Capítulo 34

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Al volver, dejamos que la fogata nos calentara con su lumbre. Permanecimos juntos, él jugueteaba con mis dedos y acariciaba mis nudillos, mientras nuestros padres se divertían contando anécdotas de cuando eran niños. Sabía que Donald y mis padres habían sido mejores amigos cuando eran adolescentes, así que tenían mucho que contar. Dejé que mi cabeza se recargara en su hombro y me relajé.

—Daremos un paseo —dijo Donna dándonos una mirada—. ¿Vienen?

Los dos negamos, sincronizados, y los vimos partir y alejarse por el camino empedrado. Permitimos que la paz del silencio nos envolviera, mientras los escalofríos no dejaban de recorrer mi piel, no sé si era por la brisa o por sus caricias. Contuve el aliento y me atreví a devolvérselas, hice un paseo lento con mis dedos en sus palmas, entretanto las miraba fijamente.

—Apestas a refresco —susurré al percibir el aroma.

—El refresco huele delicioso en ti. —Lancé una carcajada y le di un golpe amigable. Él enredó sus brazos a mi alrededor y me adhirió a su cuerpo. Evoqué las muchas veces en las que había sucedido algo así, siempre construía una barrera entre nosotros, pero aquella vez no lo hice. Lo miré y él me miró—. ¿Te he dicho cuánto me gustas?

—No —respondí. Mi corazón se disparó. 

—Suelo perderme en tus ojos brillantes, en tu sonrisa, en las curvas de tu cuerpo, como un marinero navegando entre tus olas. Estoy perdido en ti. 

Acosté mi cabeza en su pecho y permití que mis comisuras se levantaran. 

—¿Crees que algún día lograrás amarme como yo te amo, luciérnaga? —soltó de pronto. Respiré profundo porque ya lo hacía, pero no quería confesarlo todavía. 

—Gerard, no me presiones, por favor. —Cerré los ojos con fuerza, sus brazos me apretaron y me aferraron a él.

—Lo siento —murmuró—. Seré paciente, lo prometo. 

Una vez más me tragué mis sentimientos, amenazaban con ahogarme, sin embargo, los mantuve seguros, en mi cueva, en mi mundo repleto de miedo.

—Te quiero mucho, Gee —dije antes de perderme en el olor de su piel y en la sensación de estar entre sus brazos.

Do you feel it? Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora