Nathaniel Archer
No quería volver a esos tiempos, si bien el sexo era jodido en mi vida comenzaba a trastocarse todo nuevamente. No soportaba usar de excusa el embarazo de Catalaia para evadirla totalmente pero prefería eso a quedar ridiculizado frente a ella. Escuche la regadera abierta y nada más de imaginarla desnuda rodeada por el vapor del agua hacia mi mente volar mucho más que verla literalmente. Abrí la puerta lentamente cuidando que no me viera y de solo verla me había acalorado. Estaba sentada sobre la banca de la ducha y mientras enjabonaba su piel lo hacía con una suavidad y lentitud que daba pie a mil fantasías. Llevábamos tres semanas sin sexo y al menos yo me conformaba con mirarla y ver cómo se daba placer a escondidas. Ver cómo abría sus piernas, sus dedos se frotaban suavemente sobre su clítoris mientras su otra mano jugaba con sus pezones era..., jodidamente excitante. Su cuerpo, la espuma sobre su piel y como el agua caía sobre su vagina me enloquecía. Verla provocaba el mismo orgasmo que tenerla dentro. Verla masturbarse con la morbosidad que ser mujer le había provocado bastaba para que tuviera un orgasmo y ella ni se enterase. Pero la mayoría de las veces no llegaba ahí por pena de mi situación. Por más que intentaba actuar y ser normal era algo que no lograba y aceptarlo era resignarme a vivir con ello. Antes de que saliera de la ducha dejé de espiarla e intenté dejar de pensar en ella, y con lo que fantaseaba cada vez que la miraba. Tenía muchas cosas importantes, más importantes que el sexo y cosas banales como esas. Regrese al único lugar donde no me sentía fuera de órbita, mi estudio rodeado de trabajo y negocios. Allí estaba Ellen esperándome tal como habíamos acordado y ella siempre tenía una pregunta poco sutil en su repertorio sin filtro.
— He traído lo que me has pedido pero, permíteme preguntar ¿Para qué compraste esa propiedad? Gastaste casi diez millones en un teatro. ¿Ahora te gusta gastar en frivolidades?
— Es para Catalaia. Odette ha jodido el teatro donde ella hacía sus musicales. No quiero que siga dependiendo de teatros rentados o ajenos. Quiero que tenga uno propio.
— ¿Ajá y crees que lo va a aceptar? No la conozco mucho pero se nota que es muy independiente y orgullosa tanto o más que tú.
Encogí los hombros sin saber realmente cómo hacerle llegar el teatro sin que me lo rechazara.
— No se como le voy hacer pero tengo que encontrar la forma. Es su sueño y está decaída pero más que decaída, está extraña. Es como si poco a poco se fuera endureciendo, se está poniendo insensible a las cosas.
— Igual a ti, es obvio que ella no sabe muchas cosas sobre ti, sobre tu padre por ejemplo.
Apreté los dientes y suspirando con algo de incómodo respondí.
— Por lo mismo, no quiero que caiga en el mismo abismo en el que me encuentro yo. No se si lo nuestro vaya a durar meses o una vida entera, pero mientras esté a mi lado, haré lo posible porque eso no ocurra.
— ¿Conseguiste que ella firmara los documentos?
— Si, sin saberlo ahora todo lo que es mio, técnicamente le pertenece por un año.
Ellen se recostó en la silla y jugando con una pluma otra vez se quedó callada y eso solo significaba una cosa, maquinaba algo en su cabeza.
— Sabes, mi marido era un hijo de puta, y yo era una ingenua. Por doce años estuve casada con un mafioso y no me di cuenta. Pensaba que era un empresario respetable y no era más que un criminal. Pero hay algo que aprendí de él. No era un criminal común y corriente. Mataba y al mismo tiempo, no lo hacía. Contadas las veces que mandó a asesinar a alguien. El hacía que sus enemigos se mataran entre sí. Los movía como fichas de ajedrez a su conveniencia hasta hacer que unos a otros se matasen sin el tener que apretar de un gatillo para hacerlo.
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Después de Tí
RomanceTras pasar un año donde sus vidas aparentemente habían tomado rumbos distintos, Catalaia había logrado alcanzar un reconocimiento internacional como bailarina logrando luego convertirse en productora de grandes producciones. Ante todos aparentaba es...