Capitulo 44: Lluvia al corazon

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Nathaniel Archer

Había aguantado tanto, no se como había sido capaz de abstenerme tanto tiempo sin ir y devorarla, hacerla mía. Su olor, su sabor, su humedad me volvía loco. Podía pasear mi lengua sobre su vagina por horas y de solo escuchar como gemía era el placer más intenso que podía experimentar. Estaba totalmente embrujado por ella, por su cuerpo, por su piel, por esa jodida vagina que de solo probarla me convertía en un animal. Estaba más mojada de lo normal, más caliente, más receptiva y eso me ponía aún más. Mi lengua había ocasionado que su cuerpo experimentara el primer orgasmo de la noche. Quería penetrarla, moría por hundirme en ella y no pudiendo retrasar más el deseo, abrí un poco más sus piernas dejando camino libre a mi erección pero ella rápidamente me detuvo temblando.

— ¿Qué ocurre nena?

— ¿Haces esto para hacerme sentir bien?

Sonriendo, me hundí en ella empalándola hasta el fondo besando sus labios. Entraba y salía suavemente de su vagina y perdiéndome entre sus labios le respondí su pregunta.

— ¿Crees que estaría así de duro si no te deseara? Me tienes duro, muy duro. Estoy tan duro, que podría follarte hasta convertir sus gemidos en gritos y hacer que tus ojos lloren de placer.

Veía en sus ojos miedo, temor a volver a sentir placer y sobre todo a sentirse mujer. Tenía la absurda idea de que su parálisis le había restado sensualidad y ahora era menos mujer. Pero no tenía ni idea de lo que estaba pensando. La seguía deseando como un loco. No había momento en el que no deseara hacerle el amor. Quizá ella aún no lo captaba o no se daba cuenta, pero le pertenecía totalmente. El calor que habitaba en sus entrañas, la humedad que acondicionaba cada embestida haciendo la próxima más suculenta era como una droga que jamás podría dejar atrás y tampoco quería hacerlo. Sus labios rosados, carnosos y al mismo tiempo con toque tímido e inocente eran perfectos para besarlos hasta buscar desgastarlos. Sus manos tímidamente tocaron mi piel con algo de curiosidad. Sus dedos se paseaban por mi espalda mientras nuestras miradas iban entrelazadas una a la otra. Las paredes de su vagina se contraían llevándome a mí a un estado de levitación de la que me fascinaría estar constantemente. Moví mis caderas sobre ella apoyando mis brazos en el cabezal de la cama retándome a mi mismo a controlar esa fuerza que se descontrolaba en mi cada vez que la tenía desnuda y abierta para mi. Sus pezones se habían endurecido y su piel había tomado un rubor que dejaba fluir mil fantasías en un mismo tiempo. Era más que sexo..., cada vez estaba dentro de ella era como si pudiera conectar más allá del cuerpo, más allá del deseo. Ella era la pieza que logra complementar lo que soy. No pedía nada más que estar entre sus brazos. Era capaz de renunciar a todo lo que tenía con tal de estar junto a ella. Aquella noche había logrado conseguir un orgasmo, había estallado en mil placeres como en plena despedida de año. Había buscando tanto y justo cuando me daría por vencido la había encontrado ella era tan perfecta como la había imaginado, se había metido en mi ser y difícilmente podría salir de ahí. Su cuerpo había quedado temblando debajo del mío y apenas pudiendo hablar, derramó una lágrima la cual sequé rápidamente preguntando preocupado.

— ¿Te he lastimado?

Negó con la cabeza

— Ya a pocas cosas les tengo miedo pero hay una que me sigue aterrando.

— ¿Cual?

— Que dejes de quererme. Que un día ya no sientas nada, que la vida y las circunstancias terminen separándonos.

Besando su frente me acomodé en su costado y abrazándola contesté indignado por su pensar.

— No te quiero, te amo. No habría forma que dejara de amarte porque te necesito igual que necesito el aire. Catalaia aún no entiendes algo, antes de ti no me encontraba, estaba perdido y me daba igual morir o seguir respirando. Desde que entraste a mi vida le encontré el sentido a vivirla.

Después de Tí Donde viven las historias. Descúbrelo ahora