Capítulo 13 - Puro como la muerte

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―¿De verdad quieres que te diga lo que estoy pensando? ―le preguntó Katherina a su maestro― Me impresiona que por primera vez en cuatrocientos años no sepas lo que hay dentro de mi ser.

―Soy su maestro, no su espía. Solo utilizo esas cosas cuando es necesario, ahora no lo es.

Katherina se levantó del sofá de terciopelo negro de aquel salón iluminado por la chimenea a su costado izquierdo, mientras el Jinete la observaba sentado frente a ella.

―Cuando yo era niña, todos los domingos, mi papá nos llevaba a mi madre y a mí a comer al campo. Estábamos ahí hasta que las estrellas y la luna iluminaban el pasto en el que nos recostábamos los tres ―comenzó a hablar con la mirada perdida―. Mi madre llevaba una radio a pila y...―soltó una pequeña risita melancólica―...ellos siempre fueron más tradicionales y usaban cintas en vez de un CD, así que, mi madre introducía la cinta en el casete de la radio y bajo la luz del cielo, bailaban su canción favorita.

El Jinete entró por fin en sus recuerdos y escuchó la melodía que sonaba, haciendo que esta sonara ahora por todo el castillo. Katherina salió de sus pensamientos observando al Jinete para después brindarle una ligera sonrisa en la comisura de sus labios. Él por su parte, se levantó con elegancia de su asiento, arreglándose el puño de su camisa blanca bajo ese traje oscuro, le extendió la mano a la chica en el asiento de frente, y esta, mirándolo con impresión, decidió acomodar su mano sobre la blanca palma del Jinete, quien le levantó con sutileza, apegándola a su cuerpo, encontrándose con la mirada iluminada de la joven doncella, dueña del castillo que él había creado para su residencia.

Ahora estaba solo, observando cómo los últimos vestigios de aquel castillo se deshacían en su mano, quedando en completa oscuridad, en una dimensión que jamás volvería a tener vida; porque él la había creado para ella, para la vida; para esa chica en un principio asustadiza que superó todas sus expectativas.

¿Imaginas ese dolor? ¿Alguna vez experimentaste ese profundo dolor después de haber tenido a tu lado a quien te entregaba una paz que no pudiste encontrar antes en nada ni con nadie? Sintiéndote preso de la agonía que produce la perdida; con esa pizca de remordimiento por no haber aprovechado cada instante que pasaste al lado de ese ser que te dio las mejores alegrías y al mismo tiempo los peores dolores; te sientes muerto, viviendo una vida sin sentido, sin amor, sin ilusión; sin esa adrenalina, extrañando como te sacaban de quicio y te dabas cuenta de cuán importante era ser parte de la vida de ese otro ser que te lo dio todo; que te dio más que vivir un centenar de milenios; ella fue la única que le enseñó cómo ser su propia luz; con ella conoció el alma gemela.

―¿Por qué? ―El Jinete replicó en medio de la oscuridad― ¿Por qué me siento así? ¡Yo no soy así! ―vociferó con furia, causando eco en la nada que lo rodeaba― ¡¡Contéstame!! ¡¡Yo sé que puedes oírme!! ―gritó esperando respuesta de alguien.

―Si lo sientes, es porque estás vivo ―le contestó una voz entre lo femenino y masculino, casi imposible de diferenciar.

―Soy inmortal. Siempre he estado vivo. Tú me enseñaste que la vida no reside solo en lo que experimentamos o lo que vivimos, sino que, comienza más allá de lo que nunca podré conocer.

―Tú mismo te has respondido.

―¡Basta! ¡Basta ya de palabras en clave! Sé honesto conmigo, me lo debes después de haber pasado con ella por tanto tiempo.

―Hijo mío, esto es algo que te debías a ti mismo. Has pasado tanto tiempo fuera de la experiencia en la carne, que has olvidado lo que es la vulnerabilidad, la sensibilidad y la pura y sutil verdad del amor.

El Lamento del Infierno Libro II - La Profecía VivienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora