31. Más razones que kilómetros

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—Y ahora lo sacamos del horno y lo dejamos enfriar. Se sirve tibio. Y ya está, no tiene más misterio.

Tres horas después de llegar a casa de Pablo y que toda su familia la mirase con toda aquella expectación, Irene ya se había metido en la cocina con la madre del chico y con su abuela, a preparar la crema de almendras dulce que se servía como postre en aquellos días de fiesta.

Al principio había sentido cierta sensación de pánico, cuando Pablo se había marchado con su tío y su padre a comprar algunas cosas que faltaban para la cena de aquella noche, pero enseguida se había sentido cómoda, cuando las miradas de las dos mujeres la habían acogido con calidez.

—Aunque no lo creas, Pablo nos ha hablado mucho de ti —dijo en un momento dado Isabel, mientras ella e Irene deshacían la masa de la crema y la ponían al fuego—. Por eso es como si ya te conociéramos.

—Pero no nos había dicho que eras tan guapa —Dolores, la abuela, sonrió pícaramente a la vez que pelaba unos limones para cocer la piel junto con toda la mezcla de la crema.

—Eso es verdad.

—Lo que le pasa es que es muy adulador. Cuesta no sentirse bonita cuando alguien te lo recuerda tanto...

—Ya pensábamos que nuestro Pablito se iba a quedar soltero...

—¿De veras, Dolores?

—¡Ay, niña! ¡Llámame Dorita! Dolores me sigue sonando fatal... Tengo que darle las gracias a mi bisabuela, la pobre, que estiró la pata justo el día en que yo nací.

Irene sonrió ante aquella historia. Ella llevaba tiempo sin ver a su familia. Sus padres divorciados desde que ella era adolescente y una hermana con la que apenas hablaba, era el concepto que ella había tenido de familia unida. Y sin embargo, llegar a esa casa y sentir la calidez de aquellas mujeres, le hizo acordarse de su madre, la única que realmente se preocupaba por ella todos los días, y deseó poder enseñarle aquella rica receta.

—Ya estamos aquí —la voz de Pablo y las risas de su padre y de su tío por detrás, aceleraron el corazón de Irene, que en ese momento ayudaba a Isabel a poner la crema en frascos y meterlos en la nevera—. Pero qué bien huele...

Pablo se acercó a ella y la besó en la mejilla. Apenas nadie le eschó preguntándole a la chica si estaba bien, pero todos pudieron ver la sonrisa de ella.

—¿Dónde está mi mujer? —preguntó el tío de Pablo.

—Teresa está arriba ayudando a Amanda con el vestido y con la corona de hojas —respondió Isabel— ¿Por qué no subes, Irene? Es bonito ver cómo madres e hijas fabrican las coronas.

—¿Puedo? Pensaba que era algo muy privado...

—Seguro que ni a mi hermana ni a su hija les molestas. Eso sí, que ningún hombre de la casa suba.

—Entonces voy, ¿te encargas tú de terminar esto con tu madre?

—Descuida.

Pablo sonrió, embelesado por ver lo natural que era Irene y lo bien que parecía sentirse rodeada de toda su familia. Le encantó la sensación de estar allí con ella. Cuando ella salió de la cocina y se quedó mirándola, reaccionó de pronto al sentir las miradas de su abuela, su tío, su padre y su madre sobre él, como si estuvieran viendo una escena de película romántica, pero en directo.

—¿Y a todos vosotros qué os pasa?

—Es una muchacha excepcional, hijo. Estamos muy contentos.

—Y además tiene maña para la cocina —dijo Dorita.

—Oh, claro. Eso es muy importante, abuela.

—Lo que tu abuela y tu madre quieren decir es que no seas tonto y que la cuides —se aventuró a explicarle su padre.

Pues claro que iba a cuidarla. ¿Quién en su sano juicio podría dejar escapar a alguien como ella?


***


Abrir la puerta de la sala de ensayo y encontrarse a Vera tocando el chelo como si estuviera poseída por la música, fue lo que más necesitaba Enzo en aquel día, y por eso al entrar ahí, en su atmósfera particular de música, le relajó de una manera sorprendente y especial.

Había acabado de recoger sus cosas y salido de su casa con la moto para ir a buscarla, pero Carmen le había dicho que Vera se había marchado a ensayar nada más comer. También le había contado que desde que habían vuelto de Barcelona, ella estaba muy pensativa y que siempre que algo la preocupaba, tocaba.

"A ver si te dice algo más a ti".

—Hola.

Enzo se acercó por detrás y besó el hombro de Vera. Luego se sentó en una de las sillas del aula y sonrió ante la evidente sorpresa que se había llevado la chica.

—Hola. ¿Ya has estado en tu casa?

—Sí.

—¿Y has hablado con tu padre?

—Más o menos. ¿Qué haces aquí?

—Tenía que ensayar —Vera se encogió de hombros—. Con todo lo que ha pasado últimamente había dejado el chelo un poco abandonado. Se me había olvidado que me hace sentir bien.

—¿Eso quiere decir que te has sentido mal?

—Pensé que te quedarías en mi casa hasta que te fueras a Londres...

—No podía seguir viviendo en tu buhardilla eternamente, Vera, me parecía un abuso. Creía que, cuando volvimos de Barcelona y te dije que me iría al piso de Rodri hasta que nos marcháramos para la prueba, te había parecido bien.

—Me lo pareció, pero apenas te he visto el resto de la semana.

—Lo sé, he estado muy liado. Perdóname.

—¿No me has traído tarta esta vez?

—Lo lamento, pero no.

—Bueno... Tendré que hacer el esfuerzo de perdonarte sin tarta.

—Podemos ir a tomárnosla ahora después del ensayo. Tengo toda la tarde para ti.

Vera sonrió. La noticia de la prueba discográfica en Londres y la absoluta certeza de que FIRE 8 no iba a fallar, habían desbaratado un poco todo su mundo. Era cierto que Enzo había estado muy ocupado desde que llegaron a Barcelona, pero también que ella no le había llamado más de la cuenta ni le había escrito ni dicho de quedar tanto como le hubiera gustado porque también necesitaba pensar.

Y su pensamiento era lo primero que se nublaba teniéndole enfrente, mirándola como lo estaba haciendo en ese momento.

—Tu madre me ha dicho que te ha notado preocupada...

—¿Y no te ha dado la enhorabuena? Se alegró mucho cuando le dije lo de la prueba.

—Supongo que ha querido ser comedida.

—Siempre tan correcta...

—Pero no cambies de tema. Me ha dicho que has estado preocupada.

—Sólo estoy intentando hacerme a la idea de la distancia a la que nos vamos a enfrentar. ¿Sabes a cuánto está Londres?

—Exactamente no.

—1.265 kilómetros. Son muchos, ¿no te parece?

—No suficientes. Tengo muchas más razones que kilómetros para quererte.

—¿Podrías ponerlas una a una por escrito?

—Seguro que sí. Pero tardaré.

—Supongo que si seguimos juntos tendremos mucho tiempo por delante para acabar la lista.

—Cuenta con ello.

Enzo se bajó de la silla para ponerse en cuclillas delante de Vera y coger sus manos, que abrazaban su chelo con tanto amor y tanta delicadeza.

—No hay distancia demasiado grande como para separarnos, Vera. No la habrá nunca.

"Ojalá pudiera creerte"

Nunca digas siempre [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora