Capítulo 26

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Mis ojos viajaron por todo su cuerpo desnudo, cubierto solo por su ropa interior de algodón celeste. La última vez que la había visto sin ropa había sido el día de su cumpleaños. No pude admirarla sin reparos, entonces dejé que mi mirada la barriera ¡Oh, claro que lo hice! No me lo iba a perder por nada del mundo. 

Su piel era pálida y lechosa, como el chocolate blanco derretido, y había unos cuantos lunares en su espalda que me hicieron sonreír, pues lucían como chispitas dulces. Mis labios picaron, quería besarlos. Sus escápulas marcadas en su espalda me provocaron querer acariciarla, viajar con mis yemas en sus caderas y delinear cada curva con pausa. Sus perfectos y torneados muslos, sus pantorrillas y tobillos... Todo era excitante. Su cabello caía como si fuera un ángel, las puntas se ondulaban al llegar a un trasero con forma de corazón. Hipnotizado, tragué saliva, no podía despegar mis zapatos del cielo en el queme encontraba. Era tan perfecta, mejor que en mis fantasías.

Salí de mi trance cuando me percaté de que se había vestido y estaba apunto de girarse. ¡Maldición! Amaba mis bolas, no quería que me las cortara. Me moví hacia un lado para que no descubriera mi intromisión, me sentí como un chiquillo haciendo una travesura.

Allison salió de su cueva y saltó del susto en cuanto me vio de pie afuera de su casa. Llevó sus manos a su pecho e intentó contener sus respiraciones agitadas. De pronto, me sentí tímido e idiota, sobre todo idiota.

—Cariño, lo siento. —Iba a pronunciar algo, pero me acerqué y coloqué mi palma sobre su boca para que pudiera escucharme—. Perdóname, sé que fui un imbécil y me comporté como un cretino, no sabes cómo me sentí esta mañana cuando desperté y no sabía dónde estabas. Tomé de más y me quedé dormido, prometo que no pasará de nuevo, jamás te dejaré sola una vez más. Lo lamento tanto. 

Lentamente despegué mi mano de sus labios y esperé una serie de blasfemias y maldiciones que, para mi sorpresa, no llegó.

—Está bien, Gee, ya soy una chica grande que puede cuidarse sola. Además, no soy tu responsabilidad, no te preocupes. —Sonrió con dulzura, así que la miré estupefacto.

—¿Entonces no estás enojada? ¿Estamos bien? —pregunté con extrañeza

—No y sí. —Había cierto brillo en su mirada, como si se estuviera riendo porque conocía un secreto que yo no—. Ahora, grandote, voy a prepararme un emparedado, que muero de hambre. 

Me dio unas palmadas juguetonas en el hombro y me sacó la vuelta para dirigirse hacia los contenedores que nuestros padres usaban para acomodarlos alimentos. Sin entender del todo su reacción, me emparejé a su costado. 

—¿Puedo ayudarte? —pregunté, a lo que se encogió de hombros.

—Puedes untar crema en el pan, supongo.

Al final solamente hicimos eso, untamos la crema de cacahuate en los panes y nos sentamos a comerlos enmudecidos. Le lancé miradas de soslayo, confundido, pues no me había esperado aquella actitud. Apenas me notaba, eso tampoco me gustaba en absoluto. Algo en mi cabeza hizo clic.

—¿Cómo regresaste anoche? —pregunté, nervioso.

—Me trajeron —respondió con simpleza. Debería haber estado aliviado de que hubiera encontrado a alguien que la llevara segura, pero una oleada de celos me embargó, me ahogó amenazando con dejarme sin respiración. 

—¿Quién? —cuestioné, desesperado por conocer la respuesta.

—Un chico que conocí en el bar —soltó antes de darle una mordida a su desayuno. Mis peores pesadillas aparecieron en una simple frase. Era mi maldición, lo mismo había sucedido hacía años con Robin el rubio jodido Palace.

—¿Con un chico, Allison? ¿Por qué hiciste eso? Pudo haberte pasado algo, ¿Cómo se te ocurrió semejante estupidez? Debiste esperarme... —Interrumpió mi discurso con una risotada. 

—Claro, porque dormir en medio de la calle es lo más seguro del mundo, o caminar kilómetros en medio de las tinieblas de un pueblo extraño es mejor que irse en el coche con calefacción de un chico agradable.

Un chico agradable. Ya empezaba a sentir las náuseas.

—De todas maneras, Ally. —Suspiré con cansancio—. No me perdonaría si te pasara algo. 

Se levantó de un salto y me dio la espalda para acomodar los utensilios y las cosas que habíamos utilizado. 

—Lo superarías, Gee —susurró. Como resorte me puse de pie y me acerqué a su cuerpo, al mismo que había contemplado minutos atrás sin ropa y que me parecía increíble. Retiré el cabello de su cuello, recorrí con mi nariz su longitud hasta llegar a su oído, donde soplé mi aliento.

—No vuelvas a decir eso, ya te dije que te amo, luciérnaga —susurré despacio. Guardó silencio, luego giró para apartarme con su dedo índice.

—Acéptalo, Gee, estás confundido, ayer lo demostraste. Creo que deberíamos distanciarnos por un tiempo, tener otros amigos, no sé. 

Estaba destrozándome. ¿Distanciarnos? No, agité la cabeza incapaz de pronunciar palabras porque temía perder la cordura.

—Resolveremos este problema —susurró.

—Amarte no es un problema.

Tomé su barbilla sin poder contenerme y acerqué mi rostro al suyo para poder besarla. Ally se quedó quieta y miró mis labios fijamente. Mil revoloteos se dispararon en mi interior, tenerla tan cerca era un paraíso.

—¡Mis hijos! ¿Almorzaron sin nosotros? —Allison se apartó de mí cuando escuchó la voz de mi madre ¿No podía besarla en paz por una maldita vez?

—Teníamos hambre —respondí sin ganas. 

Los otros adultos llegaron con sonrisas, las mujeres prepararon el desayuno junto con sus maridos, entretanto nosotros permanecíamos silenciosos observándolos parlotear sobre las actividades que realizaríamos aquel día. Tal vez si me mantenía adherido a ella le podría demostrar que estaba arrepentido. 

—Yo no podré —emitió Allison, llamando la atención de todos—. Saldré con un amigo que conocí ayer, iremos por un helado. 

Clavé la vista en la madera de la mesa y apreté las manos, mis venas palpitaron y mis músculos se tensaron. Por debajo de las pestañas vi que Helena sonrió de oreja a oreja, eso solo hizo que me molestara todavía más, pues se la pasaba metiéndole ideas en la cabeza sobre encontrar un buen partido. Me tragué el coraje porque no podía hacerle una escena de celos, no cuando yo le había restregado a la rubia el día anterior en la cara.

Ally se levantó disculpándose, no le quité la vista de encima hasta que desapareció en el interior de su tienda. No pude contenerme, me levanté para seguirla, asomé la cabeza en la casa de campaña. Se encontraba sentada en la bolsa para dormir, entretanto ojeaba su cuaderno con partituras con tranquilidad. 

Su vista se levantó y me miró, expectante. Traspasé la puerta y me dejé caer frente a ella, nuestras rodillas se tocaron. Jamás despegó sus ojos luminosos de mi rostro. Tomé sus manos y acaricié sus nudillos, admirando lo diminutas que eran en comparación con las mías. 

Do you feel it? Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora