Capítulo 22

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No sé la hora exacta en la que salí de mi escondite. Supe que era tarde porque el movimiento había cesado. Las ruinas de la fogata aún estaban ahí, invitándome a perderme en su olor a madera quemada. Me senté sobre un tronco rugoso, contemplé la tierra frente a mí como si fuera el espectáculo más sorprendente. 

Una vez, cuando éramos pequeños, Gerard se enojó conmigo porque no quise jugar calabozos y dragones quería jugar otra cosa. Me ignoró durante una semana entera, estaba destrozada. Mi padre me dijo que se lo dejara a la suerte, así que Gee y yo lanzamos una moneda: salió sello. Ganó, de modo que jugamos calabozos y dragones. 

Me hubiera gustado tener una moneda para dejarle mi destino a la suerte, pero me fui a dormir. Si había pensado que sería como cuando éramos chiquillos, estaba completamente equivocada. 

No estaba segura de qué era peor: que me dejara de hablar o que actuara como si no hubiera ocurrido nada. Su sonrisa era enorme, había una chispa pícara en su mirada, no entendí su plan. 

—¡Gerard, cariño! ¿Por qué no van tú y Ally a la ciudad? —propuso Donna. Me tensé ante tal proposición. 

—Escuché que abrió un nuevo club —agregó mi madre para mi horror.

Rogaba para mis adentros que su respuesta fuera negativa. Debajo de la mesa crucé mis dedos, pero el brillo en los ojos de Gee me hizo retorcer en cólera. 

—Por supuesto —respondió él sin siquiera preguntarme. Sabía que detestaba con todas mis fuerzas esos lugares.

Me levanté indignada de mi asiento, provocando que todas las miradas se centraran en mí y, sin decir una palabra, me encaminé hacia mi casita azul para calmarme antes de lanzarle una manzana a la cabeza ¿Cuál era su condenado problema?

Cuando entré, alguien detrás de mí me empujó para pasar. Me giré y lo miré, Gerard  sacudió su cabello con los dedos y después relajó sus hombros. Se acercó con cuidado y frotó con sus palmas mis antebrazos en un intento por calmar la tensión. Lo logró. 

—No volverá a ocurrir, ¿Sí? No quería molestarte, hagamos como que no pasó nada. —Controlé las ganas de mandarlo a la mierda ¿Qué no había pasado nada? ¡Me había besado! ¡Dos jodidas veces!

Resoplé. Él aplanó los labios con diversión. No entendía un carajo.

—De acuerdo —murmuré. 

—Si no quieres ir al pueblo, no iremos. 

—Está bien, vayamos. —Sonrió de lado y asintió antes de salir. 

...

Me cepillé el cabello una última vez, tendida en la bolsa para dormir. Cuando salí a la oscuridad de la noche, el clima y la brisa acariciaron mi piel. Escuché el sonido de los grillos y el movimiento de las hojas de los árboles. Él me estaba esperando en la camioneta de su padre, movía la cabeza al ritmo de la música, supongo. Tenía un foco encendido, así que era fácil admirarlo desde mi localización.

Me quedé estancada, quería mirarlo sin que se diera cuenta. Mi corazón dolía tanto que sentía un agujero en mi pecho. Y lo peor era que era una masoquista que no era capaz de alejarse de su veneno. Él también era la cura. Recordé cada una de nuestras risas, cada momento que habíamos compartido. 

Su barbilla se levantó y se percató de mi inspección, así que corrí y subí al vehículo. No me dirigió la palabra, ni siquiera una mirada en todo el camino. Mi corazón se hundió y mi ánimo también. ¿A dónde había ido todo aquello de actuar como si no hubiera ocurrido algo entre nosotros? ¿Dónde estaba mi mejor amigo?

Do you feel it? Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora