Al final del día, Vera agradeció que ningún episodio humillante hubiera rondado su vida. Dispuesta a irse a casa a terminar la enorme montaña de deberes que tenía, pasó por el aparcamiento y entre todos los coches distinguió, a la perfección, la reluciente moto de Enzo. Casi sin ser consciente de ello, comenzó a andar más despacio, como haciendo tiempo para que su mente se decidiera si debía o no debía esperarle junto a ella. Y finalmente, casi sin creerse que estuviera haciéndolo, con el corazón bombeando violentamente bajo su pecho, se aproximó y se quedó de pie a su lado.
—¿Te has comprado una moto, Martínez?
Muy a su pesar, Vera descubrió que debía haberse ido en vez de arriesgarse a esperar al chico. Porque antes que él, salió Prado, aquella pelirroja que ya hasta se le aparecía en sueños para seguir haciendo de su vida un infierno mientras dormía.
—Estoy esperando a alguien...
—Al dueño, supongo. Vaya con la mosquita muerta... Al final va a ser verdad que eres un zorrón.
Prado, por supuesto, iba secundada por sus dos inseparables amigas que hacían las veces de palmeras de sus chistes y comentarios hirientes y de guardaespaldas. Vera sintió que algo en lo más hondo de su corazón se rompía de nuevo cuando se acordó, con aquel comentario, de la felicitación de cumpleaños que había recibido.
—¿No te cansarás nunca de hacerme la vida imposible?
—La verdad es que me divierte. Pero tú solita te lo buscas... Mira que esperar al tío que lleva esta moto, seguramente porque tiene un complejo de inferioridad tremendo, aquí en medio del parking para que todos puedan verte...
—Dime una cosa, pelirroja, ¿cómo has adivinado lo de mi complejo de inferioridad?
Apareció de la nada. Quizá Vera estaba tan pendiente de las palabras de Prado que ni le había visto llegar. Pero ahí estaba, con su chaqueta de cuero y sus ojos oscuros, mirando a Prado con todo el desprecio del mundo. Y en ese instante, Vera sintió que le fallaban hasta las piernas.
—Enzo, ¿has quedado con la nueva?
Sorprendentemente, el chico malo con coco para las mates no compartía con ella sus poderes de invisibilidad. Si Prado le conocía, tenía que ser alguien popular, seguramente de algún curso superior porque no compartía con ellas ninguna asignatura, y era sencillamente increíble que estuviera allí, dando la cara por ella.
—Sí, ¿sorprendida?
—No, para nada, simplemente... No sabía que esta moto era tuya.
—Pues ahora ya lo sabes, ¿no?
—Sí.
—Y supongo que le debes una disculpa a mi amiga Vera, ¿no te parece?
—Pero si Vera y yo somos súper amigas, ¿verdad?
—Mentira —Vera casi escupió aquella palabra. Enzo se puso a su lado y ella se sintió tan bien y tan grande por fin, que dejó de desear ser invisible.
—¿Y bien, vas a disculparte? Porque si no vas a hacerlo, será mejor que te vayas.
—Vale, ya nos vamos. Venga, chicas, vamos a tomarnos algo a la cafetería.
Prado y sus amigas se alejaron. Y conforme ellas se iban, Vera se ponía más roja de rabia y vergüenza. Había sido increíble aquella aparición de Enzo, pero se sentía tan humillada que apenas era capaz de mirarle a la cara.
—¿Estás bien, temeraria?
—No mucho...
—Son ellas, ¿eh?
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Nunca digas siempre [COMPLETA]
Teen FictionElla estaba convencida de que tenía poderes de invisibilidad, pero cuando él la miró por primera vez, todo su mundo cambió de pronto. -- Para Vera, la chica invisible del instituto, empezar a ir a la consulta de la psicóloga Irene Losas, supuso un a...