Capítulo 16

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Al día siguiente, todo le daba vueltas.

Apenas abrió los ojos, los cerró de vuelta.

La luz le caló como si tuviera el sol a centímetros. La cabeza iba a explotarle, estaba mareado y quería vomitar.

Creía tener un vago recuerdo de haber hablado con Ten en la mañana, pero creía que había sido un sueño. Algo le decía que lo había sido.

Con pesar, se levantó de la cama del tailandés y caminó a rastras a su propia habitación.

Planeaba dormir más, pero no soportaba su propio olor, así que se dio un baño primero.

Mientras se desvestía, sacó su teléfono de su bolsillo y notó que no tenía batería.

Mierda.

Bueno, lo cargaría después.

Se bañó lentamente ya que si se movía rápido vomitaría.

¿Pero qué iba a vomitar? Podría jurar que no había nada en su estómago después de anoche.

El pensamiento lo hizo sentirse ansioso.

Renjun.

Dios, esperaba no haber hecho nada estúpido frente a él, pero no había manera de que lo supiera hasta que le preguntara a sus amigos.

Cuando ya estuvo seco y vestido, la señora Xi tocó la puerta de su habitación.

– Joven Liu – sonrió compasiva – ¿cómo está mi pequeño? –

– Creo que voy a morir, nana – se quejó acercándose a ella para dejarse caer contra su cuerpo.

La mujer lo apapachó, intentando con todas sus fuerzas sostenerse en su lugar. Tal vez YangYang no era alto, pero si era mucho más grande que ella.

– Vamos, niño – lo separó – te hice un caldo muy picante para curar tu resaca –

El otro hizo una mueca.

– ¿Cree que funcione? –

– Lo ha hecho por años – aseguró.

El menor asintió antes de seguirla a la cocina.

Esperó pacientemente a que ella le sirviera y, por extraño que haya sido para él, la comida no le provocó asco, sino que le cayó de maravilla. Aunque había sudado mucho, por el picante.

Se sentía mucho mejor cuando terminó de comer. Ya estaba más que listo para enfrentar el regaño de Kun.

Hablando de.

– ¿Dónde está Kun ge? – preguntó a la mujer, que lavaba los platos.

– No me lo dijo, cielo. Sólo tomó sus llaves y salió –

– ¿Llevó a Ten con él? –

Ella lo miró desconcertada.

– No – frunció el ceño – el joven se fue en la mañana –

– Oh, ¿salió también? –

La mujer negó una vez más y se acercó al menor.

– Él se fue, cariño. Dijo que volvería más tarde por sus maletas y las dejó en el recibidor –

YangYang, incrédulo, se levantó corriendo a verificar y, en efecto, en el recibidor estaban las maletas del tailandés.

Justo en ese momento, Kun iba llegando.

– ¿Qué es esto? – señaló al equipaje.

– Buenos días a ti también – respondió sarcástico.

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