Cuando de niña soñaba con la boda que tendría que fuera mayor, cuando se vestía con las cortinas blancas del salón y se hacía un velo con una sábana blanca, cuando cogía flores del jardín de su madre y después le caía una reprimenda y cuando, en fin, se imaginaba a sí misma yendo al altar para encontrarse con su radiante prometido, no pensaba que todos esos sueños fueran a tener una versión todavía mejor: la realidad.
Lo que estaba pasando en ese mismo momento ante sus ojos: varias hileras de sillas de invitados, mirando lo guapa que estaba, su padre a un lado, cogiendo su mano que le rodeaba el brazo para que no se pusiera nerviosa, Pablo ahí, en el altar, bajo ese arco de orquídeas y rosas precioso y perfecto y su madre echando lagrimones del tamaño de piedras en primera fila. Todo era perfecto. Mucho más perfecto de lo que cualquier niña hubiera soñado jamás.
La mirada de devoción de Pablo hizo temblar a Irene cuando llegó al final del camino y recibió el beso de su padre en la mejilla. Era el novio más guapo del mundo y cuando susurró aquel tímido "hola" y sonrió anchamente, le pareció todavía más maravilloso, más perfecto. Y ella, que siempre había creído que nunca tendría a alguien así a su lado, se sentía todo lo guapa que no se había sentido en su vida.
Comenzó la ceremonia y a Vera se le escapó un suspiro. Siempre le habían encantado las bodas, aunque no sabía si algún día terminaría casándose. Dirigió la vista a su izquierda, hombro con hombro, pegado a ella, con un impecable traje, estaba Enzo, que quería aparentar formalidad, pero en realidad, estaba sintiendo los fuertes latidos de su corazón bajo el pecho desde que Vera le había pedido, aquella mañana, que le abrochara la cremallera del vestido.
Se percató entonces de que ella le miraba, se inclinó hacia su oreja:
—Eres preciosa.
Vera apretó los labios y sonrió. No sabía si preciosa o no, pero sí inmensa, así se sentía. Inmensa por volver a tener a su lado al único chico que había conseguido que todo su mundo se girase por completo.
—Pablo Crespo —Irene comenzó a decir sus votos—, con esta alianza me convierto en tu esposa y te entrego todo lo que soy. Gracias por aparecer en mi vida para ayudarme a creer, cuando ya no creía en nada, ni siquiera en mí. Te amo, Rayuela.
Las lágrimas se le agolpaban a Vera en los ojos, y a Enzo también. Se miraron de nuevo y tuvieron que aguantar la risa. Enzo le pasó un brazo por los hombros y besó su pelo. Luego se volvió para devolverle su atención a la ceremonia.
—Irene Losas —era el turno de los votos de Pablo—. La chica de la biblioteca, con este anillo me convierto en tu esposo y te entrego todo lo que soy. Aunque ya hace tiempo que lo tienes, pero ahora, delante de todas las personas que nos quieren, te prometo que mi vida es para ti. Te quiero, Mujercitas.
***
La hora de la fiesta. Si había algo que le gustaba a Rodri de las bodas, eso era la fiesta. Y todas las primas de Pablo eran simpatiquísimas. Enzo se despreocupó por él en cuanto sonó la primera canción: podría pasarse toda la noche con Vera, que su amigo no notaría su ausencia.
Y eso hizo.
Vera y él bailaban en medio de la pista, mientras sentía que el corazón se le derretía con cada caída de ojos de la chica.
—¿Qué pasa?
—No pasa nada —sonrió—. Te observo. Llevaba mucho tiempo sin verte.
—No te lo he dicho, pero... —a Vera, las vueltas y las burbujas del champán le provocaban hormigueos en el estómago, pero sin duda la felicidad era inigualable. No hubiera dejado de girar—... Te he echado mucho de menos.
—Y yo a ti, temeraria —Enzo elevó las manos hacia el rostro de la chica.
—No, no lo entiendes. Casi me vuelvo loca.
—¿Qué no lo entiendo, dices? Yo me volví loco de verdad.
Se besaron. Y aquel beso, mientras la orquesta de la boda tocaba alguna canción hermosa de fondo, fue como si llevaran tiempo vagando por el desierto, y de nuevo pudieran volver a beber.
—¿Dónde está mi pareja de tortolitos favorita? —Irene, radiante con su vestido de novia, se acercó a ellos.
—Sabes que eres poco discreta para hacer encerronas, ¿eh? —dijo Enzo—. Mira que casarte solo para que Vera y yo volviéramos a vernos... —todos soltaron una carcajada.
—Bueno, veo que el plan no me ha salido mal... Y además me he llevado un marido guapísimo.
—Gracias por todo, Irene —Vera sonrió. Le parecía increíble que aquella novia radiante fuera la misma psicóloga del instituto—. De verdad.
—No, gracias a vosotros. Sois tan magníficos, los dos. Tan inteligentes, tan... tan jodidamente talentosos...
—¡Señorita Losas! ¡Ese lenguaje! —Enzo la riñó en broma.
—En serio. Me alegro muchísimo de que os hayáis dado otra oportunidad. Esto que tenéis —dijo la psicóloga, señalando con un dedo el pecho de uno y otro, una y otra vez— no es fácil de encontrar.
Irene se marchó, pero antes, les dio un beso en la mejilla a cada uno y sonrió. Enzo abrazó a Vera y entonces, escuchó a Rodri silbar.
Había llegado el momento de la sorpresa.
—¿Tienes buenas vistas del escenario desde aquí?
—¿Qué dices?
—Confía en mí.
—Enzo... ¿Qué pasa?
—Quédate justo aquí —Enzo besó la nariz de Vera—. Ahora vuelvo.
Cuando se quedó sola en medio de la pista, después de que Enzo saliera corriendo, Vera le dirigió una mirada de intriga a Irene. Ella se encogió de hombros.
—Señoras y señores —dijo el vocalista de la orquesta—. Hoy hemos tenido una petición muy especial. Les presentamos a FIRE 8.
Y como si un par de grupies se trataran, Irene y Vera se miraron y comenzaron a aplaudir, mientras los chicos salían al escenario. Y entonces, la chica pensó que solo había algo mejor que Enzo vestido de traje:
Enzo vestido de traje, dispuesto a tocar de nuevo, para todos pero sobre todo para ella, su canción:
—Buenas noches a todos —Enzo saludó—. Quiero dedicarle esta canción a Irene Losas, mi psicóloga y una gran amiga, que me aguanta en mis momentos más difíciles y que me ayuda cada día que entro a su despacho. Espero que seas muy feliz, Irene.
Todo el mundo aplaudió.
—Y bueno, no me quiero enrollar mucho, pero es una doble dedicatoria, porque esta canción es muy especial para mí y para mi novia, Vera, que es lo mejor que me ha pasado en la vida...
Vera se llevó las manos a la cara, con los ojos llenos de lágrimas.
Nunca se imaginó, mientras Enzo estuvo en Londres, que él volvería a cantar aquella canción para ella.
—Te quiero, temeraria.
Cuando los primeros acordes de la canción comenzaron a sonar, a Vera se le erizó todo el vello de la espalda.
How I wish, how I wish you were here.
We're just two lost souls swimming in a fish bowl...
Year after year, running over the same old ground.
What have we found? The same old fears.
Wish you were here.
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Cómo deseo, cómo desearía que estuvieras aquí. Somos sólo dos almas perdidas nadando en una pecera. Año tras año, corriendo sobre la misma tierra vieja. ¿Qué hemos encontrado? Los mismos viejos temores. Ojalá estuvieras aquí. (Pink Floyd, 1975)
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Nunca digas siempre [COMPLETA]
Teen FictionElla estaba convencida de que tenía poderes de invisibilidad, pero cuando él la miró por primera vez, todo su mundo cambió de pronto. -- Para Vera, la chica invisible del instituto, empezar a ir a la consulta de la psicóloga Irene Losas, supuso un a...