27. Empezar esto contigo

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De vuelta del instituto, Irene pasó por el kiosco a comprar el periódico. No se esperaba, ni por asomo, lo que iba a encontrar en una de las calles más céntricas de la ciudad.

—¿Irene?

No podía ser su voz. Se había abstraído totalmente mirando flores en aquel puesto ambulante. Seguro que había escuchado mal y ni era su voz, ni era él ni la estaba llamando a ella. Sería otro hombre, con otra voz, llamando a otra Irene... Sería su imaginación, que quería jugarle una mala pasada.

—Irene...

Pero cuando su mano le rozó el hombro, no tuvo dudas. Se volvió, mirándole a los ojos como si ya no le conociera, y algo se le desmoronó en el fondo de su corazón.

—Carlos...

—Hola.

—Hola.

No hacía ni un mes que se había ido con Ángela a Nueva York. No hacía ni un mes que ella había tenido que asistir, en directo, al derrumbe de su relación, y ahora le tenía en frente y se había quedado totalmente muda. Paralizada.

—¿Comprando el periódico?

—¿Qué haces aquí?

—Aprovechando que aquí había algunos días de fiesta, he venido a ver a mis padres.

—Ya... Bueno, yo tengo que irme.

—Oye, espera...

—¿Qué quieres, Carlos?

No sabía cómo mirarle. Cómo decirle que no necesitaba una de sus apariciones estelares, como la de aquella primera noche en el baño del amigo de un amigo. Cómo decirle que no quería preguntarle qué tal le iba por Nueva York porque no le interesaba saberlo. Cómo reaccionar ante sus ojos que, de nuevo, la miraban como si esperaran algo que ella no iba a poder darle.

—Saber, no sé, cómo estás.

—¿No es obvio que bien?

—Sí, bueno, pero... La última vez que nos vimos fue todo tan confuso, que...

—La última vez que nos vimos tú estabas con... ¿Cómo se llama? Ángela. Ah, y en tu piso, en tu cama. Y también me dijiste que te ibas a ir con ella a Nueva York.

—Lo sé, pero las cosas han cambiado, yo...

—¿Sabes qué, Carlos? —interrumpió la chica, y refrenó los deseos de darle una y otra vez con el periódico—. No me interesa. Por eso quiero irme de aquí y veo inútil quedarme plantada delante de ti. No tengo nada que decirte y no quiero escuchar nada que tengas que decirme tú. ¿Has venido a ver a tus padres? Genial, salúdales de mi parte, o no. Me da igual.

Irene volvió a darse la vuelta para marcharse, pero Carlos, que siempre había sido tan insistente, no había cambiado ni siquiera en eso. Y la siguió, y se puso frente a ella cortándole el paso.

—Lo lamento mucho. Siento todo lo que pasó. Si me pidieras... Irene, si me pidieras que volviera, volvería.

—Te pedí que no te fueras, y te fuiste.

—No me lo pediste.

—Porque me quedó claro que ibas a irte de todas formas. Y con otra, ni más ni menos.

—Ángela no vino conmigo al final. Si me dejaras explicártelo. Me sentí tan mal después de cómo te fuiste aquella noche, que no tuve valor para... Mira, he estado este mes allí, estableciéndome, y pensaba volver para decirte que volviéramos a intentarlo...

Irene soltó una fuerte carcajada, una carcajada que tenía como único objetivo clavarse en el corazón de Carlos y hacerlo picadillo de sentimientos.

Nunca digas siempre [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora