12. Al borde del abismo

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Vera arrugó el pañuelo que había tenido entre las manos durante toda la hora. Al principio de aquella clase del viernes, el profesor de matemáticas había anunciado que tenía las notas del examen del día anterior. Nunca había corregido un examen tan pronto y sin embargo, ahí estaba, carraspeando con aquel enorme taco de folios en la mano, diciendo los primeros apellidos por orden alfabético. Cuando llegó a la M y pronunció su apellido, Martínez, y su nombre, Vera, la chica se levantó a toda prisa para recoger su control.

No lo vio hasta que volvió a su sitio, porque aquella mirada amable del profesor y su temblor de piernas no la hubieran dejado hacerlo de un vistazo. Colocó el folio bocabajo después de sentarse y contó mentalmente hasta tres para darle la vuelta:

—¡Bien! —no pudo disimularlo ni decirlo en voz baja. Vera sintió que aquel cinco, marcado con tinta roja en el papel, era todo un triunfo. Sobre todo, porque prácticamente toda la clase había suspendido y ahora, la miraban con cierto recelo.

—¿Se alegra de su cinco al borde del abismo, señorita Martínez? Pues le recomiendo que ponga todos sus esfuerzos en el siguiente examen porque un simple suficiente no valdrá de nada si quiere remontar su ridícula media.

Vera bajó la cabeza, pero donde antes hubiera habido una chica azorada por aquel comentario en voz alta del profesor, ahora había una muchacha jovial e impaciente porque la sirena que marcaba el final de las clases sonara cuanto antes. Estaba deseando salir corriendo, tenía que contárselo a Irene y a Enzo.

—Enhorabuena por ese cinco... —se había vuelto a encontrar con el chico en el aparcamiento, al lado de su moto, y él sonreía orgulloso de la inteligencia de Vera que, por fin, empezaba a salir a la luz.

Lo raro es que era gracias a él. Y a él jamás nadie le dio las gracias por nada.

—Sin ti... Sin ti hubiera sido imposible. Gracias.

—No tienes que dármelas, vamos. Hay mucho potencial ahí dentro —el toquecito en la frente del chico la hizo reír, y después él se quedó serio.

—¿Qué pasa?

—Quiero proponerte algo para celebrar tu "cinco al borde del abismo", como dice tu profe —empezó a decir—, pero no sé si es buena idea.

—Bueno, inténtalo.

—¿Te apetece que quedemos esta noche?

—¿Esta noche?

—Sí.

—¿Una cita?

—Una reunión de negocios.

—¿De negocios?

—Bueno, he demostrado que puedo ser buen profesor de matemáticas y buen guardaespaldas, creo que hay que discutir sobre mis honorarios...

Por supuesto estaba bromeando. Vera lo sabía y, a decir verdad, en ese momento en realidad no había cosa que más le apeteciera que quedar con Enzo aquella noche.

—Pues que sepas que me apetece bastante.

—Genial. ¿A las diez en la plaza, entonces?

—A las diez en la plaza.

—Bien. Hasta esta noche, temeraria.


***


Cuando pasaba algo que desestabilizaba el Pequeño Mundo de Irene Losas, la psicóloga compensaba su preocupación con limpiezas exhaustivas, cambio de sitio de los muebles e incluso tirando ropa vieja que, justo en ese momento, había empezado a molestar a pesar de llevar años en el armario. Aquella noche los cambios le habían tocado a su dormitorio, en el que apenas dormía porque, desde lo de Carlos, siempre se quedaba en el sofá, porque caía con alguna de las películas que se ponía para distraerse.

Nunca digas siempre [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora