Catalaia Winchester
No tenía idea de donde estábamos pero la serenidad abordaba el lugar. El sonido del mar era melodioso y por momentos me sentía relajada mientras el viento acariciaba mi rostro. Luego miraba la arena y me entristecía, no poder sentirla, no poder caminar sobre ella eran una de las cosas que no podría volver hacer. Estaba curiosa por el lugar donde estaba. Era una pequeña y acogedora isla donde en el centro se encontraba una enorme casa que nada más verla daban ganas de quedarse y nunca irse. No entendía que estábamos haciendo allí o qué era aquel lugar. Al entrar a la casa un sentido de quietud y paz abundaban el lugar. Habían más paredes en vidrio que en concreto y la sala de estar tenía una hermosa vista al mar y a la alberca. Tanto silencio me incomodaba un poco y más en mi situación.
— ¿Qué es este lugar?
— Es un lugar donde hace mucho tiempo vine y me ayudó en cierto punto a olvidarme de todo y de todos. La soledad a veces es lo único que se necesita para encontrarse a sí mismo.
— ¿Estamos solos?
Dejando las maletas a un lado asintió con la cabeza
— Compre esta isla hace unos años. No hay nadie más que tú y yo. Sé que deseas estar sola y por eso te he traído aquí. Me iré y estaré pendiente de ti y a lo que necesites. Si es espacio lo que quieres para sentirte mejor te lo daré.
No sabía qué mierda quería. Odiaba el mundo, odiaba estar sentada en aquella silla de ruedas pero también quería seguir un cuento de hadas donde al final obviamente no era feliz. No quería que se fuera, deseaba que se quedara allí, conmigo aunque fuera por pena o por amor. Apreté los dientes y deteniéndolo respondí.
— No te vayas, deseo que te quedes.
Sonrió y acercándose a mí besó mi frente.
— Me quedaré hoy, mañana, y toda la vida cariño.
Encogí los hombros desesperanzada.
— O hasta que te canses de tener una mujer que ya no es mujer.
— Te diré algo que se que quizá no lo creas, pero nos da una esperanza sobre todo esto. — Sacando de un maletín unos documentos me los acercó — He hablado con el médico y te han hecho otros estudios más profundos.
— ¿Para qué? Ya sabemos cuál es mi diagnóstico.
— Si recibes fisioterapia y rehabilitación puedes volver a caminar paulatinamente. No estás totalmente paralitica.
No lo creía, simplemente no podía creerle porque era algo que veía muy lejos de ser cierto. Era algo tan maravilloso que simplemente me daba terror creer. Con los ojos sollozos respondí.
— Nathaniel, no interés esperanzarme en algo que no tiene solución.
Sus manos se deslizaron por mis muslos suavemente y colándose debajo de mi vestido respondió sin dejar de mirarme a los ojos con esa mirada que provocaba querer ser suya nuevamente.
— ¿Sientes mis manos? — Dije que si con la cabeza algo ruborizada— es todo lo que necesitamos, que sientas. Pero quiero que tú quieras salir de esa silla.
Secando una lágrima que había caído de mis ojos suspiré y sintiendo que pronto terminaría rindiéndome y esa fachada de dureza se quebraria totalmente.
— No quiero estar más sentada aquí. No tienes idea de lo que me tortura estar aquí.
Esperaba una respuesta de aliento o un sermón disfrazado pero Nathaniel podía llegar a sorprenderme sin yo esperarlo. Cargándome en brazos subió las escaleras hasta llevarme a la habitación principal de la casa y había quedado totalmente anonadada. La habitación principal tenía el tamaño de un apartamento con todo y su sala de estar; pero lo más que me encantaba de aquella habitación era el enorme balcón con vista al mar que poseía. Tumbándome en una enorme y cómoda cama, se sentó a mi lado.
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Después de Tí
RomanceTras pasar un año donde sus vidas aparentemente habían tomado rumbos distintos, Catalaia había logrado alcanzar un reconocimiento internacional como bailarina logrando luego convertirse en productora de grandes producciones. Ante todos aparentaba es...