38. Y yo a ti, temeraria

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Después de una encarnizada batalla contra el espejo y una crisis profunda de vestuario, Vera por fin aparecía en el jardín de la parte trasera del hotel con un vestido negro de fiesta y el pelo recogido en un moño casi deshecho. Apenas se había maquillado, lo justo para tapar las bolsas bajo los ojos que le había dejado el llanto.

El jardín estaba decorado con guirnaldas de luces de colores y farolillos de papel. Había un escenario pequeño, donde una banda de jazz tocaba música tranquila mientras que los invitados bebían ponche y comían canapés dulces y salados de una mesa dispuesta en el fondo, decorada delicadamente con velas, flores y un precioso mantel con flores malvas bordadas. Malva como el vestido de Irene, que fue de las primeras en percatarse de su presencia, y que sonreía satisfecha porque por fin Vera se había decidido a bajar.

No se acercó, sin embargo, porque antes que ella, Enzo se había dado cuenta de que Vera ya estaba ahí. Sentado en un banco hecho con palés y cómodos cojines que había al lado de la puerta del jardín, se levantó como un resorte cuando ella dio el primer paso en la tarima del porche.

—Qué guapa estás.

—Gracias.

Vera sonrió tímidamente. Procuró no temblar con aquel comentario del chico, pero se le hizo imposible cuando él le tendió la mano y ella no dudó ni un segundo en cogérsela. Se acercaron a la mesa de los canapés y el ponche, y el chico cogió dos vasos, uno para cada uno:

—¿El brindis de la paz? —preguntó, alzando el vaso.

—El brindis de la paz.

Después del sorbo, fueron a la pista a bailar. A Vera le bastaron los diez primeros segundos aferrada al cuello de Enzo para sentirse como solía hacerlo antes de que todo se estropeara entre ellos: invencible.


***


La gente del catering comenzaba a recoger toda la decoración de la fiesta, después de que los últimos invitados volvieran al interior del hotel. Tenían que empezar a preparar todo para el día siguiente: las sillas para los invitados, el arco del altar al aire libre, los adornos florales, la zona del cóctel, el salón para la comida...

Enzo y Vera observaban el proceso sentados en el banco del porche. Él se había quitado la chaqueta para ponérsela a ella sobre los hombros. Ya no quedaban invitados bailando en el centro del jardín y los farolillos de las guirnaldas estaban apagados. No sonaba música, sólo el ruido de los cacharros del catering y el ir y venir de los camareros.

—Espero que puedas perdonarme por lo del tren. Ha sido una mierda que nos habláramos así —ninguno de los dos esperaba que su primer encuentro fuera tan desastroso, pero ahora que ambos estaban cara a cara, después de una fiesta agradable y un pacto de paz mutuo, veían las cosas con más claridad.

—Yo tampoco he estado muy bien, que digamos.

—Pero yo ya te he perdonado, ¿me has perdonado tú a mí?

—¿Estás seguro de que me has perdonado? ¿Por lo del aeropuerto también? Te dejé tirado en un momento importantísimo sólo por miedo y...

—Yo también podría haber vuelto. Sé de sobra que me dejaste porque la distancia te asustó. Y lo único que hice quedándome allí a pesar de que no había ni contrato discográfico ni carrera prometedora, fue alargar esa distancia. Creo que sólo por hacerte daño.

—Ay... —Vera sonrió—. Pues dolió.

—Lo siento.

—Yo también.

Se hizo un silencio incómodo. Parecía que los silencios agradables que solían compartir antes de que todo pasara, se habían acabado, como quizá se había acabado aquello que les mantuvo unidos contra todo.

—Será mejor que me vaya a dormir. Mañana hay que estar presentables...

Vera se levantó porque no hubiera podido aguantar ni un segundo más en aquel porche, manteniendo el silencio. En el fondo, le hubiera gustado que Enzo la detuviera después de darle las buenas noches y, de hecho, caminó los pasos que la separaban de las escaleras más lentamente de lo que lo habría hecho. Pero él no la siguió.

Sonrió, es verdad, al decirle que descansara y un tímido "te veo mañana", pero no hizo nada más. Quizá por eso, a la chica le volvieron las ganas de llorar nada más entrar a la habitación. Porque parecía que, de verdad, aquello que les había unido, se había roto para siempre.

No se esperaba que medio minuto después llamaran a su puerta. No se esperaba que fuera él, con los ojos llorosos quien estuviera detrás. No se esperaba lo que iba a decirle en ese instante, lo que les estaba reconcomiendo a ambos. No esperaba sentirse tan infinita y tan vulnerable a la vez:

—No sé qué pasó, Vera. Los dos huimos a nuestra manera, pues vale. Ya está. Ambos hemos hecho algo mal en esto, pero ya da lo mismo. Da igual, ¿entiendes? Porque te quiero, temeraria. Y sé que ni en este ni en cualquier mundo posible podremos ser felices si estamos separados.

Vera habría dicho algo, si es que el constante y brutal pálpito de su corazón la hubiera dejado, pero sólo boqueó porque Enzo la interrumpió antes:

—He venido a esta boda con la firme intención de recuperarte.

Y por la sonrisa de la chica en ese momento, por sus manos alargándose hacia su cuello para tirar de él y por el beso que vino después, bien había valido tanto tiempo separados.

—Te quiero, Enzo Arias.

—Y yo a ti, temeraria.


***


A eso de las cuatro de la mañana, Enzo escribía a los miembros de FIRE 8, mientras de reojo miraba cómo Vera dormía y se sorprendía a sí mismo sonriendo y sintiéndose, por primera vez feliz.

CHAT DE GRUPO: FIRE 8

Mensaje de Enzo: ¿Qué tal os viene un concierto de regreso mañana?

Mensaje de David: ¡Genial! ¿Dónde?

Mensaje de Rodri: ¡Yo lo sé! ¡Una boda! Enzo y yo estamos en un hotel en la sierra. Os mando ubicación.

Mensaje de Marcos: ¡Por mí bien! ¡Ya era hora de que dijerais algo, londinenses!

Mensaje de Enzo: Pues venga, sacad los billetes. Tocaremos en la fiesta de después del banquete, por la tarde.

Mensaje de Rodri: Oh, yeaaah!

Mensaje de Marcos: ¡¡Vamos tíooos!!

—¿Qué haces? —Vera se desperezó y vio a Enzo sentado en la butaca de la ventana con el móvil entre las manos.

—Preparar una sorpresa para Irene y Pablo... Y para ti.

—¿Para mí?

—Sí. Venga, sigue durmiendo.

—¿Cómo me pides que siga durmiendo si estás ahí plantado? Ven ahora mismo.

—Sí, señora.

Y cuando él se metió en la cama y pudo acurrucarse entre las sábanas ysus brazos, Vera sintió que cualquier distancia y cualquier mal trago hubieramerecido la pena si al final todo acababa así.

Nunca digas siempre [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora