9. Vera Solamente

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—Hola, mamá. Ya estoy en casa.

Aquel sábado Vera había ido a dar clase de chelo. Normalmente la academia no estaba abierta en fin de semana, pero la semana siguiente Vera tenía un examen de matemáticas y necesitaba la tarde del lunes, así que le pidió a la profesora recuperar la clase que no daría, aquella mañana.

Como se acercaba la hora de comer, Vera esperaba encontrarse a su madre preparando sus macarrones con chorizo de los fines de semana. Su padre se levantaría a medio día, como hacía siempre que tenía turno de noche, y los tres podrían comer juntos.

Si hubiera sido posible, Vera habría deseado que todos los días fueran fin de semana: sin instituto, sin clases, sin Prado. Sólo ella, su chelo, sus padres y su casa.

—Vera, estoy en el salón —la llamó Carmen.

—¿Y esos macarrones? —bromeó ella, apoyando el chelo en la pared con cuidado. Cuando elevó la vista hacia su madre, vio que ella estaba más seria que de costumbre, con un sobre entre las manos—, ¿qué pasa? ¿Por qué tienes esa cara?

—Ha venido esto para ti.

Carmen le entregó el sobre a Vera y ella lo cogió extrañada. Estaba abierto, por lo que deducía que su madre ya había visto lo que contenía en su interior. Era una felicitación de cumpleaños, pero no de esas que todo el mundo espera y que transmiten los mejores deseos de la persona que los manda.

Aquella felicitación sólo contenía veneno: "Feliz cumpleaños, zorra", ponía, con letras recortadas de revistas y periódicos, en el interior de la tarjeta.

—¿Qué significa?

—No lo sé.

—¿Cómo que no lo sabes? Algo sabrás. A mí me parece que nadie manda una felicitación así.

—No sé quién la ha mandado.

—Eso me lo imagino. Es totalmente anónima. Pero no me refiero a si sabes quién la ha mandado, Vera. Me refiero a si esta felicitación, tu estado de ánimo, que el otro día llegaras empapada y tu apatía en general, tienen que ver con ella. ¿Qué pasa en el colegio? ¿Es alguna chica de allí?

—Mamá, no lo entiendes.

—Pues explícamelo. No quiero regañarte, Vera. Sólo quiero que me digas qué pasa.

—Hay unas chicas en el instituto a las que no caigo bien. No les gusta la gente nueva, supongo que... que han visto en mí una víctima fácil.

—Dios mío —Carmen negó con la cabeza varias veces—. Ahora mismo vamos a la comisaría con tu padre, me dices quiénes son esas chicas, y que la policía vaya a hacerles unas visitas a sus casas.

—Pero, ¿qué dices? No podemos hacer eso. Sabrán que he sido yo quien ha avisado a la policía. Además... ¿La policía? ¿Estás loca? Quieres que sea el hazmerreír del puñetero instituto, pero con razón.

—No quiero eso, Vera. Pero se ven muchas cosas hoy en día, ¿sabes? Verdaderos acosos, verdaderos monstruos que juegan con la gente y con sus sentimientos. Y no quiero que seas víctima de algo así.

—No lo soy.

—¿Cómo puedes decirme que no lo eres?

—Mamá, de verdad.

—Te cambiaré de escuela.

—¿Y crees que eso va a solucionar algo? Si piensas que voy a suicidarme o a hacer novillos por no encontrarme con ellas o algo así, te equivocas, ¿vale? No estoy tan mal. No soy tan idiota. Sé que también tengo muchas cosas buenas, pero que no puedo mostrarlas si la gente no se esfuerza en conocerme.

Nunca digas siempre [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora