Capítulo 12: ¿Quién era Hult Sullivan?

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Hult Sullivan


El domingo llegó como cualquier otro domingo. Sin gracia. Lamentablemente mis cigarrillos se habían acabado, y no podía vivir sin uno en el bolsillo. Tendría que ir en auto en busca de alguna tienda cercana para comprar un par de cajas. Es estúpido que no vendan en la cafetería. ¿Por qué carajos no venden cigarrillos en la cafetería de una universidad?

Me puse mis tenis y de la mesa de noche, cogí las llaves del auto.

—¿A dónde vas? —indagó Callum, quien había estado todo el rato sumergido en su celular, con una sonrisa de oreja a oreja. Seguro hablaba con esa chica, Pamela.

—Saldré por cigarrillos —manifesté dirigiéndome a la puerta.

—¿Me traes una soda? —cuestionó. Asentí dándole la espalda —¡Ah! Y necesito otro favor tuyo.

Con impaciencia, solté un suspiro y lo miré de reojo—¿Cuál?

—¿Podrías hacerme otro poema? Le quiero dar otro a Pamela —me giré para mirarlo mejor.

—No puedo seguir haciendo jodidos poemas para tu noviecita, Callum —dije — Los poemas tienen que salir de ti, no de mi.

—Pero yo no sé cómo hacer uno —se alzó de hombros. Pasé una mano por mi ceño fruncido para disiparlo.

—Entonces regálale algo que salga de tu mente —con esta última respuesta salí de la habitación.

Hace unas semanas atrás, Callum me pidió que le ayudara hacer un pequeño poema a Pamela. No estaba en acuerdo con eso, pero le terminé ayudando. Pienso que, si vas a regalar algo, debe ser algo que salga de tu corazón. Así sea patético. Es un pequeño detalle a la persona, de que, aunque no seas creativo o ingenioso, te esfuerzas por demostrarle aprecio.

Iba bajando las escaleras cuando alguien tropezó conmigo, haciéndome dar un paso hacia atrás—Mierda —me quejé. Visualicé en frente de mi, a Nadine.

—Oh, justamente contigo quería encontrarme —ella sonrió mostrando sus dientes absolutamente blancos. ¿Ahora qué querría esta chica?

—En este preciso instante, no tengo tiempo —con impaciencia miré hacia el final de las escaleras. Quería ir por mis cigarrillos antes de que las tiendas cerraran. Apenas comenzaba la tarde, pero en esta jodida ciudad los lugares cierran temprano los domingos.

—No te quitaré tantos minutos —espetó, colocando una mano en su cintura. Podía ver su ombligo, desde esa camisa corta y ajustada que llevaba puesta.

—¿Qué quieres? —cuestioné, apoyando mi espalda de la pared.

—¿Por qué insinúas en que quiero algo? —encorvó sus labios. Era toda una actriz.

—Porque sé cómo eres, y tus intenciones —acusé.

Se llevó una mano hacia el pecho—Mis intensiones no son malas.

—¿Y qué es lo que quieres? —indagué algo irritado. Ella sonrió de una forma maliciosa. Subió un escalón más, quedando al mismo nivel.

—Estos días me puse a recordar, aquellos días de tú y yo.

Enseguida solté una risa sarcástica—No hay tú y yo, Nadine —hice énfasis a mi replica.

—¿No? Yo creía que sí —inocentemente ladeó su cabeza.

—Fuimos solo un par de noches de diversión —me alcé de hombros sin importancia. Traté de actuar lo menos duro posible con ella, quizá lo menos grosero.

Ángel 234(I&II)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora