, en la dirección opuesta al camino, hasta que me choqué con un hombre en uniforme. Levante mi mirada y encontré con sus ojos azulas, llene de miedo y con ganas de gritar. Se puso su dedo indica encime de sus labios, haciendo en gesto de 'silencio'. El tren se paro y la luz se pago. Una oscuridad completa. Algo que no tenia nada de lógico porque antas era de día y las llamaradas del sol se iluminaban todo. Quería seguir corriendo, quería encontrarla pero no sabia a donde ir, y tenia miedo de la oscuridad.
La luz volvió, el hombre desprecio y es cuando comprendí que era la única en el tren. El tren comenzó a moverse de nuevo y me tropecé, cayendo al suelo pero levantando con prisa. Estaba mirando por todas partes, comencé a correr de nuevo y es cuando la vi. Acerque a la ventana y puse mi mano encime, quería pasar a través del cristal para llegar a ella, quería tomar de su mano y nunca dejarla ir. Pero ella estaba de pie en su sitio en la estación de tren, mientras yo estaba sola en el tren que me llevo en la dirección contraria. Golpeé el cristal mientras gritaba hasta que una lagrima que acaricio mi mejilla me recordó que no tiene sentido - Maria ya no estaba.
Me desperté confusa, no solo por culpa del sueño, si no porque no reconocí la habitación donde estuve. La cama estaba grande y cubierta con unas sábanas negras. Me tomo algunos segundos para comprender donde dormí la noche. Observe la habitación con cuidado, nunca antes estuve en el dormitorio de Luis. Tres paredes de color blanco y uno de color gris, un televisor colgado en la pared frente a mí y una pintura de Times Square encime de la cama. Dos mesillas a lado de la cama, la cajón en la que estaba a mi derecha estaba medio abierta. Y aunque sabia lo mal en el echo, la abrí por curiosidad.
Dentro encontré una libreta y algunos papeles, algo mi interior me ha dicho abrir la libreta en su marca y eso hice. En la página que abrí había algunas oraciones escritas a mano, supongo que fue de Luis, y tenía que admitir que su letra era bastante bonita. Pero lo que realmente me sorprendió fue lo que estaba escrito dentro. Me pareció como letras de canciones, era sofisticado y lleno de metáforas. Sonríe a mi misma, «tenia razón; Luis era mas sensible y mas profundo de lo que le gustaría que la gente supiera». La curiosidad quería leer mas, pero el lógico gano - Cerré la libreta y la puse en la cajón.
Salí de la cama y abrí la primera puerta que llevo al baño, como pensé. Me lavé la cara e improvisando me lavé los dientes con el dedo. Coloque el flequillo sobre mi frente y hice un moño. La otra puerta condujo al pasillo, que ya reconocí. Comencé a caminar al cocina y respiré el agradable aroma que me despertó totalmente. — Buen día. — dije a su perfil, quedando en la entrada de la cocina. — Buenas días. — se giro a mi con una sonrisa. — ¿Como has dormido? — pregunto, e regresó a la comida. — Bien, tu cama es muy cómoda la verdad. — confesé. — Me alegro, estas invitada siempre. — reí leve. — ¿Y como exactamente va a funcionar cuando vas a invitar una de tus chicas?
— Ay pero no te preocupes, es incluso mejor en tres. — dijo. — Dios mío. — murmure, negando mi cabeza. Lo note riendo en silencio. Gire y vi la menta y la almohada en el salón. — Podrías dejarme dormir en la sofá. — dije, no sentía muy cómoda con el hecho que él tenia que dormir ahí en su propio casa. — No parecía muy cómodo. — dijo sin mirarme. — ¿Entonces pensaste que para ti va ser cómodo? — pregunte, elevado las cejas. — Sé lo que probablemente piensas de mi y de la forma en que trato a las mujeres, pero en realidad me importa que se sientan cómodas y agostadas.
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Por El Otro Lado De La Pared | Aiteda
RomanceMiré por la ventana, observando cómo las gotas de lluvia caían sobre el cristal, bajando y desapareciendo, dejando un rastro de evidencia de que estaban allí. Me hizo recordar del aquel día cuando llegué a la ciudad. De aquel paredes donde aprendí...