1. La kalessa y el ministro

2.6K 111 60
                                    

Tarth golpeaba con los dedos el escritorio de su despacho. Hacía ya un rato que esperaba al imbécil de Fudge, y aún no llegaba.

Alvar observaba a su vieja amiga desde la esquina de su despacho, algo preocupado. La paciencia de Tamar Tarth solía ser escasa con los ministros de magia, y tras casi doce años siendo kalessa, esa paciencia había empezado a ser cada vez menor.

—¿Dónde está? —preguntó Tarth por tercera vez.

Alvar se rascó la nariz.

—Me temo que no lo sé, mi señora...

—Ya te he dicho que no hace falta que tú me trates de «mi señora.»

—....pero seguro que está de camino.

—Estaba de camino hace diez minutos —replicó la kalessa, con su ojo derecho verde y su ojo izquierdo morado llenos de impaciencia—. Mira que sólo pido a ese inútil que sea puntual y aún así consigue decepcionarme.

Sin embargo, de pronto alguien llamó a a la puerta, y le Tarth dio permiso de entrar con pocas ganas.

—El ex ministro de magia ha llegado, mi señora —infirmó el guardia de seguridad, dejando pasar a Cornelius Fudge.

—Ya era hora, por la Madre —resopló Tamar, mirando a Fudge con recelo. El exministro de magia tragó grueso y sonrió.

—Buenas tardes, Alvar —saludó—. Y buenas tardes, Tarth.

—«Mi señora» para tí, Fudge —replicó ella, poniéndose en pie. Fudge tuvo que alzar la cabeza: Tamar era más fuerte y más alta que él; incluso Alvar tenía que levantar la mirada para mirarla a los ojos. Sus rizos dorados habían empezado a perder color años atrás—. Te recuerdo que tú y yo ya no somos iguales.

Fudge asintió con la cabeza sin replicar.

—Bueno, mi señora Tarth, estoy aquí para...

—Ya sé para qué estás aquí —lo interrumpió la kalessa agitando la mano—. Haz el favor de dejar las florituras y ve al grano. Mi hija llegará en dos horas y quiero estar en casa para entonces.

—Sí, sí, mi señora, por supuesto. En ese caso, le presento a Rufus Scrimgeour, mi sucesor.

Las dos hadas presentes observaron entrar al nuevo ministro de magia, y nada más verlo, Alvar observó que parecía un león viejo. Había líneas grises en sus rizos color ocre y sus tupidas cejas, tenía ojos amarillentos y una mirada intensa tras sus gafas de armazón metálico, era muy alto, casi tanto como Tarth, y se movía con gracia a pesar de que caminaba con una leve cojera. Daba una impresión inmediata de astucia y dureza.
Tarth lo miró de arriba a abajo con atención, y pareció quedar satisfecha.

—Buenas tardes, Tarth —dijo Scrimgeour educadanente—. Es un placer conocerla en persona.

—El placer es mío —replicó la kalessa, que rodeó la mesa y saludó al ministro frotando su nariz con la de él.

Scrimgeour y Tarth tomaron asiento, mientras el primero miraba a Alvar con recelo.

—Es de fiar, si es lo que desea saber —dijo Tamar señalándolo—. Alvar lleva creyéndose mi niñera desde los siete años.

—¿Cómo sabe que no es un espía?

—Mi nieta es mitad bruja, señor ministro, y sufre discriminación cada día, al igual que los nacidos de muggles —señaló Alvar con la cabeza alta—. ¿De verdad cree que podría traicionarla?

—Buen punto —aceptó Scrimgeour, volviéndose hacia la kalessa—. Hablemos de las murallas, pues. Según entiendo, recorren todo el perímetro de la hondonada, ¿cierto?

Lucy Weasley y el Príncipe Mestizo ✔️ [Lucy Weasley IV]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora