Catalaia Winchester
Dos semanas después
Nunca había sentido la sensación de respirar pero al mismo tiempo sentir que estaba muerta. Los días no tenían sentido, existir no tenía sentido para mi. Lo único que deseaba era despertar de aquella pesadilla o morir a estar atada a aquella maldita silla de rueda. Causaba lastima, me miraba al espejo, lisiada, demacrada y aún más quería dejar de existir. Ya no podría bailar y mi vida era eso, bailar desde que tengo memoria. Ya no había nada que me hiciera querer estar consciente. Tenía mis puntas en mis manos y mirándolas por última vez vi en ellas mi sueño frustrado, verlas me dolía. Derramando una lágrima las empape en gasolina y tirándolas sobre una plancha de metal las prendí en fuego viendo cómo comenzaban a consumirse lentamente. Mis pupilas se perdieron en las llamas y viendo cómo se desintegraban cerraba definitivamente el capítulo más importante de mi vida. Nathaniel entró a la terraza y al ver que estaba quemando mis puntas intentó detener el fuego pero lo detuve frialdad.
— No te metas
— ¿Por qué has hecho esto?
— Porque es lo que es, es la realidad. Déjame sola
— Cata...
— Que te vayas.
— Eleanor te necesita, hace más de dos semanas que no la vas a ver. Yo te necesito, siento que no estás.
Levante la mirada y mirándolo fijamente asentí con la cabeza.
— Tienes razón, no estoy. Ya no estoy. Eleanor no me necesita y tú tampoco. Eleanor necesita una madre que pueda hacerse cargo de ella, no una lisiada. Y tú, necesitas una mujer completa, no a medias. Y yo..., no me interesa seguir jugando a la familia feliz.
Empujando la silla de ruedas salí de la terraza y buscaba estar sola pero no lo encontraba por ningún lado. Me sentía asfixiada. Solo quería estar lejos, muy lejos. Entré a la biblioteca y encerrándome arrastre la silla hasta una pequeña mesa y agarrando el ordenador lo encendí buscando a donde poderme ir sin regresar jamás. Tenía en la cuenta bancaria cien millones de libras esterlinas, podía irme lejos y no regresar jamás. Ser una lisiada pero no serle estorbo a nadie. Pero antes habían cosas que debía solucionar. Agarré el móvil y le marqué a Alice. Quería antes de irme dejarle a ella todo lo que tenía que ver con el baile, cederle todo y jamás volver a saber ni de ella ni mucho menos del teatro. Había quedado con ella para vernos al día siguiente y luego de eso me quedaba la parte más difícil, despedirme de Eleanor para siempre aunque doliera. Busque por horas lugares a donde poder ir hasta que había conseguido uno. Cruzaría el océano para literalmente poner distancia entre Nathaniel y yo para que pudiera comenzar de nuevo. Sin pensarlo compré un boleto de avión sin regreso a Buenos Aires y no había logrado conseguir el lugar donde comenzar a vivir cuando Nathaniel enojado entró a la biblioteca y pretendiendo quitarme el ordenador comenzó a forcejear conmigo.
— ¡Déjame en paz!
— ¡Basta! ¡Joder basta ya! ¡No eres la única que sufre! No eres la única que siente que todo está jodido. Me siento como una mierda, y ¿sabes por qué? Porque se que nada de lo que haga hará que te levantes de esa silla. Y jode, no sabes cuánto Catalaia. No irás a ninguna parte, no la harás.
— No eres nadie para impedirme nada Nathaniel. Deja de meterte en mi vida, es mi jodida vida. Ya no quiero esto, no quiero seguir aquí.
— Eres mi prometida, si puedo hacerlo.
Quitándome el anillo de mi anular respondí
— Era..., era tu prometida. Las cosas han cambiado. Toma, te devuelvo tu anillo.
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Después de Tí
RomanceTras pasar un año donde sus vidas aparentemente habían tomado rumbos distintos, Catalaia había logrado alcanzar un reconocimiento internacional como bailarina logrando luego convertirse en productora de grandes producciones. Ante todos aparentaba es...