Capítulo 25

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Me moví en mi bolsa para dormir, la cual era más suave que la del día anterior. No podía entender aquello, ¿Cómo demonios era posible? Mis párpados pesados se abrieron. Confundido, miré el techo, eso claramente no era el campamento, era un departamento. Alguien a mi lado se dio la vuelta y lanzó un gemido ¡Santa Madre! ¿Qué había hecho?

La rubia estaba tendida en el espacio junto a mí. Algo parecido al alivio me relajó cuando me percaté de que estábamos vestidos. Había una botella de vodka en el suelo, ya lo recordaba ¡Joder! Había bebido de más

Tardé aproximadamente cinco segundos... cinco largos e infernales segundos en pensar en ella y darme cuenta de que la había dejado olvidada en un lugar desconocido, lleno de borrachos, sin transporte y sola ¡Maldición!

Lo primero que se me ocurrió hacer en aquel instante fue ir al club, tenía la tonta idea de que tal vez me había esperado ahí, después de todo, no tenía manera de regresar por su cuenta. Llegué con el alma pendiendo de un hilo. Las puertas estaban cerradas, no había guardias cerca, todo lucía solitario.

Tragué saliva con nerviosismo, busqué en la acera y en toda la cuadra: no había rastro de Ally por ningún sitio ¿Y si le había sucedido algo malo? Mierda, todo por mi estupidez e impulsividad. 

Con un nudo calando en mi garganta, manejé al campamento, rogué en mi mente que estuviera ahí. No había comprobado la hora, supuse que era temprano porque no vi a nadie despierto. Me detuve frente a su casita de campaña y me asomé, la sangre abandonó mi rostro: no estaba ahí. 

Mi pecho empezó a subir y a bajar con velocidad, mi corazón se aceleró tanto que comenzó a doler. Me imaginé lo peor, di vueltas por todo el lugar, intentando pensar en algo, cualquier cosa para poder encontrarla. ¿Dónde la podía buscar? Ni siquiera funcionaban los teléfonos ahí. Todo eso era por mi puñetera culpa, si le pasaba algo jamás me lo iba a perdonar.

De pronto, tuve una idea. Troté por el césped, había un lugar cerca del lago en el que un montón de piedras gigantes formaban una clase de pedestal. Desde que recuerdo comenzó a escapar a ese sitio, siempre se escurría, a pesar de los regaños de Helen, a quien no le gustaba que trepara piedras. Recuerdo que corría y yo la miraba hasta que los rayos del sol la consumían y no podía encontrarla más. 

Al levantar la barbilla la encontré sentada en la punta de la roca más alta, sobre sus muslos tenía una libreta con partituras y, entre sus dedos, su lápiz de madera favorito. No pude imaginar cómo había subido todo eso, esbocé una sonrisa al saber que estaba segura. ¡Menos mal!

Su cabello negro como la noche se esparcía más allá de sus hombros, su nariz respingada se veía curiosa en la sombra que proyectaba. Me recargué en el tronco de un árbol y la observé. Siempre me relajaba mirarla mientras escribía, me tranquilizaban sus gestos, las sombras que se producían en su rostro cuando se equivocaba y ladeaba la cabeza para poder observar lo ya escrito para después tararear las notas.

Llevó su mirada al amanecer y lo contempló. Se quedó quieta unos segundos y, tras soltar un grito, en un arrebato lanzó por los aires una hoja de papel, que cayó al lago y flotó, debido a su ligereza, para bambolearse siguiendo el curso de la corriente. Se dobló y cubrió con sus palmas su rostro, escondiendo su hermosura por su tristeza. Miré cómo su cuerpo temblaba, estaba llorando. Me partía el corazón saber que quizá el motivo era yo. Una vez más le había fallado.

Siempre había tenido pánico de contarle sobre mis sentimientos por miedo a que ella no sintiera lo mismo y luego nuestra amistad terminara. Era mejor tenerla de alguna manera a no verla jamás. Lo único que estaba haciendo era alejarla y no quería eso, me negaba. Me amara o no, yo la necesitaba.

La admiré, minutos después se levantó y comenzó a bajar como toda una profesional. Ya en el suelo sacudió su cabello y caminó de regreso al campamento.

Adquiriendo una distancia prudente, la seguí, tenía que hablar con ella y pedirle disculpas. También necesitaba pedirle una oportunidad. Si no me había rendido en todos esos años, ¿Por qué habría de hacerlo en ese momento? No había dicho la palabra «hermano», eso era bueno, ¿No?

Con pasos rápidos llegué hasta su casa de campaña y me debatí mentalmente. Tenía dos opciones: esperar afuera o adentrarme en el sitio y obligarla a escucharme. Me decidí por la segunda, así que con decisión me detuve en la abertura de la entrada, pero me congelé y estanqué mis plantasen el suelo. 

Do you feel it? Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora