Capítulo 39

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—Hueles tan bien —murmuró, y depositó un besito en mi lóbulo—. Me estás volviendo loco, Ally. 

Una sonrisita se me escapó. 

—Tú también hueles bien —dije, y dejé un beso rápido en la esquina de su boca. Nos mantuvimos en esa posición haciendo lo mismo, tentando nuestras bocas y experimentando con las reacciones del otro.

—Necesitamos limpiarnos, cariño —susurró después de un rato—. Voy a vengarme por la cachetada que me diste, ¿Estás lista?

Mi entrecejo se frunció sin comprender sus palabras, pero cuando sentí sus palmas sobre mi trasero, entendí todo. Una carcajada salió de la base de mi garganta. 

—Wow. —Apretó mis nalgas y soltó un jadeo, yo me enderecé mordiendo mi labio, fascinada por sus expresiones, porque me tocaba como si fuera lo mejor del mundo. No me sentía incómoda, él hacía que todo pareciera tan natural—. Rodéame con tus piernas

Gerard me alzó, aferré su cadera con mis muslos. Sus manos rodearon mi cintura, comenzó a caminar hacia el lago sin dejar de vislumbrarme. No había parado de llover, así que el agua nos empapó inmediatamente. 

—Mi ropa está asquerosa —susurré, regresándole la mirada. 

—Lo que cuenta es lo que hay debajo —contestó, apretándome.

El agua del lago nos llegaba a la mitad de nuestro cuerpo. Me deshice del abrazo, sumergí mis brazos y me apresuré a limpiar mi piel frotándola. Cuando terminé y levanté la vista, me quedé estática: la playera de Gee se había ido. Su piel, llameaba y me provocaba pasar saliva, gotas de agua resbalaban por su pecho haciéndolo ver como aquellas veces que habíamos ido a la playa y jugueteábamos en el mar, nunca pude tocarlo demasiado, aunque él siempre me atrapaba de algún modo y me pegaba a su pecho.

—Quítatela. —Sabía a qué se refería, todas mis inseguridades regresaron de golpe, el miedo a que me viera en traje de baño me angustiaba. Su índice se apoderó de mi barbilla, estancó sus iris en los míos—. Me gustas, solo quiero sentir nuestras pieles juntas

—Quizá cuando me veas sin camisa no te guste más —respondí, sintiéndome tonta. Intenté, inútilmente, liberarme de su cercanía. 

—Escúchame, Ally —dijo con seriedad—. Me has gustado durante más de diez años, me he aprendido de memoria todo lo que tiene que ver contigo. Me he equivocado, y mucho, no debí hacer todo lo que hice, debí demostrarte mi amor desde el principio. No te atrevas a decir que dejaré de quererte por un motivo tan tonto, me encantas tal y como eres. —Una de sus comisuras se elevó con coquetería—. Además, he dormido contigo, tus pechos pegados a mi pecho, mis manos a tu alrededor palpando tu espalda, tu trasero encima de mi regazo, y me gusta mucho lo que he sentido hasta ahora. Además, se te olvida que ya te he visto. 

Mis mejillas se calentaron tanto que creí que iba a explotar. ¿Él pensaba ese tipo de cosas cuando estaba a su alrededor? Sus manos tomaron el borde de mi camiseta y lo levantaron. 

—Me gusta tu voz, tu cabello, tu olor, tu naricilla, y me fascinan tus ojos. Me gusta tu cuerpo, era una tortura dormir a tu lado sin poder acariciarte —susurró, mientras sacaba mi blusa y la dejaba a un lado, sobre el agua—. Eres perfecta así, mírate, mira lo preciosa que eres, solo necesitas creerlo, Ally. Necesitas sacar tu brillo, ese con el que me iluminas siempre. 

Nos envolvimos en un abrazo, apoyé mi cabeza en su hombro.

—Quizá brillo porque se trata de ti —dije. Su cabeza negó. 

—Tu luz te ha cegado tanto que no puedes verlo, lucecita

Me relajé, como la mayoría de las veces, en su abrazo. La lluvia nos mojó, pero nos refugiamos en el otro.

—Gracias, Gee —susurré. La tormenta comenzó a cesar, hasta que los rayos del sol aparecieron y los pajarillos iniciaron sus cánticos una vez más. Sentía que era una metáfora, que él era el sol que alejaba las nubes grises de mí. Siempre fue de esa manera. 

Cuando pasó aquello que tanto trabajo me costaba olvidar, Gee se mantenía en silencio acariciando mi cabello, mientras yo lloraba. No preguntaba, y en el fondo se lo agradecía, porque no quería hablar, solo quería liberar el asco que me producía toda la situación. Si él no hubiera estado ahí, yo habría caído. 

Ambos salimos del agua, ya limpios, y caminamos hacia nuestra colina. La habíamos descubierto cuando éramos chicos, solo había césped y alguna que otra flor que adornaba el paisaje. Un gran árbol robusto y viejo —como el de la casa del árbol— se extendía en el centro, al igual que la cereza de un pastel. 

Nos dejamos caer, él apoyado contra el árbol y yo entre sus piernas, con la espalda pegada a su pecho. Apoyó su barbilla en la curvatura de mi hombro y suspiró con melancolía.

—Perdóname —murmuró cerca de mi oído—. Te he lastimado, Ally. 

Me giré para poder vislumbrarlo, sus ojos estaban apagados y ya no había señal de diversión en sus gestos. Acaricié su mandíbula, y aclaré mi garganta. 

—Los dos nos lastimamos —aseguré, porque era verdad, pero eso era pasado y quería dejar todo eso en su lugar, deseaba empezar algo nuevo. Su abrazo se hizo más duro. 

—No sé qué hacer para demostrártelo, no tienes idea de lo mal que me siento. Nunca debí actuar así, no sé cómo me aguantas. Si yo hubiera sabido que tenías sexo en la habitación de al lado habría asesinado al tipo. No te merezco, pero soy tan egoísta que no quiero estar lejos de ti. 

—Cariño, ya basta —susurré con la voz temblorosa, porque no me gustaba que hablara de ese modo, como si no me mereciera—. Vamos a empezar desde cero. 

—Es la primera vez que me dices cariño —contestó con una sonrisa ladeada y los ojos chispeantes—. Espero no equivocarme esta vez, no soportaría otro de tus rechazos.

Mi frente se arrugó; ¿Rechazos?

—¿De qué hablas, Gee? Yo nunca te he rechazado —aseguré confundida. Sus párpados se abrieron y sus ojos me observaron con incredulidad. 

—Claro que lo has hecho, muchas veces —soltó, así que negué con convicción—. ¿No? ¿Qué me dices de aquella vez en la que te invité al baile de primavera en la escuela? Te regalé una rosa, me dijiste que tenías mucha tarea y no ibas a ir. O cuando íbamos de vacaciones a la playa y no me dejabas untar bloqueador en tu espalda, mis manos picaban por tocarte y tú decías que no. 

—Me daba vergüenza —dije, a lo que chasqueó la lengua. 

—Cuando empecé mi relación con Lindsay te pregunté si te importaba y me dijiste que no, hasta me felicitaste —continuó con el discurso.

—Yo creí que lo preguntabas porque... Tú sabes, Lindsay era una perra conmigo.

—Cuando íbamos al parque de diversiones siempre intentaba tomar tu mano en la montaña rusa y la quitabas. En el cine, cuando intentaba acercarme, te ponías en el otro extremo de la jodida silla. —Rio, pero luego se serenó y adquirió seriedad—. Era frustrante porque parecía que no te dabas cuenta, por más que lo intentaba no lo notabas. Después empezaste a salir con Robin, estaba tan enojado

—Estabas con Lindsay, por eso yo... —No terminé la frase porque me interrumpió. 

—No, no me digas que por eso te hiciste novia de ese bastardo —gruñó. Me encogí de hombros como respuesta, ya que, en cierta forma, sí lo había hecho por ese motivo. Gerard gimió y me aferró como si creyera que en cualquier momento correría lejos de él—. Soy un imbécil.

—No lo eres —dije.

Dejamos que los minutos transcurrieran simplemente compartiendo miradas intensas. Nuestros labios se juntaron en repetidas ocasiones, como sino soportáramos la idea de mantenernos lejos; ya lo habíamos estado mucho tiempo.

Do you feel it? Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora