Capítulo 18

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– ¿Hay algún problema con eso? – preguntó el tailandés.

– No – se apresuró a negar el otro, despojándose de la toalla que traía encima – ¿de qué hablaron? –

Ten miró hacia otro lado, lo que le costó casi toda su fuerza de voluntad.

Había salido simplemente a despejarse, pero en el supermercado se encontró con su ex y conversaron.

El menor había comentado casualmente que su intento de relación no había funcionado. Se había idealizado erróneamente con el otro tipo y, por consiguiente, las cosas no habían salido bien. Al parecer "no hay dos como tú, Tennie".

– Bueno – carraspeó – como que me pidió perdón. Pero no fue lo suficientemente bueno, supongo – se encogió de hombros – obviamente me extraña. Soy muy genial –

El chino rió divertido.

– Supongo que sí – dijo saliendo de su vestidor.

Ten, entonces, se giró a ver a su amigo. Abrió los ojos con sorpresa.

– ¿Por qué aún no te vistes? –

– Relájate, pervertido – rió, abriendo el cajón del buró junto a su cama – olvidé mi rastrillo nuevo –

– Ah – murmuró el tailandés, avergonzado.

Bien, Kun estaba mintiendo.

Esa misma mañana se había afeitado y tenía un rastrillo perfectamente funcional en su ducha, pero, aunque odiaba admitirlo, odiaba a sobre manera la idea de Ten saliendo con su ex.

No sabía por qué, simplemente lo odiaba. Suponía que era por que el tipo había sido un puto idiota y todo eso, así que no quería que pensara más en él. Y si tenía que usar su cuerpo para hacerlo, pues ni modo.

Pero también él estaba siendo un puto idiota, por que, si Ten le hubiera preguntado dónde había estado él, le habría respondido la verdad: fue a desayunar con Doyoung.

No sólo eso, compartieron un romántico beso de despedida. No se prometieron nada, al contrario, pero eso nadie tenía que saberlo, ¿no?

¿No?



Ese mismo sábado, durante la noche, fue básicamente el día más feliz en la existencia de Yukhei desde que había llegado a Corea.

Por primera vez, Sicheng había aceptado salir con él. Bueno, más o menos. El menor le había asegurado que conocía el mejor ramen de China, y el otro había aceptado acompañarlo.

Claro que, Sicheng para nada esperaba que Yukhei lo recogiera en una moto o que lo llevara a un puesto de comida callejera.

– ¿Es seguro comer aquí? – preguntó cuando se sentaron.

Observaba todo meticulosamente y estaba intentando con todo su ser no tocar nada.

– Claro que lo es. Vengo aquí todo el tiempo – sonrió.

– Bien – se limitó a responder.

Yukhei suspiró.

Podía ver desde kilómetros lo incómodo que estaba el mayor y lo diferentes que eran en cuanto a clases sociales o costumbres.

– Si quieres podemos ir a otro lugar – se encogió de hombros – ¿te parece un restaurante un poco más lujoso? – se levantó de su silla – tú puedes... –

Sicheng lo detuvo del brazo.

Lo miró a los ojos y sonrió cálidamente.

– Éste lugar huele bien – eso era verdad – me gusta – eso no.

La realidad era que simplemente se había sentido mal al ver la vergüenza en los ojos de Yukhei. No tenía absolutamente nada de que avergonzarse. Al contrario, debía estar orgulloso de no ser un estúpido estirado como él.

– ¿Estás seguro? –

– Claro que sí – rió – es más, tú pide por mi. Sorpréndeme –

– Ok – sonrió entusiasmado.

Luego le gritó algo en cantonés al cocinero, que le gritó de vuelta.

– Y – carraspeó – ¿vives por aquí? –

– A unas calles – asintió el menor.

– Suena... interesante – sonrió – supongo que es divertido andar por aquí –

– Lo es. La gente es muy amable cuando te conoce. Pero al principio no – rió – aún recuerdo que mis primeros días aquí tuve que andar por la vida con una mirada de chico malo. La primer persona que me trató bien fue la señora que vende las frutas en un mercado cercano. A partir de ahí, comencé a conocer a más gente y el resto es historia –

Para su sorpresa, Sicheng estaba fascinado de escucharlo.

– ¿Cómo es donde vives? – preguntó el menor, sacándole de su pequeño trance.

– ¿Mi vecindario? – resopló – silencioso. Ni siquiera le hablo a mis vecinos –

– ¿En verdad? –

– ¿Los has visto? – levantó una ceja – sólo se dedican a mirar por la ventana para criticar lo que ven –

– Eso suena horrible – comentó divertido – e interesante, tengo que admitir –

El mayor sonrió embelesado.

Él se la pasaba quejándose de su casa "diminuta" (de dos plantas, con tres recámaras, dos baños y medio, jardín trasero y terraza), mientras a Yukhei le parecía interesante lo aburrido la situación.

Estuvo a punto de decir algo, cuando un tipo restregó su pecho contra su espalda para tomar algo de la mesa.

– Lo siento, lindo – sonrió.

Sicheng se giró a mirarlo.

Un tipo más joven que él, más bajo e indudablemente guapo. Apestaba a alcohol.

– No me llames así – respondió con tono neutro antes de darle la espalda otra vez.

– Lo siento, encanto – se acercó el extraño – ¿dijiste algo? –

– Oye, amigo – espetó Yukhei, levantándose – lárgate. Estamos a punto de cenar –

– Oh, lo siento – respondió con sorna – creo que estaba hablando con éste chico que parece príncipe. No contigo –

– Escucha, idiota... –

– Está bien – lo interrumpió Sicheng, interponiéndose entre ambos – ya empacaron nuestra comida. Vamos a comer a otro lado, ¿sí? –

Lucas ni siquiera parecía escucharlo. Estaba demasiado concentrado mirando enojado al otro tipo.

– Lucas – insistió, tomando su rostro para que lo mirara – quiero ver tu departamento – sonrió – ¿por qué no me lo muestras? –

El menor entonces sonrió como idiota al hermoso peli rosa frente a él.

– Claro – tomó la bolsa de la comida – vamos –

– ¿De verdad vas a ir con él – se quejó el desconocido.

– Huele mejor – se limitó a responder el otro, dándole la espalda.

Yukhei soltó una carcajada y caminó detrás de él hasta que llegaron a la moto.

Una vez aseguró su comida debajo del asiento y le puso el casco al mayor, suspiró pesado.

– Lo siento por eso – hizo una mueca – supongo que eso no te pasa en los lugares que frecuentas, ¿no? – rió amargamente.

– ¿Idiotas que se creen coquetos? – rió – me pasa en todos lados – dijo antes de golpear al menor del brazo – vamos, tengo hambre –

Sin decir nada más y estando totalmente satisfecho, Yukhei asintió y subió a su motocicleta.

Por mucho que quisiera convencerse de que dejara de soñar, entre más conocía a Sicheng, más le gustaba.

Era un caso perdido.

Pero al menos no era el único.

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