34. Londres

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—¿Me has llamado, Irene?

La vuelta a las clases después de las vacaciones de Navidad, fue más deprimente que de costumbre. Alguien muy malintencionado había hecho correr el rumor de que Vera Martínez había ido a una fiesta de los mayores y se había largado en medio de la noche con un tío al que no conocía. Y como todo, en los institutos llenos de víboras que pedían su sangre y que habían permanecido muy tranquilas el tiempo que la habían visto "protegida", el rumor degeneró hasta límites insospechados.

Pero la diferencia de la Vera que había llegado nueva a ese instituto, con la que llevaba en él ya unos cuantos meses, fue que ésta ya se había dado cuenta de que estaba por encima de la aburrida vida de aquellos que se divertían fastidiando la de los demás.

—Siéntate, por favor.

Irene estaba muy seria. En realidad, Vera había dejado de asistir a su consulta después de volver de Barcelona. Y ya no digamos desde que Enzo se había marchado. Había vuelto a encerrarse en su escudo antipersonas, como si todo lo vivido y todo lo que había mejorado con él, no hubiera servido para nada. Y de nuevo se sentaba delante de la psicóloga con aquella actitud de "me da todo igual" que no era más que una forma de ocultar que en el fondo se sentía más triste y sola que nunca.

—En realidad me ha llamado tu madre.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Quería saber si seguías viniendo a consulta.

—¿Y qué le has dicho?

—Que no, obviamente.

—¿Y por qué has hecho eso?

—Porque es la verdad, porque hicimos un trato y ya mentí por ti una vez.

—Dijimos que un mes de terapia, el mes ya ha pasado, no tengo por qué venir.

—Eso lo tengo que decidir yo y lo siento, pero hasta que seas mayor de edad, es lo que hay.

—No me pasa nada. Estoy perfectamente.

—¿Qué me ha dicho tu madre de que no comes?

—¿Te ha dicho que no como? ¿Se piensa que soy una anoréxica o qué?

—Está preocupada porque en las últimas semanas has bajado mucho de peso, tu carácter se ha vuelto más... agrio y has vuelto a ser la Vera que eras antes...

—¿Antes de qué? ¿De conocerle?

—Sí.

—Dile a mi madre que si no como es porque no tengo hambre, no porque me vea gorda. Así que, que no se alarme.

—La anorexia y la bulimia no sólo tienen que ver con encontrarse gordo, también tiene que ver con el estado de ánimo, el autoestima, las inseguridades... Una persona depresiva puede caer en estas enfermedades también.

—Y, por supuesto, habla la voz de la experiencia, ¿verdad?

Irene abrió mucho los ojos. Recordaba haberle mencionado a Vera, hace tiempo, los problemas que ella misma había tenido de adolescente, pero en absoluto se esperaba que ella tratara el tema con aquella frivolidad. Era como si se estuviera envenenando poco a poco.

—Lo siento —pero de vez en cuando, salía relucir la otra Vera, la que sonreía siempre y ante cualquier cosa.

—No pasa nada. ¿Cómo llevas tu ruptura con Enzo?

—¿Cómo dices?

—Me has oído.

—¿También te lo ha contado mi madre? No se ha dejado ningún detalle...

Nunca digas siempre [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora