| 𝐖𝐄𝐋𝐂𝐎𝐌𝐄 𝐓𝐎... 𝐓𝐇𝐄 𝐔𝐍𝐈𝐕𝐄𝐑𝐒𝐄 𝐎𝐅 𝐁𝐀𝐊𝐔𝐆𝐎 𝐊𝐀𝐓𝐒𝐔𝐊𝐈 |
‧₊˚✧| Diferentes mundos, escenarios, momentos, experiencias y sentimientos junto al mejor de los personajes: Katsuki Bakugõ. Conviértete en la protagonista y vive mi...
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9 de agosto.
Siempre recuerdo el 9 de agosto.
Fue el mejor día de mi vida.
Fue el mejor porque Bakugõ Katsuki me invitó a una cita.
Él y yo vamos a la misma preparatoria, pero Bakugõ es un año mayor. Así que solo podía verlo en los descansos, entre las mesas del buffet, en la biblioteca, o cuando toma sus libros del casillero, el cual está a seis casilleros de distancia del mío.
Jamás habíamos cruzado alguna palabra antes. Si se puede llamar conversación, lo nuestro no pasaba a más que miradas. Las mías eran curiosas y enamoradas... Algo que no noté hasta que Mina me lo dijo.
—Ey, (Nombre). —Ella me codeó el brazo, y salté en mi asiento como si hubiese recibido un disparo—. Estás distraída, eh —alzó sus cejas repetidas veces, mientras aún masticaba la hamburguesa que se pidió en el buffet—. ¿Qué tanto miras?
—No miro nada. —La risa nerviosa que dejé escapar me delató más que mis movimientos inquietos y sin sentido. Así que enfoqué mi visión en el puré de papas sobre mi bandeja, que parecía susurrarme que no podía engañarme ni a mi misma.
No podía verla, pero sabía que Mina me atravesaba con sus ojos de lado a lado. Buscando estudiarme como si me conociera más que mi mamá, y como si yo fuese la persona más descifrable de este mundo.
Y no se equivocaba.
Sentí cómo acercó exageradamente su cuerpo al mío, hasta casi pegar nuestras cabezas, y entornó sus ojos en la dirección que yo antes me había quedado perdida casi diez minutos seguidos.
—Ajá —expresó, como si hubiese resuelto las pistas de un crimen—. ¿Y cuándo pensabas decírmelo? —se alejó y me miró inquisitiva.
—¿Decirte qué?
—Que te gusta Bakugõ —habló con naturalidad.
Mi pie fue directo a patear el suyo por debajo de la mesa.
—¡No me...! —me detuve al ver que varios rostros en la cafetería se volteaban por mi exaltación. Mina sonreía—. No me gusta él —susurré, evitando decir su nombre por miedo a terminar invocándolo o que me oyera pese a los metros de distancia.
