Irene Losas era, además de una joven psicóloga, toda una montaña de inseguridades. Sin embargo, ahora que había conseguido plaza en el instituto, se volvía a sentir segura consigo misma y con sus capacidades como profesional, tanto que estaba deseando poder ahorrar para dejar el alquiler del ruinoso piso en el que vivía y comprarse uno nuevo para, quizá, irse un día a vivir con Carlos, su novio desde la facultad.
—Hola, preciosa.
Carlos era de ese tipo de hombres a los que no se les puede decir que no. Quién sabe si era su encantadora sonrisa, su voz suave o su personalidad atrayente y distinta. A Irene le costaba creer que él, unos años mayor, se hubiera fijado en alguien como ella, que hasta antes de conocerle se creía la cosa más insignificante en la vida de todo el mundo. Pero ahí estaba él, dos años después de iniciar su relación, abrazándola con dulzura y pidiendo un café con nata y canela por encima, su favorito.
Además de rozar la perfección, Carlos también era arquitecto. Y lo que a veces se le olvidaba a Irene es que, en ocasiones, el trabajo le importaba más que cualquier otra cosa. Hacía un año que trabajaba en uno de los estudios más importantes y prestigiosos de la ciudad y desde entonces se había esforzado mucho para ir escalando puestos y llegar a ser Manager de Proyectos, su puesto actual. Irene no podía sentirse más orgullosa.
—Hola —Irene recibió el abrazo de su novio como una bendición.
—¿Qué tal con las fierecillas del instituto?
—Duro todavía, pero bueno, me iré acostumbrando.
—Quizá no tengas que hacerlo...
—¿A qué te refieres?
Carlos puso cara interesante. Era cierto que nunca le había hecho gracia que Irene empezara a trabajar en un instituto público, sobre todo porque la creía débil por sus traumas pasados y estaba obsesionado con protegerla, como siempre decía, de todo aquel que quisiera mermar su autoestima y sus ánimos.
—¿Estás preparada? Tengo que darte una noticia genial.
—Vamos, hombre, desembucha —Irene sonreía, porque ver a Carlos feliz era ya motivo de alegría para ella.
—Pues, ¿te acuerdas del proyecto que mi empresa tenía para un rascacielos? Pues... ¡La Junta lo ha aceptado! ¿No es fantástico? Es mi edificio, Ire, el mío, en el que llevo trabajando tantos meses —Carlos estaba realmente feliz. Llevaba tanto tiempo detrás de que su empresa aprobara la construcción de ése edificio, que irradiaba satisfacción por todos los poros de su piel—. Sé que serán muchas horas de trabajo y que puede que los primeros meses sean duros, pero es genial. Un edificio mío en la Gran Manzana.
—¿Nueva York?
—Claro, tesoro. ¿Dónde si no? En la cuna de los rascacielos. ¿No te parece increíble que vaya a haber un rascacielos diseñado por mí en esa ciudad? Mi jefe dice que es prodigioso que alguien tan joven haya pensado en algo tan ambicioso, pero dice que precisamente eso es lo que le gusta de mí, mi ambición.
—Bueno, eso y todas las horas que te has pasado delante de la mesa de dibujo sin cobrar nada extra...
—Pero eso ya me da igual, Ire. Ahora todo será distinto.
—Y tendrías que trasladarte Nueva York, ¿verdad?
—A ver, existe la posibilidad de poder dirigir el proyecto desde la sede de aquí, pero me parece sencillamente absurdo, ¿no crees? Pudiendo vivir en Nueva York y verlo todo en directo... Además, quiero que tú vengas conmigo. He pensado en mudarnos el mes que viene.
—Espera, espera... —cuando se entusiasmaba, Carlos era capaz de hablar increíblemente rápido. Tanto que Irene, a veces sentía que debía obligarle a frenar— ¿Mudarnos el mes que viene?
ESTÁS LEYENDO
Nunca digas siempre [COMPLETA]
Teen FictionElla estaba convencida de que tenía poderes de invisibilidad, pero cuando él la miró por primera vez, todo su mundo cambió de pronto. -- Para Vera, la chica invisible del instituto, empezar a ir a la consulta de la psicóloga Irene Losas, supuso un a...