Capítulo 2

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Dos horas. Eso fue lo que le hizo falta a mi nuevo jefe para poner patas arriba todo lo que yo había logrado construir. Había pedido al presidente manga ancha para poder contratar tanto empleado a su cargo como necesitase, así que la plantilla iba a aumentar. Dejaría de estar sola en esa parte del edificio y no solo porque en el gran despacho hubiese alguien más, sino porque iban a instalarse unos cuantos escritorios reduciendo todo mi trabajo a ser la secretaria y contestar sus llamadas. Si antes no había odiado lo suficiente a McCallister, ahora era superior a mis fuerzas. Había leído mi currículum y aunque se había quedo impresionado porque hubiese estudiado en una universidad mejor que la suya, ni tan siquiera se había parado a pensar lo que podía llegar a ofenderme con esa nueva organización.

Creó puestos entre el suyo y el mío y detesté más que nunca ser invisible a los ojos de cualquiera. No podía hacer mucho más. Necesitaba el dinero, así que las posibilidades de decir que no a ese trabajo eran imposibles. No tenía nada a lo que agarrarme ni mucho menos un colchón con el que vivir mientras pudiese tener un empleo mejor, así que me tocaba tragar. De todos modos, estaba convencida que no iba a tardar mucho en hacerse con una secretaria mucho más del gusto y la fantasía erótica de los hombres. Yo no cuadraba en eso, solo rezaba para que no me echasen por no cumplir con los cánones de belleza de mi nuevo jefe ni de nadie.

Así que, cuando llegó la hora del almuerzo, tenía un hambre canina. La ansiedad siempre me daba un apetito voraz y unos deseos de dulce que conseguían que me saltase cualquier dieta que hubiese intentado solo por el beneplácito de quererme un poco más a mí misma.

McCallister salió de su despacho hablando por teléfono. Un teléfono que probablemente era de empresa. Según pude ver de refilón se trataba de un maravilloso Iphone de última generación cuando a mí me habían dado e aquellos que no podían considerarse ni tan siquiera Smartphones. Me levanté de mi asiento y pensé hacia dónde podía ir. Me apetecía comer con tranquilidad, donde no me encontrase a ninguno de mis compañeros. No quería escuchar lo fantástico que a todos les parecía mi ahora jefe, yo sabía el infierno que se me avecinaba en realidad.

Un restaurante de comida rápida fue el lugar escogido. Estaba cerca y la pizza caía fácilmente a mi estómago con aquella mezcla de queso caliente, derretido y tomate con el toque justo de acidez. Tuve suerte. Una familiar estaba a un precio muy barato para mi bolsillo en aquel día y me apunté mentalmente la oferta. Posiblemente la necesitaría en el futuro.

El sonido de mi teléfono, aquel que me costaba mi dinero mantener, había llegado a mis oídos en mitad de la pizzería. Al ver la pantalla una sonrisa apareció en mi rostro en ese mismo instante. Era quien necesitaba, sin duda.

— He sentido esas vibraciones que sabes que te digo siempre cuando sé que algo te está pasando. Así que, Greta, ¡desembucha!

Así era mi hermanastra Cheryl. No éramos hijas del mismo padre y eso había logrado que fuésemos tan diferentes que costaba creer que una parte de nosotras podía tener los mismos genes, aunque solo fuese el diez por ciento.

— Nah... no es nada. Tengo nuevo jefe.

— Un momento... —escuché un ruido que no supe identificar y luego, pude escucharla mucho mejor, a ella sola, sin ningún ruido de fondo—, ¿cómo que tienes jefe nuevo? ¿No te han dado el puesto del idiota ese o es que el presidente ha decidido dimitir?

Reí al escuchar sus palabras porque la manera que tenía de expresarse era lo que necesitaba. Ella era la única que me entendía de verdad en todo aquel planeta.

— No, el presi sigue haciendo méritos para conseguir cientos de demandas por acoso laboral. Es mi antiguo jefe, no sé qué le habrá pasado, pero finalmente han traído a alguien para que haga su trabajo y colocarme a mí en la posición que me corresponde.

Agárrate que vienen curvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora