Capítulo 2

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Doce años de edad

—¡Eres fea y te vistes como un niño! —gritó una chica a todo volumen. Las demás se le quedaron mirando. Ally se levantó, irritada, no entendía por qué las chicas de su escuela siempre eran tan odiosas. ¿Por qué no podían ser como Gerard? 

Cuando propuso jugar con un balón le pusieron mala cara. No había hecho nada y ahora la mayoría la observaba como si fuera un fenómeno. 

—Te voy a jalar el cabello si sigues diciéndome cosas —amenazó, no sabiendo cómo actuar para que esa tonta cerrara la boca y dejara de molestarla. La chiquilla miró a sus amigas. 

—¡Lo ves! Eres un niño —chilló. 

—No es cierto —murmuró, sintiendo cómo los ojos se le comenzaban a humedecer. No quería llorar y que se burlaran más, pero no sabía si iba a poder controlar el llanto.

—Sí, juegas con los chicos, tus zapatos siempre están manchados de lodo, además, eres fea y pareces una escoba

—No se llama Ally, se llama Al —dijo otra, lo que provocó que todas ellas rieran a carcajadas. Solo pudo quedarse quieta y apretar sus puños, quería pegarles, pero su madre le había dicho que las señoritas debían comportarse y no quería desobedecerla. 

Últimamente Helen se ponía mal por cualquier cosa. Su padre, Steven, le suplicó que tuviera paciencia, dijo que la señora Tanner era especial y debía comprenderla. Le contó que necesitaba apoyo porque estaba enferma, muy enferma. No obstante, no entendía qué pasaba si veía a su madre como siempre. Le había preguntado, pero el señor Tanner le contestó que era muy pequeña para entenderlo. 

—Al es un niño, Al es un niño —cantaban. Allison sintió las lágrimas apunto de salir, así que salió corriendo de ahí. Nunca más volvería a aquel parque, nunca más les hablaría a esas niñas. Llegó al jardín de su casa y recostó la espalda en el roble sin dejar de llorar. 

No quería llamar la atención, deseaba estar sola, pero Gee, que estaba en la cochera contigua, se percató de su estado y no tardó en llegar a su lado. Acomodó la cachucha que llevaba para poder verle la cara y se le contrajo el pecho cuando la observó desolada. 

—¿Qué sucede, luciérnaga? —El agua salada salía a borbotones, los sollozos expulsados por su boca eran incontrolables y su pecho subía y bajaba.

—Soy horrible, Gee. —Sorbió por la nariz.

El muchacho entrecerró los ojos con rabia. 

—¿Quién te dijo eso, Ally? 

—Las chicas del colegio. —Se aventuró a limpiar sus frías lágrimas; no le gustaba verla de esa manera. 

—No llores, Ally, sabes que es mentira —Ella lloró más fuerte—. ¿Qué quieres que haga? 

Al no obtener respuesta, se le ocurrió una gran idea: hizo una de sus estúpidas imitaciones. Hacía años que no lo intentaba, pero sabía que ella reiría, y fue lo que pasó. Allison lanzó una carcajada cuando escuchó la boba imitación de mono que más bien parecía elefante. Acomodó con sus dedos el fleco fuera de su lugar. 

—No importa lo que ellas digan, luciérnaga, tú eres hermosa —dijo el muchacho cuando su amiga se calmó. Ally sonrió y rodeó su cuerpo en una brazo que no supo corresponder al principio, pero reaccionó y le regresó el gesto amistoso. Su corazón latía de prisa siempre que la tenía alrededor, también cuando la veía reír o cuando escuchaba su nombre. Su corazón se aceleraba siempre que la veía llegar a cualquier parte. 

—Te quiero mucho, Gee. —Le fascinaba que lo dijera. No pudo contener la sonrisa. 

—También te quiero, luciérnaga. 

Do you feel it? Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora