17. La propuesta

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—Tenías razón, este sitio es alucinante.

Enzo había cumplido su promesa y había llevado a Vera a aquel café de estilo vintage donde servían la mejor tarta de queso del mundo. Era lo primero que habían pedido, una ración para compartir, que junto al batido de frambuesas, les estaba resultando una merienda deliciosa.

Aunque la compañía, claro, también estaba muy bien. Poco a poco, iban conociéndose más y aunque cada uno tenía sus propios fantasmas y no se sentían todavía preparados para compartirlos, estaban a gusto juntos. Quizá demasiado. Quizá ese sentimiento de amistad, cariño y que se gustaban terriblemente, tenía un nombre, pero de momento no se habían atrevido a cruzar la línea que, hasta entonces, les invitaba a mantener las distancias.

—Te lo dije. La decoración, la tarta, los batidos... Todo es alucinante.

—Reconozco que me ha sorprendido, señor Arias.

—Falta una semana para tu recital, ¿estás nerviosa?

—Bueno, a decir verdad, un poco. Sobre eso quería hablarte.

—Ah, ¿sí?

—Sí —Vera cogió su bolso y sacó dos entradas para el evento. Se las entregó a Enzo y él las cogió, sonriendo a la vez que las leía—. Te doy dos porque me sobran, pero en realidad la otra no tienes por qué usarla.

—A lo mejor me llevo a mi novia.

—¿Cómo dices?

—Era broma. No te pongas celosa.

—No me he puesto celosa.

—Oh, no, claro que no. Has reaccionado como un gato cuando le echan un jarro de agua.

—Mentira.

—Verdad, pero da igual. No hace falta que lo reconozcas. Sé que desde que me conociste estás loquita por mí.

—Creo que fue desde que te escuché cantar.

—También puede ser. No sé qué va a ser de ti cuando tenga hordas de fans detrás de mí...

—¡Oh, por favor! ¿Cómo puedes ser tan creído?

—Ey, no te enfades.

Enzo se cambió de sitio y se levantó de la silla de madera en la que estaba sentado, frente a Vera, para sentarse a su lado en el banco antiguo con cojines en color pastel en el que estaba ella.

—Usaré una entrada y, si te parece, invitaré a Irene.

—¿A Irene?

—Sí, seguro que le hace ilusión ir. Está encantada con que seamos amigos.

—Bueno, vale —Vera sorbió con la pajita un poco de batido—. Invítala si quieres.

—Oye... —Enzo la empujó con el cuerpo al ver que ella seguía con la cara enfurruñada.

—¿Qué?

—Que no quiero hordas de fans. No me hacen falta.

—Me dan igual tus hordas de fans.

—Este sábado tocamos otra vez, y quiero que vengas.

—No sé, ¿por qué no llamas a tus fans?

—Porque quiero que vengas tú, tonta.

—Bueno, si no me das plantón...

—No puedo creer que me sigas guardando rencor por eso.

—Y te lo guardaré eternamente. A no ser que me hagas la pelota. Mucho.

Nunca digas siempre [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora