| 𝐖𝐄𝐋𝐂𝐎𝐌𝐄 𝐓𝐎... 𝐓𝐇𝐄 𝐔𝐍𝐈𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 𝐎𝐅 𝐁𝐀𝐊𝐔𝐆𝐎 𝐊𝐀𝐓𝐒𝐔𝐊𝐈 |
‧₊˚✧| Diferentes mundos, escenarios, momentos, experiencias y sentimientos junto al mejor de los personajes: Katsuki Bakugõ. Conviértete en la protagonista y vive mi...
El silencio invade la sala en común de los dormitorios. Nadie se mueve, nadie dice nada, siquiera intentan respirar. La tensión en el ambiente es tal que nadie desea ser destruido por ésta y se limitan a simplemente observar la escena frente a sus ojos; la lucha determinada e imparable que, pese a las horas que transcurrieron, nadie podía descifrar aún quién saldrían vencedor.
Dos reinos levantaban sus espadas para defender a su rey a muerte; a una muerte silenciosa, sin sangre que derramar sobre el terreno de escaques claros y oscuros, a través de movimientos cortos y que, a primera vista, son simples e insignificantes, pero cada uno te acerca o te aleja de la victoria. Las tropas del frente, para ambos reinos, habían sido destruidas, devoradas. Ahora, algunos de sus guerreros más fuertes; los que cabalgan realizando excéntricos movimientos, los que montan la torre y atacan de frente, y los que atraviesan el campo en diagonal con gran rapidez; aún se mantenían de pie con la esperanza de realizar aquel gran y victorioso movimiento voraz que derroque al rey del reino oponente. Todo con la fuerza y el respaldo de la gran dama, la reina que todo lo ve y todo lo logra.
A su vez, dos pares de ojos que observaban la lucha desde lo alto, cruzaban miradas intermitentes y cargadas de ímpetu, dando con ellas el tenso ambiente en conjunto a las amenazas y declaraciones de guerra que iniciaron desde el minuto cero que cada guerrero se adentró al terreno.
—Te propongo una apuesta. —Tu voz; tensa, ronca y amenazante, cortó el silencio y todas las miradas se posaron en ti.
Aquellos ojos rojos frente a los tuyos no apartaron su punto de mira, y ahora te observaban atentos, cargados de protervia y arrogancia.
—Habla —murmuró con firmeza en su ronca voz.
Tu mirada cayó a su rey, el que portaba la corona negra, y lo miraste con un deseo voraz y confiado de que sería el próximo —y el último— en caer sobre la lisa y plana superficie. Volviste a alzar la mirada a tu oponente, con tus mejillas tensas formando una endeble pero vil sonrisa, y el rubio ceniza frunció el ceño cuestionándose qué pensamientos surcaban esta vez por tu sonlocada cabeza.
—Apostemos —declaraste. Tu oponente enarcó una ceja—. Si yo gano, harás lo que te diga.
Los espectadores de la batalla aún se mantenían en silencio, intercambiando miradas entre ellos y formando pequeñas circunferencias con sus labios ante tus desafiantes palabras. Algunos estaban orgullosos por tu coraje ante la bestia de la clase 1 A, y otros ya se preparaban para intervenir cuando la fiera saltase a tu yugular, mientras que el resto ya se había adelantado con las apuestas, poniendo en juego dinero, alimentos y las respuestas de la tarea.
