35. El anillo

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El 14 de febrero era el cumpleaños de Carmen. En casa de Vera no se celebraba San Valentín porque aquella fecha era mucho más bonita para ellos que la fiesta de los enamorados. A cambio, sus padres y ella salían a cenar a un restaurante, generalmente italiano, para pedir platos de pasta y darle el regalo de cumpleaños a su madre.

Era cierto que aquel era el primer 14 de febrero que pasaban en la nueva ciudad, con gente nueva y restaurantes distintos, pero Vera ya tenía idea de un restaurante al que podían ir y veinte minutos en coche después, llegaron allí para poder seguir su tradición familiar.

Siempre, en los postres, Vera y Antonio cantaban el cumpleaños feliz en voz alta y había veces, que la gente que del restaurante aplaudía con ellos mientras Carmen se ponía totalmente colorada y, con las manos temblorosas, abría el regalo que su marido y su hija le habían preparado. Año tras año era así y ella seguía poniéndose nerviosa, pero a todos les encantaba disfrutar de aquel cumpleaños, más que de ningún otro, en familia.

Aquel año el regalo fue una gargantilla y también mucha gente que cenaba en el restaurante, había aplaudido con ellos. Tanto es así, que una persona en particular se acercó a su mesa para felicitarles.

—¡Irene!

Cuando la psicóloga tocó el hombro de Vera y ella se volvió sonrientes, sus padres asociaron la cara de aquella joven con la chica que había asistido al recital de Vera, allá por noviembre. Había sido bonito volverla a ver y toda una casualidad que estuviera en ese mismo restaurante.

—¿Papá, mamá, os acordáis de ella?

—Claro, como no —se apresuró a saludar Antonio.

—Hoy es el cumpleaños de mi madre.

—¿De veras? Muchas felicidades. Estaba cenando con mi pareja y en cuanto he escuchado que todo el mundo aplaudía y me he vuelto a mirar, les he visto aquí... Tenía que venir a felicitar el cumpleaños, naturalmente.

Vera se fijó en que Irene había dicho "con mi pareja" y mientras la psicóloga charlaba sobre lo rica que estaba la comida en ese restaurante, ella se apartó de la conversación y alargó el cuello en busca de algún chico solitario en una mesa que dirigiera discretas miradas hacia la de su familia.

—Es ese chico que está ahí, el del pelo castaño y el jersey verde —pero antes de que pudiera dar con él, Irene se fijó en ella y adivinó sus intenciones. En realidad, tampoco es que se esforzara mucho por disimular.

—Vera... —la regañó su madre.

—Lo siento, tenía curiosidad.

—En realidad, me encantaría que le conocieras. ¿Me prestan a su hija un segundo?

—Pues claro... —Carmen y Antonio estaban encantados con aquella joven que, sin duda, parecía ser lo único que hacía que su hija fuera poco a poco superando la ausencia de Enzo.

Irene cogió la mano de Vera y atravesaron juntas el salón comedor de aquel hermoso restaurante decorado con paisajes de la toscana y con grandes ventanales adornados con cortinas preciosas de terciopelo. Mientras caminaban juntas, y Vera escuchaba el sonido de los tacones de la psicóloga sobre el suelo, le dio tiempo a pensar que estaba preciosa aquella noche.

Y cuando llegaron a la mesa, y aquel chico encantador que se llamaba Pablo, sonrió y la saludó animadamente, pensó que él e Irene hacían una pareja preciosa.

—Así que tú eres Vera... Irene habla mucho de ti.

—Espero que bien.

—Claro que sí.

Nunca digas siempre [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora