Capítulo 33

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Me levanté, emprendí un viaje sin retorno hacia la camioneta de su padre y escuché las pisadas de su trote; en corto tiempo me alcanzó. La batería resonó en el vehículo mientras nos dirigíamos hacia nuestro destino, ambos cantábamos divertidos. Aparcó en un modesto centro comercial y descendimos. Se situó a mi costado y tomó mi mano con la suya. Sonreí al pensar que parecíamos dos adolescentes tontos cortejándose casi con miedo a que nuestras manos sudaran. La verdad, sí lo tenía. 

Una vez en el cine caminamos directo a la taquilla y Gerard compró nuestros boletos pese a mis quejas.

—¿Quieres palomitas? —Asentí sintiendo mis mejillas calientes; se estaba comportando tan atento y tierno. Apretujó sus labios y extendió su mano para acariciar mi barbilla con sus yemas. Pensaba que toda la sangre acumulada haría que explotara mi cabeza—. Con mantequilla, ¿Cierto? 

—Ya lo sabes —susurré antes de que camináramos a la fila. Diez minutos después, y con una charola repleta de cosas, entramos a la sala del cine. Subimos las escaleras y buscamos un lugar vacío.

—Hasta arriba —musitó cerca de mi oído—. Quiero estar solo contigo.

Me dio una mirada pícara que hizo que, de nuevo, mis mejillas se calentaran. Elegimos la última fila y nos dejamos caer en la parte central. Los focos en las paredes de los lados eran la única luz que alumbraba el lugar. Mi acompañante retiró el descansabrazos, rodeó mi cintura y puso la charola en sus piernas. 

—Así está mejor —suspiró feliz—. Siempre que íbamos al cine me moría por hacer esto, estar así contigo, poder rodearte y pegar mi nariz en tu cabello sin parecer un demente. 

Confirmó sus palabras adhiriendo su nariz a mi cuero cabelludo y besando mi sien repetidas veces. 

—Deja de hacer eso, me pones nerviosa —solté y me removí en mi asiento.

—¿Qué? ¿Qué dices? ¿Qué te mueres por un beso? —Giré mi cabeza y lo miré con los ojos entornados. 

—Yo nunca dije e... —Su boca cayó en la mía y me silenció con apenas un movimiento, una tierna caricia. Nada como el primero que nos habíamos dado en la oscuridad de mi habitación, pero, a pesar de ser tan inocente y corto, un incendio se apoderó de mi piel y calentó mis sentidos. Ya no pude pensar en nada que no fuera él. Hizo que nuestras narices chocaran.

—Tú también me pones nervioso —contestó antes de que las luces se apagaran. 

La película me importaba una mierda, era complicado concentrarse cuando sus dedos se movían con lentitud y suavidad. Iba por la mitad cuando sentí un beso en mi mejilla. Le lancé una mirada de soslayo. 

—¿Quieres que te muestre qué otra cosa siempre quise hacer contigo en el cine? —preguntó, mirándome con seriedad. Apenas asentí, tomó mi barbilla y la giró para que nuestros rostros se enfrentaran. 

Lo siguiente que supe era que me estaba devorando la boca. Me quedé pasmada al principio, pero después le regresé el beso con la misma ferocidad. Llevé mis manos a su nuca y sumergí mis dedos en su cabello, su lengua se adentró sin pedir permiso y acarició la mía, que se doblegó al sentirlo. Su respiración se hizo pesada, cada vez lo sentía más cerca, y era porque se aproximaba más y más, casi estaba encima de mí.

Uno de sus pulgares acarició mi mandíbula, la otra mano soltó mi cara para rodearme, me dio un jalón que me acercó más a él. Abracé su cuello y lo apreté contra mí, estaba perdida en las sensaciones, en su sabor, en su olor, en él. 

No nos detuvimos hasta que los focos se encendieron y Gerard se hizo hacia atrás, sonriéndome con coquetería. Al salir de la sala no me tomó de la mano, me envolvió por la cintura y me pegó a su costado. El área donde estaban los restaurantes estaba repleta de familias y jóvenes, niños brincaban de un lado a otro y jugaban. 

Después de pasar un par de minutos inspeccionando el lugar, nos decidimos y pedimos nuestra orden. Posteriormente buscamos una mesa.

Tomamos asiento, unas risitas me sacaron de mi concentración. Dirigí mi vista hacia la fuente de dicho sonido y mi gesto se retorció al percatarme del par de arpías que observaban con lujuria y osadía a Gee. Ambas lo escanearon con desfachatez y murmuraron cosas, intentando llamar su atención

Gee se sentó a mi lado, con cariño golpeteó la punta de mi nariz, justo como lo hacía siempre que quería llamar mi atención. Sin embargo, toda mi animosidad se había ido con la presencia de las dos mujeres en la mesa frente a nosotros. Él se dio cuenta de mi falta de energía y de mis repetidas miradas de reojo hacia ese punto. El par ahora me miraba con burla, sabía que estaban susurrando cosas sobre mí. 

—¡Oye! No les hagas caso, cariño. —Tomó con sus dedos mi barbilla y me obligó a mirarlo—. ¿Quieres que nos cambiemos de lugar?

Con una sonrisita negué, intenté ignorarlas. Mientras comíamos, platicábamos de cualquier cosa. No era complicado charlar con él, siempre encontrábamos un tema y nos perdíamos. Era una de las muchas razones por las cuales sentía lo que sentía, no podía aburrirme a su lado. Llegó un punto en la conversación en el que no fui consciente de nada, solamente del chico que procuraba acariciar alguna parte de mi rostro, como si no pudiera con la idea de tener sus manos lejos de mí.

Una mano femenina con las uñas perfectas se posó en su antebrazo y los dos levantamos la vista al mismo tiempo. Una de las chicas de la mesa de enfrente depositó en la mesa un papelito.

—Por si te aburres y quieres estar con una mujer de verdad —dijo ella con tono insinuante. Sus ojos azules lo estudiaron con picardía, era demasiado hermosa y era igual a Amanda. El balde de agua fría me mojó, la rabia me hizo temblar.

—¿Cuál es tu problema conmigo? —gruñí, sin saber si lo hacía por celos o porque estaba cansada de que la gente me quisiera pisotear. 

En lugar de dar un paso hacia atrás, lanzó una carcajada y, con rapidez, obtuvo el vaso lleno de refresco de mi mejor amigo para arrojármelo directo al rostro. El líquido resbaló y mojó mi ropa, mi cabello se adhirió al contorno de mi cara. Me puse de pie, conteniendo las lágrimas, escuchando las carcajadas de las dos muchachas. Hice el amago de irme, pero Gee me detuvo con su mano en la mía. Me sonrió y se arrojó, a sí mismo, el contenido de mi vaso. Las risas pararon y todos lo miramos atónitos.

Alcé una ceja, sorprendida, él se encogió de hombros y depositó el vaso vacío en la mesa. Tomó el papelito que seguía en la misma posición y lo levantó frente al rostro de la muchacha, lo rompió por la mitad y dejó que cayera al suelo. 

—Para que lo sepas, linda, una mujer de verdad no se le ofrece a un chico, ni tampoco humillar a los demás te convierte en una, eso solo te hace una perra. —Mis ojos se abrieron al escucharlo, las dos muchachas estaban igual o peor que yo. A lo lejos escuché risitas y aplausos, pero estaba estática, por lo que no pude averiguar lo que sucedía a mi alrededor. 

Gee me tomó la mano, no me dejó pronunciar nada, me dio un jalón, y me hizo correr a su lado rumbo a la salida. 

Do you feel it? Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora