Cap.- 27 Retoño de un ángel caído

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10:20 PM vιe., 24 de αвrιl
cιυdαd de Hιll Soυl

Observé el exterior del patio trasero, fascinada al ver las hojas de los árboles caer.

Adoraba los espacios naturales; por más minúsculos que estos pudieran ser, era como si una fuerza invisible de la Madre Naturaleza me atrajera. Puede que fuese precisamente aquello lo que me provocara que, desde mi infancia, tuviera la imperiosa necesidad de perder la vista en el horizonte como en una constante búsqueda de mis propias raíces.

Miré fijamente los árboles, ellos comenzaban a pasar de su gama cromática de verdes hasta llegar a colores cálidos, como si en tan solo segundos, el otoño hubiera hecho paso ante mis ojos.

—¿En qué piensas? —la voz de Daniel se hizo presente.

Desvié mi atención hacia él, quien había entrado a nuestra habitación compartida.
Este, traía consigo un libro; algo nada fuera de lo común.

—En nada —respondí, mirándolo fijamente mientras se sentaba en la cama frente a mí.

—Durante el viaje hasta aquí, no has dicho nada.

—De qué sirven las palabras, si mis acciones dan a entender claramente lo que me pasa.

—Bueno, tú sigue en… —señaló la ventana de la habitación; la cual se ubicaba frente a mí—, lo que estabas —se acomodó sobre la cama, descansando su espalda en el respaldar de esta—. Yo necesito concentrarme, así que… No pienses en voz alta —dijo a la vez que tomaba el libro entre sus manos.

—No lo hago —aclaré.

—Tus pensamientos hacen mucho ruido, aunque me digas lo contrario —comenzó a leer su libro.

Solté una bocanada de aire y miré nuevamente hacia la ventana. Al ver los árboles que observaba hace unos instantes, mis expresiones de sorpresa y confusión fueron inevitables de ocultar.

Entre todos los frondosos y verdes robles, resaltaban los únicos de colores ocres que sus hojas habían sido marchitas a causa de mi magia. Estaba segura que había sido yo, ya que algo similar había hecho cuando estaba en el bosque Damna junto a Oliver y la pequeña bestia.

—Daniel —lo llamé, sin poder evitar sentirme angustiada.

Él no me respondió, pero supe que me estaba oyendo.

—¿Por qué no puedo controlar lo que hago?… En ocasiones… Mis actos son involuntarios, y en ciertas situaciones temo el hecho de no poder detenerme a tiempo.

Daniel apartó su visita del libro y me miró expectante, dándome a entender con su mirada que prosiguiera.

—Tengo miedo de poder lastimar a las personas que quiero —confesé—. Por más que lo intente, siento que cada vez voy perdiendo el control de mis poderes y de mí misma… Hago un esfuerzo tremendo para no acabar con todos quienes me rodean… Mis pesadillas ya casi no me dejan dormir, y esas voces…

—¿Qué voces? —me interrumpió interesado.

—Las que me incentivan a sacar una parte que no quiero de mi personalidad —hice una pausa—. ¿Crees que estoy enloqueciendo?

—Creo que estás resistiéndote demasiado —aseguró.

—¿Resistiéndome a qué?

—A tu verdadero ser —sus impávidos ojos se fijaron en los míos—. No puedes amarte a ti misma si no aceptas tu maldad interior.

—¿Y qué sucederá si la maldad me termina por consumir?… ¿Y si eso conlleva a que me sienta más muerta que viva?

Él sonrió apacible—. Nunca debes temerle a la muerte, tienes que morir unas cuantas veces para poder sentirte vivo.

𝐒𝐚𝐧𝐠𝐫𝐞 𝐌𝐚𝐥𝐝𝐢𝐭𝐚 [𝓣𝓮𝓻𝓶𝓲𝓷𝓪𝓭𝓪]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora