Prólogo

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El dolor era más fuerte que mis deseos por mostrarme al mundo intacta. Cerraba los ojos intentando conseguir paz en mi interior pero lo único que conseguía al final, era dolor y deseos de herir tanto o más de lo que me habían herido a mi. No conseguía a la mujer que era después de haberla perdido. La veía en cada niño, en cada risa. Algo en mí no era lo mismo desde que la tuve en brazos y vi como sus vida se apagó dejándome sola y desconsolada. Allí seguía flotando en medio de una enorme alberca mirando el cielo buscando verla entre las nubes. Quería impulsarme a mi misma a continuar pero lo único que deseaba era estar con ella. Sentía el agua como me sostenía y haciéndome sentir libre y al mismo tiempo presa de mi misma. Había pasado más de un año de esa pérdida, más de un año en el que no tenía idea de donde estaba Nathaniel Archer. Se había desaparecido y no sabía si se había enterado de que ya nuestra hija no estaba conmigo. Lo único que sabía de él, era que sus miedos lo llevaron a ser un cobarde abandonando la posibilidad de ser feliz. No podía engañarme a mí misma, lo extrañaba como el primer día, más sin embargo mi corazón poco a poco se hacía la idea de que debía continuar sin él y hasta el momento, lo estaba consiguiendo. Vivía pero no vivía, sonreía pero por dentro lloraba. Bailaba pero ya no lo hacía con ilusión. Despertaba todos los días ver aquella pequeña urna en mi sala de estar me ocasionaba un nudo en la garganta. Tocaba mi vientre y sentirlo vacío, sin sentir sus pataditas era una de las cosas más dolorosas que nunca pensé que llegaría a vivir. Ahora..., ante todos soy Catalaia Winchester, una exitosa bailarina y productora de grandes musicales con una fama que se ha ganado con desempeño y talento de la que todo el mundo habla. Pero también soy Catalaia Winchester, la mujer a la que Nathaniel Archer había comprado y luego tirado. O así era como la prensa después de un año seguía publicando en los periódicos. Era un tema que aún después de tanto tiempo; seguía sonando de vez en cuando. Extrañaba aquellos días en los que le veía todo perfecto a la vida, ya no recuerdo lo que es dormir sin pesadillas. No reconozco quien soy y a veces me extraño. Pero no había mucho que se pudiera hacer, mi pequeña se había ido y cuando eso pasó el sentido a la vida se perdió. Solo puedo seguir ahí, flotando hasta que llegue ese día que tanto espero..., deseo con todas mis fuerzas volver a verla. Deseo con mi vida no seguir viviendo con el nudo en la garganta con el que suelo respirar. Ya no había amor, no había esperanza en mi vida, las lágrimas escaseaban de tanto llorar en las noches y siempre terminaba en el mismo lugar, nadando porque era donde único sentía que podía ser libre aunque no del todo. Nataniel había logrado lo que pretendía al dejarme; De mi se hizo una exitosa mujer, una mujer menos romántica y más realista, me convertí en una mujer empoderada sin miedo a nada, pero también creo en mi una mujer sin sentimientos. Al dejarme, mató el amor y la ilusión de mi corazón, dejarme sola para luego enfrentar la pérdida de nuestra hija sola me hizo fuerte, pero también insensible ante los demás. Ya no creía en la gente, ya no confiaba en nadie, no deseaba sentir placer, ya no creía en el amor. Había hecho de mí una mujer a imagen y semejanza suya. Exitosa en lo material, infeliz y miserable en lo más importante, las emociones abstractas. Si volvía a verle, probablemente nada sería como antes, sería un extraño al que amé pero no deja de ser eso, un extraño. Ahora solo tenía una sola meta, hacer pagar a Odette por haberme arrebatado la vida dejándome vacía, dejándome sin alma.

Después de Tí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora