Capítulo 37

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El calor hizo que abriera los ojos, me topé con su rostro a centímetros del mío e instantáneamente recordé nuestras confesiones del día anterior. Le había confesado a Gerard mis sentimientos, al fin me había atrevido a hacerlo.

Me deshice de nuestro abrazo con una sonrisa y me levanté, salí de la casa de campaña arrastrando los pies. El sol se escondía detrás de decenas de nubes grisáceas y el clima fresco hacía volar mi cabello. Tomé una ducha y, después de vestirme con shorts y una simple blusa negra, me encaminé hacia la mesa del toldo para desayunar. 

Mi papá estaba sentado bebiendo jugo y leyendo uno de sus tantos libros. Cuando me vio lo cerró y me enfocó con seriedad. Con su barbilla me indicó que me sentara, así que sin rechistar lo hice.

—¿Qué está pasando entre Gerard y tú, Allison? —Mi cara se calentó. ¿Porqué mi padre tenía que ser tan intuitivo?—. No me molesta, lucecita, pero Gerard es un hombre y tú una mujer hermosa, es normal que... Bueno, tú sabes, viviendo en la misma casa porque... —No lo dejé terminar, solté una carcajada. 

—Papá, volveré a vivir con ustedes, Gerard ya lo sabe —Chasqueó la lengua.

—No es necesario, después de todo no es como si no supiera que toda la adolescencia se la pasó durmiendo en tu habitación. —¡Oh! ¡Él lo sabía! Al parecer mi expresión le causó gracia, porque soltó una risotada—. Solo sean responsables, sé que eres inteligente, confío en ti. Así que... ¿Ya son novios? 

—No, aún no, pero estamos intentándolo. —De pronto, su rostro se arrugó al tiempo que se doblaba apretando uno de sus brazos. Me alarmé al escuchar el sonido de dolor que dejó escapar. 

—¿Qué? ¿Qué pasa? —cuestioné. Lo vi respirar profundo un par de veces hasta que todo volvió a la normalidad. Negó con la cabeza.

—No pasa nada, solo un calambre. —La chispa que surgió en sus pupilas me calmó. Señaló algo detrás de mí, me giré para ver de qué se trataba. 

Gerard se acercó y se sentó a mi lado, saludó a mi padre y tomó mi mano por debajo de la mesa. Los demás se unieron para desayunar y nos informaron de los planes del día. 

...

En la tarde, Gee y yo decidimos ir al lago, entre tanto nuestros padres preparaban el fuego. Había aceptado porque me había rogado por un tiempo a solas; no era como si me molestara pasar las horas con él, de todas formas. Cantamos canciones en el trayecto,  él tenía una voz preciosa. 

Llegamos a la orilla tomados de la mano. Sentí un piquete en mi mejilla, así que espanté al mosquito, pero era insistente, y pronto me encontré sacudiéndome, mientas Gee lanzaba risitas. ¡Era injusto que los mosquitos me picaran solo a mí! Sus manos tomaron mis muñecas y detuvieron mi baile violento. Su sonrisa de lado me hizo temblar. 

—Tengo la solución —soltó. Mis párpados se entrecerraron ante su tono picarón

—¿Cuál? —pregunté con sospecha.

—Cierra los ojos. —Con desconfianza hice lo que me pidió y la oscuridad me consumió, solo era capaz de percibir la corriente fresca del aire y los sonidos de los animales cercanos.

Abrí un ojo para vislumbrar lo que estaba haciendo y salté justo en el momento en el que iba a manchar mi rostro con lodo. No obstante, no logré esquivarlo, así que una torta de tierra mojada se adhirió a la piel de mi cuello.

—¡¡Gerard!! ¡¿Qué estás haciendo?! —chillé.

—Es la solución, Ally, así los moscos no te picarán —contestó. Bufé indignada y arrugué el gesto con asco—. ¡Ven! Dejaré que me hagas lo mismo.

Pero no me permitió pensarlo porque sus manos recorrieron mis brazos manchando todo a su paso. Me quedé quieta sintiendo la humedad y pensando que pronto le haría pagar con la misma moneda. Su sonrisa se borró y ladeó su cabeza con los labios entreabiertos. 

—¡Ya es suficiente! —exclamé, a lo que asintió aturdido.

Me agaché y tomé lodo del mismo sitio en el suelo. Gee mordió su labio con diversión cuando comencé con la tarea. Lo había tocado miles de veces, pero había algo diferente, quizá que los dos éramos conscientes de los sentimientos del otro. Sentir que sus poros se erizaban por mi tacto hizo qué me acercara más. Quería averiguar todo lo que le provocaba.

—Parecemos niños de preescolar —susurré en un hilo. 

—No lo creo —murmuró, y dio un paso para quedar frente a mí. Mi espalda se enderezó, tuve que tomar respiraciones más profundas para no ahogarme debido a su cercanía. 

—¿Por qué no? —murmuré con la barbilla alzada para poder observarlo. Los latidos de mi corazón eran frenéticos. 

Un trueno me hizo brincar y él aprovechó para rodearme con sus brazos fuertes y pegar nuestros cuerpos. Al principio no sabía qué hacer con mis manos llenas de lodo ni con el sentimiento de que tal vez me estaba equivocando. Sin embargo, decidí mandar todo a la mierda y dejarme ir, así que lo abracé de regreso. Mis dedos se dieron cuenta de su palpitar descontrolado en el recorrido por la parte posterior de su cuello. 

—Porque los niños de preescolar no pueden hacer esto —dijo antes de que sus labios atraparan los míos con lentitud. Pude observar, con tranquilidad, el instante en el que sus ojos se cerraron, y me permití perderme en el sabor de nuestro beso. Nuestro beso con olor a suelo.

Do you feel it? Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora