Capítulo 24

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Miré el reloj en mi muñeca de nuevo, la gente a mi alrededor se estaba yendo, partiendo a sus hogares o, como él, a alguna cama para revolcarse como animales ¡Estaba tan molesta! 

No vi el amor que había dicho que me tenía mientras bailaba con esa chica. Al final yo había tenido razón, solo habían sido las hormonas y la confusión. Como Tarzán, estaba segura de que si Jane no hubiera aparecido en la selva, se habría apareado con un gorila o un coco, yo qué sé. 

Tres jodidas horas. Estaba indignada, él nunca hacía esas cosas, siempre volvía por mí, me acompañaba a casa y luego volvía a las fiestas para irse con sus ligues, o simplemente permanecía a mi lado toda la noche. 

Debo admitir que la primera hora la pasé llorando, sorbiendo por la nariz y lamentando su partida; la segunda fue para calmar mis pensamientos, cuales bombas amenazando con explotar e ir en su búsqueda para asesinarlo a él y a la mujer, y la tercera estaba sirviendo para enfurecerme como nunca antes en mi vida. Incluso creo que estaba temblando, mis dientes castañeaban. 

—Es obvio que no vendrá, ternura —soltó con lástima el mesero que nos había atendido con anterioridad. 

Me limpié una lagrimita que aún no había terminado de salir y ahogué un suspiro profundo. Miré al chico de ojos café que me observaba con atención. 

—¿Podrías darme una cerveza? —pregunté, a lo que afirmó con calidez. Abrió la bebida frente a mí y me la tendió con calma. No se movió, se quedó de pie mirando cómo bebía antes de que el bar cerrara y la realidad se estampara en mi rostro. 

No iba a ir por mí, se había largado, se había atrevido a dejarme varada en medio de un club desconocido. Estaba sola, sin idea de qué hacer para regresar al campamento. Supuse que quedarme dormida afuera del bar no era una buena opción, la gente no se veía demasiado amigable como para hacerlo. La desesperación comenzó a perforarme.

—Mal día, ¿eh? —cuestionó sonriendo.

Mis comisuras se levantaron por primera vez en la noche al recordar que justo así había conocido a Lissa. Me encontraba en una fiesta, Gerard me había arrastrado al evento, pero al entrar se marchó con una chica. Yo me senté en una barra improvisada con un vaso rojo en las manos, no me atrevía a tomar el contenido por miedo a que tuviera alguna sustancia tóxica.

Y entonces llegó ella y, aunque al principio pensé que era una niñita mimada como el resto, me sorprendió. Me contó su vida y yo le conté la mía. Nos hicimos inseparables. 

Me descargué con él como si fuera el amigo de toda la vida. Le conté lo mucho que lo amaba, a veces reía conmigo al contarle aventuras y en otras ocasiones se quedaba más serio que mi madre al verme vestida de negro. 

Hablé de su cabello y de cómo me gustaba cepillarlo, sobre lo tonto que lucía cuando ingería perritos calientes y de las bromas que solíamos hacerle a la gente que nos molestaba. Le conté todo, no me quedé con nada porque sentí que explotaría si no lo sacaba; era mejor desinflarse de a poco. 

Kurt me escuchó, sospechaba que era por la falta de clientes, aunque de vez en cuando me detenía levantando la palma para poder servir algo y minutos después retomábamos la conversación como si nunca se hubiera ido.

—Créeme que si fuera heterosexual saldría contigo, ternura. —Acarició mi brazo y sonrió con cariño, reconfortándome—. ¿Me dejas darte un consejo?

—Por favor —rogué. Lissa estaba muy lejos. 

—Hay dos cosas seguras en esta vida: uno, cuando un chico te siente segura y sabe que podría tenerte en cualquier momento, no se esfuerza por conseguirte; dos, cuando se da cuenta de que puede perder suele jugar mejor sus cartas. Demuéstrale que eres la mujer más valiosa que conoce, haz que suba a la copa más alta por la mejor manzana. 

Digerí todo lo que había dicho y lo entendí. Había un ligero problema: después de aquella noche no sabía si valía la pena.

—Gracias, Kurt. —Soltó una risilla apenas audible, sonreí un poco—.Creo que debería irme ya. 

—Si me esperas unos minutos podría acompañarte, es de noche, estás en un pueblo extraño.

Se lo agradecí.

...

Manejó su auto negro con paciencia al lugar que le había indicado. Yellow Submarine sonaba de fondo. Kurt era estudiante de música, trabajaba como mesero para pagar sus estudios , dado que su padre lo había desterrado al enterarse de que era homosexual .

Entonces supe que estaba lleno de basura el mundo: el desterrado debería haber sido su padre por discriminarlo de aquella manera. Vivía en un pequeño departamento cerca del pueblo junto con su novio Blane, decía estar profundamente enamorado de él. 

Media hora después aparcó en el lugar indicado, bajó el volumen de la música y me miró sonriente. 

—Sana y salva, chica. ¿Qué dices? ¿Unos helados mañana?

¿Por qué no? 

—¿A las cuatro? —Abrí la puerta del coche, empujándola con mi hombro. Cuando asintió sonriente bajé del auto y me giré para decirle adiós. 

—No olvides lo que te dije, primor —susurró antes de arrancar y perderse en la negrura de la carretera.

Caminé, al fin tenía algo de calma y serenidad, al menos en los alrededores. Sabía, por la cantidad de madera en el suelo, que nuestros padres habían asado salchichas en la fogata y cantado canciones viejas. Por supuesto que la camioneta no estaba y, sin ella, él tampoco. Dolía saber que estaba en los brazos de otra, pero ya estaba acostumbrada a ser su amiga marimacha.

Con el frío calando me dirigí a mi casa de campaña, cerré desde adentro y me recosté. Tantas preguntas que no me atrevía a preguntarle y tantas respuestas que no me daba. Ese día no sabía nada, solo que había sido un error enamorarme de él . Lo dejaría ir, le diría adiós, no le pediría ninguna explicación, dejaría que viviera su vida.

Con esos dolorosos sentimientos me quedé dormida, soñando con un mundo donde él no estaba. Mi sombrilla no me protegía de la lluvia, así que tenía que esconderme de la tormenta.

Do you feel it? Gerard WayDonde viven las historias. Descúbrelo ahora