—Vaya ojeras tienes, ¿has pasado una mala noche?
—Enzo, ¿te importaría cerrar la puerta, sentarte y ahorrarte los comentarios sobre mis ojeras? Gracias.
—Pobre cactus... Yo creo que ya no le salvamos, ¿eh?
—Pero, ¿qué os ha dado a todos esta semana con mi cactus?
—A ver, Irene, que sólo tienes que tirarlo a la basura y comprar otro. Yo te lo tiro si quieres.
—Siéntate, Enzo, por favor.
Irene Losas llevaba un par de días de capa caída. Desde que había recibido el jarro de agua fría por parte de Carlos, desde que se había sentido incapaz de irse con él a Nueva York y desde que se había dado cuenta de que, en fin, no estaba todo lo enamorada que debiera, no lo estaba pasando bien.
Carlos llamaba incesantemente y ella prefería no coger el teléfono; se pasaba la mitad de las noches en vela, dudando incluso a veces si estaba haciendo lo correcto quedándose y tirando por la borda su relación, la primera y única relación de verdad que había tenido en su vida, y los alumnos, para colmo, parecían estar todavía más rebeldes aquella semana.
—Si no te encuentras bien, por mí cambiamos la consulta para mañana, y así puedes descansar —Enzo apoyó el casco de la moto sobre la mesa y se sentó frente a la psicóloga. Ella sonrió sin ganas.
—Que te lo has creído.
—Está bien, como quieras.
—Bueno, ¿hiciste los ejercicios que te pedí?
—¿Los de entrevistar a mi familia?
—Exacto.
—Pues verás... Es que no he tenido mucho tiempo...
—Lorenzo Arias Gómez, estoy empezando a cansarme de tus excusas, ¿sabes? Si no colaboras, seguirás viniendo aquí hasta que te gradúes. ¿Qué piensas que voy a decirle a tu padre cuando venga a verme?
—Dirás cuando consigas que te haga un hueco en su agenda y venga a verte, porque desde que volvió de sus vacaciones en Capri y empezó el curso, yo no le he visto por aquí.
—¿Y hacerme la vida más difícil es tu forma de castigarle?
—En realidad me da igual lo que piense él. Incluso casi me importa más lo que pienses tú.
—Pues espero que te importe saber que no puedo permitir que dejes la consulta si no te implicas.
—Si no puedes permitir que me vaya, será porque me has cogido cariño. Y por favor, no me llames Lorenzo. Es de pardillo.
—¿De todo lo que te he dicho te quedas con que tienes un nombre de pardillo?
—Quizá ése haya sido el principio de todos mis traumas, Irene, piénsalo.
—Eres desquiciante.
—Lo siento...
—No, no lo sientas tanto y ayúdame a entender un chico como tú, de buena posición y con una familia estable, tenga estos conflictos y ser tan problemático: tus notas, tus compañeros, los profesores... Todo el mundo se queja de ti.
—Eso es porque no se esfuerzan por comprenderme. Tú lo haces, ¿y a que no soy tan malo?
—Ahora resulta que eres un incomprendido.
—Sí, señorita, "soy rebelde porque el mundo me ha hecho así" —Enzo puso en una mueca como si llorara, y se pellizcó la nariz, fingiendo que estaba haciendo esfuerzos por aguantar el llanto. Después, como Irene no decía nada, levantó la vista y la descubrió mirándole con el rostro serio— ¿No te gustan mis dotes interpretativas?
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Nunca digas siempre [COMPLETA]
Teen FictionElla estaba convencida de que tenía poderes de invisibilidad, pero cuando él la miró por primera vez, todo su mundo cambió de pronto. -- Para Vera, la chica invisible del instituto, empezar a ir a la consulta de la psicóloga Irene Losas, supuso un a...