23. Acepto el reto, Rayuela

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—¿Enzo se ha dormido ya?

Carmen entró a la cocina, donde Vera bebía una taza de leche con cacao, lo que más le gustaba beber en las noches en las que no podía dormir. A Enzo le volvió a dar otro ataque de ansiedad en el parque, y le costó un buen rato que se tranquilizara para poder coger la moto y volver. Después, le pidió que se quedara en su casa a dormir, que no fuera en ese estado a ver a su padre, para quien tenía tantos reproches guardados, y sorprendentemente, él accedió.

—Parece que sí. Ahora subiré a echarle un vistazo.

—Puedes dormir con él en la buhardilla si quieres. Aprovechémonos de que tu padre está de noche y que jamás consentiría algo así sin arrestarle primero... —Carmen alargó las manos y abrazó a su hija, que respiró muy hondo y se resistió a llorar de nuevo.

—Me da tanta pena, mamá. Le han privado durante toda su vida de esto, de un abrazo de la única persona en el mundo que estaría con él a pesar de todo.

—Ahora te tiene a ti —Carmen sonrió levemente, acariciando la cara de Vera y poniéndole los mechones de pelo tras las orejas, con infinito cariño—. Estoy muy orgullosa, Vera. El recital ha sido magnífico y... Y todo lo que haces por Enzo demuestra lo generosa y buena que eres.

—Lo hago porque le quiero.

—Lo sé. Anda, sube con él. Ahora te necesita cerca.

Vera sonrió y se terminó la leche. Después dejó la taza al lado de la pila y se dispuso a salir de la cocina. Antes de subir a la buhardilla, volvió y asomó la cabeza por la puerta.

—Gracias, mamá. Te quiero.

—Y yo a ti, cielo.

Cuando Vera llegó a la buhardilla, Enzo dormía profundamente en ése colchón hinchable que su madre sacaba siempre que había visitas. Después de todo lo que había pasado aquel día, la chica se alegró de verle por fin tranquilo, con aquella respiración pausada, a salvo.

Se quitó las zapatillas y se metió bajo las sábanas, aproximándose a él hasta cogerle el brazo para rodearse con él.

—Hola.

—Mierda, te he despertado.

—No estaba muy dormido —Enzo abrazó a Vera y le besó la frente. Los dos respiraron muy hondo y a la vez.

—¿Has avisado en tu casa?

—No. Mañana iré y hablaré con mi padre. Gracias por dejar que me quede.

—¿Estás de broma? No podía dejarte.

—No sé qué voy a hacer ahora, Vera. No tengo ni idea.

—¿Cómo que no lo sabes? Vas a ir a la caja fuerte de tu abuelo, vas a coger esas cartas y vas a buscarla.

—¿Buscarla? ¿A mi madre?

—Pues claro que sí. Tiene que saber que estás bien, que tocas en un grupo y que lamentas tanto como ella todo esto...

—¿Y si me encuentro con algo que no me gusta?

—¿Algo como qué? Es tu madre. Os separaron las circunstancias, tu abuelo o quien sea, pero tenéis que volver a veros.

—No lo entiendes.

—Pues explícamelo.

—¿Y si...? —Enzo enmudeció un momento, esperando que Vera no le tomara por un inmaduro— ¿Y si tiene otra familia?

—Si tenía diecisiete años cuando te tuvo, ahora no tiene ni cuarenta. Tiene que ser una mujer joven y guapa, así que seguramente tenga una familia propia. Habrá rehecho su vida y quizá tenga más hijos, pero tú sigues siendo hijo suyo también, y estoy convencida de que cada día sueña con verte.

Nunca digas siempre [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora