18. La cena

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Vera se terminaba de arreglar para la cena mientras el olor de lo que estaba cocinando su madre subía por las escaleras hasta el baño. Se había puesto un vestido color rosa claro y unas medias negras. Si Enzo iba a ponerse corbata, qué menos que ir a juego con él. Su móvil empezó a sonar cuando ella se echaba el último vistazo delante del espejo.

—Dios mío, no me digas que no puedes venir —dijo, nada más descolgar.

—¿Qué? No, claro que voy. De hecho, estoy en la puerta de tu casa, pero necesito que salgas.

—¿Cómo?

—¿Puedes salir?

—Sí.

—Pues venga, sal.

Vera colgó el teléfono y bajó las escaleras. Pasó por la cocina para decirle a su madre lo rico que olía y a su padre que se alegraba de que se hubiera puesto ésa camisa que le regalaron por Navidad y que nunca se ponía.

—¿A dónde vas?

—A por Enzo. Está afuera.

—¿Y por qué no llama?

—Creo que te tiene miedo, papá.

—Qué estupidez.

—No te preocupes. Le traeré.

Antonio se fijó en que su hija estaba absolutamente radiante, cosa de lo que Carmen ya se había dado cuenta, pero no aquel día, sino el sábado anterior, cuando le dijo que había quedado con "un chico". Sólo faltaba que ése chico mereciera tanto la pena como para quitarles la congoja que les daba permitir que su hija fuera a un concierto a otra ciudad.

Cuando Vera salió a la calle, Enzo la llamó desde detrás de los setos que separaban el recinto de su casa de la acera. Vera sonrió y fue hacia él.

—Estás preciosa.

—Y tú te has puesto corbata.

—Ajústamela, por favor. Soy malísimo anudado corbatas.

—¿Para eso querías que saliera?

—Claro. ¿Qué les has dicho a tus padres?

—Que iba... A coger unas flores para la mesa.

—Mentirosa. Les has dicho que venías a por mí, ¿no?

—Sí...

—Pensarán que soy imbécil.

—Pensarán... —Vera terminó de anudarle bien la corbata y luego dejó las manos apoyadas en el pecho de Enzo, sintiendo el acelerón de su corazón en las palmas—... que estás guapísimo con corbata. Vamos.

Vera le dio la mano y ambos anduvieron por el camino de baldosas hasta el porche de la casa y después hasta la puerta. La chica abrió con las llaves, y cuando entró, él dejó la guitarra apoyada en la entrada. El primero en salir a recibirle, fue Antonio.

—Lorenzo, ¿verdad?

—Enzo —corrigió el chico, sintiendo el fuerte apretón de manos del padre de Vera.

—Aquí llamamos a la gente por su nombre completo, jovencito —dijo Antonio, con el tono más grave de voz que pudo sacar—. A ti Lorenzo y a Vera, Verano.

—Papá... —le reprimió Vera.

—Pero señor, no hay nadie que...

—¡Era broma, hombre! Quería reírme un poco de ti ahora que eres vulnerable. Me llamo Antonio.

—Encantado.

—No sé si voy a pasarlo peor cuando enseñes mis fotos de bebé...

—Yo soy Carmen —la madre de Vera salió de la cocina quitándose el delantal, y le dio dos besos a Enzo—. No hagas caso de éste. Se cree muy gracioso. Y venga, todos al salón, que ya llevo la cena.

Nunca digas siempre [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora