33. Año Nuevo patético

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La última uva. La última campanada. La mirada cómplice de Irene y Pablo celebrando su primera Nochevieja juntos. Los primeros petardos retumbando en las calles, las serpentinas y el confeti cayendo sobre ellos. El abrazo detrás de los gritos de "¡Feliz Año Nuevo!". El piso de Irene, donde hacía tan solo un par de semanas, ya vivían los dos, lleno de amigos y familia, aunque parecía imposible que cupiera tanta gente en aquel sitio. Sin duda, no se podía entrar al año nuevo de mejor forma.

—¿Ves cómo te dije que iba a salir todo perfecto?

Pablo besó a Irene y le quitó algunos trozos de confeti del pelo. Estaba preciosa con aquel vestido negro de lentejuelas.

—Ha salido perfecto porque alguien lleva desde las seis de la tarde preparándolo todo...

—Tendrás valor para decirme que no te he ayudado.

—Bueno, no has estado mal.

Sin duda, el invierno les había traído la suerte que pidieron en el festival del pueblo de Pablo, en el que Irene terminó de descubrirse por completo ante él. Y ahora que estaban viviendo juntos, ella estaba cumpliendo de alguna forma su sueño de empezar a formar el hogar que de niña siempre había deseado.

Había descubierto el rincón perfecto para el árbol de Navidad que Pablo y ella habían decorado, como el resto de toda la casa. Las cosas que no funcionaban, habían vuelto a la vida porque resultó que él era muy mañoso con las chapuzas caseras, y los estantes que una vez estuvieron vacíos, ahora tenían fotografías de ambos, en algunos de los mejores momentos que habían vivido desde que, aquella tarde lluviosa en la biblioteca hacía ya dos meses, se conocieran en la Biblioteca.

Parecía que nada podía ser más perfecto. Y lo mejor es que todavía les quedaba una noche entera por celebrar.

—¡Chicos! —Lucía, la mejor amiga de Irene, también estaba allí. Y estaba tan feliz por ver a Irene tan contenta con aquel chico que había encajado perfectamente en su entorno, que sólo podía alegrarse por ella— ¡Foto de grupo! ¡Venga! ¡Todos con las copas arriba!


***


—¿Al final vas a ir a esa fiesta?

Carmen se asomó a la habitación de su hija, que un rato después de comer las uvas y brindar con el resto de la familia que había en casa aquella noche, había subido a su cuarto y ahora se cambiaba los vaqueros oscuros por un vestido de cuerpo liso y falda de tul en color berenjena. Estaba muy guapa.

—Sí, ¿me ayudas con la cremallera?

Vera se dio la vuelta y su madre se acercó para ayudarle a subir la cremallera del vestido, que se ajustaba a la perfección a su figura, un poco más flaca de lo habitual. A Carmen quizá le hubiera gustado que su hija se sentara a hablar con ella y con Antonio sobre cómo estaba viviendo la ausencia de Enzo, pero cada vez que sacaban el tema, la chica reaccionaba de forma peor que la anterior.

Era como si hubieran vuelto los tiempos en los que él no estaba en su vida y ella se empeñaba en culpar a todo el mundo de sus problemas, los tiempos en los que estaba siempre pensativa, callada y taciturna, como si hubiera retrocedido los últimos dos meses en el tiempo.

Sin embargo, por lo menos, ahora se relacionaba y, como aquella noche, salía de vez en cuando. Hacía unos días les había hablado a ella y a su marido de una fiesta de Nochevieja que iba a haber en un local con gente del instituto con la que, como ella siempre insistía, se llevaba bien. Y Carmen tuvo que creérselo porque la antigua Vera no hubiera salido en Nochevieja por nada del mundo.

Nunca digas siempre [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora