Capítulo 19

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Se mantenía alejada y distante. No tenía idea de qué era lo que estaba ocurriendo en su cabeza y eso me estaba matando lentamente. 

Todo el camino al terreno de papá lo hizo con los auriculares puestos, los acordes de las guitarras eléctricas retumbaban en mis oídos, mientras me torturaba mirándola a hurtadillas. Su comportamiento me daba señales confusas: por un lado, creía que no sentía lo mismo que yo, por el otro, no podía entender por qué me había besado de aquella forma. Mi cabeza dolía de tantas veces que le había dado vueltas a esa misma idea. No sabía cómo decirle, me sentía tan mediocre e inútil. 

Descendimos de la camioneta y empezamos las tareas habituales: descargar nuestras pertenencias y armar las casas de campaña. Allison intentaba inútilmente armar su tienda, se desparramaba cada vez, por lo que me acerqué con lentitud a su lado. 

—¿Necesitas ayuda? —pregunté esperanzado.

—No —respondió seca.

—¿Segura? —Intenté tomar su lugar, pero me arrebató la carpa y los palos que había tomado.

—Dije que no necesito ayuda. 

Me dio la espalda. Pasamos la mayor parte de la tarde instalándonos en el sitio. Habíamos ido infinidad de veces ahí, era un lugar tranquilo, donde, por lo regular, había un sinfín de actividades. Mis padres solo iban a pescar y a asar bombones en la hoguera.

—Necesitamos leños, cielitos. Será mejor que se vayan al bosque antes de que anochezca.

Ally se tensó al escuchar a su madre, incluso la escuché tragar saliva, algo que me hizo esbozar una sonrisilla. Entonces estaba nerviosa, ¿Era eso? Un rayo de esperanza iluminó mi cuerpo. Vi que abrió la boca para objetar, así que la tomé por la cintura y la pegué a mi costado, haciendo que se atragantara con sus palabras.

—Ya vamos, señora Tanner —dije con dulzura. 

—Cariño, llámame Helena, ¿Cuántas veces tengo que decirlo? —dijo soltando un resoplido que provocó que su fleco se elevara debido a la brisa de su aliento. 

Los adultos se entretuvieron desempacando más cosas, bromeando sobre alguna monería. Allison se deshizo violentamente de mi brazo y caminó dando largas zancadas rumbo al bosque. 

Los pasos bruscos que la chica daba provocaban que las hojas crujieran, al igual que las delgadas ramas que se encontraban en el suelo; estaba furiosa. Troté con la intención de alcanzarla, pero parecía que quería evitarme. Fruncí los labios, sumergido en mis pensamientos. 

Me aventuré, probando mi suerte, porque con ella nunca se sabía. Jalé su brazo y le di la vuelta de forma veloz,  para después estamparla en la estructura más cercana: una roca gigante. ¿Cuándo había llegado eso ahí de todos modos? Su mirada confundida y desubicada me hizo soltar una risita.

—¿Qué está mal? —pregunté en un susurro, sintiendo cómo su aroma invadía mis fosas nasales y se adentraba en mi organismo para volverme loco.

Su respiración agitada provocó que la mía se agitara a su vez. Era tonto, no encontraba la manera de comprender por qué me hacía sentir de esa forma.

—¿Mal? No hay nada mal, todo está bien. —Sus labios se curvaron tímidamente. Acerqué mi nariz a la suya, acaricié la piel de su punta y sus pómulos afilados. 

Sus manos se centraron en mis caderas y eso fue todo lo que necesité para perderme en sus ojos como infante al ver el más inalcanzable dulce. 

—Todo está bien —repetí en un hilo. Nuestros labios se rozaron solamente un poco, provocando que miles de chispas y centellas de colores parpadearan en ese punto. Bueno, al menos para mí.

Do you feel it? Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora