Bajo un cielo que inspiraba sosiego, a la par del viento que deseaba convertirse en algún vendaval, ellas andaban. Este deseo del viento, de tomar fortaleza, se igualaría a los mismos deseos de ellas de encontrar la plenitud que su provincia les habría de prometer.
El nublado cielo no podría quedarse atrás en esta contienda del destino, y pronto tendría que formularse deseos. Si la luz, de aquel cenit pronto a desaparecer, se filtraba, lograría su simple cometido: hacer relucir las calles del vecindario por el que ellas avanzaban. Pero el nublado cielo no iba a permitir lo que el astro rey deseaba; tendría que hacer uso de los cúmulos de grisáceas nubes para detenerlo. Y así lo hacía, y ya inundaba de un vago sentimiento de incertidumbre a la provincia de Roanne.
Natalie y Addison habían de recordar y asegurar lo que siempre les caracterizaba, y con lo que siempre serían recordadas por quienes tuvieron el privilegio de conocerles: la perturbadora fuerza de su cariño, aquel consolidado en el transcurso de tres estaciones del clima, partiendo de aquel que les fascinaba y por el que esa tarde eran cobijadas.
El otoño les era reconfortante. Y era el otoño el responsable de teñir los fríos edificios de una calidez inigualable, y de resaltar los vivos colores con que vestían esas mujeres andantes.
Era el naranja del abrigo afelpado de Natalie, que combinaba con el azulado del de Addison. Hacia el suelo, ambos colores culminaban en oscuras mallas que se perdían en el mismo color de sus parecidos botines. Hacia el cielo, terminaban a pocos centímetros de acariciar sus mentones; mentones claros, jóvenes y suaves como la brisa que les impactaba con delicadeza y les protegía de casi 25 años.
Ambas se encaminaban hacia la cumbre de su basta calma, una calma tal vez solo superficial; el fondo entonces adquiría mayor significado como su ritmo discreto de andanza.
La necesidad de protección hacia Addison, predominaba en Natalie, resaltándole una figura maternal que la primera difícilmente notaba. Y Addison solo le veía como el reemplazo de las personas que en algún momento tuvo la desdicha de perder y de poco a poco olvidar.
A medida que caminaban dejando el recuerdo de su aroma en el viento, y a medida que con la mirada consumían los tonos de los edificios y sus balcones de forja, a lo largo de la calle Loira, se aproximaban hacia Belleville, el vecindario cuya calma comenzaba a decaer, y el motivo alguien lo conocía a la perfección.
Era en ese vecindario donde una magnífica sorpresa aguardaba.
—Grace ya solucionó su inconveniente y no irá al hospital esta vez. Será parte de esta sorpresa —dijo Natalie caminando por debajo de la acera, a la izquierda de su estimada, mientras introducía su mano en el bolsillo de su abrigo para extraer su pequeño reloj de brillante y plateada leontina.
Addison borró de su rostro la sonrisa que ya le había provocado la plácida caminata. Antes de responder a aquel anuncio, le arribó cierto desagrado.
—¿Por qué tiene que serlo? Debe tratarse entonces de alguien muy especial.
—Es grato saber que ella es alguien en quien se puede confiar. Su ayuda siempre ha sido inigualable y hoy también lo será —respondió sonriéndole. Devolvió el reloj a su bolsillo, elevó la mirada y divisó, en la lejanía, la calle que les daría entrada a dicho vecindario.
—¿Tienes motivos para decirlo? —reclamó.
Natalie se detuvo y pronto lo hizo Addison. La primera la tomó de las manos y la miró a los ojos como la madre que mira a su hija ante una inquietud.
—Los tengo. Hoy es un día especial en tu vida y esa amable mujer debe estar ahí.
Esas palabras conmovieron la tranquilidad de Addison.
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LA RUE BELLEVILLE
Mystery / Thriller⭐✒️Obra ganadora de los Wattys 2022 en la categoría de horror ✒️⭐ Inevitables asesinatos azotan la provincia de Roanne. Arrastran una insondable estela de explicaciones que solo se esconden en los recuerdos de la doctora Natalie Bellerose, recuerdos...