Capítulo 16

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Gabriel asomó la cabeza por la puerta de aquella manera que me resultaba graciosa. Casi parecía una cabeza flotante que tenía que sostenerse del marco para estar a una altura más alta que el suelo. Mordí mi labio inferior observando cómo ponía algunas caras y tuve que contener la inevitable risa para escucharle.

— Me marcho, jefa. ¿Quedamos mañana para comer? Aún tienes que contarme tu triste historia —me guiñó un ojo.

Escuché un sonido aunque no supe a qué se debía exactamente. Podía habérmelo imaginado sin problema, por lo que negando rápidamente como si saliese de una ensoñación, regresé a la realidad.

— Claro. Te debo mi triste historia.

Nos despedimos con la mano y comencé a recoger mis cosas. Intenté destensar el cuello. Moví mi cabeza hacia un lado y hacia el otro agradeciendo y maldiciendo en partes iguales el trabajo que se hacía con el ordenador de sobremesa. La postura era matadora para mis cervicales, aunque probablemente sería fallo mío porque eso de colocarme con la espalda recta...

Pasé mis manos por mi nuca y cuando el ordenador terminó de apagarse, unos ruidos se hicieron un poco más altos. Fruncí el ceño pensando que me lo estaba imaginando, aunque bien podía ser mi jefe regañando a alguien a través del teléfono.

Una vez fuera pude distinguir mejor qué eran los sonidos. Parecían... ¿jadeos? ¿Alguien estaba sufriendo de alguna manera? No, era imposible. Pensé que podía despedirme de Arthur aquel día. Se había comportado de una manera muy agradable conmigo, así que no tenía razones para salir huyendo.

Comprobé que la puerta no estaba cerrada del todo. Por la rendija, distinguí el ojo con esa mirada intensa de McCallister. Observaba hacia el exterior. Tenía los ojos puestos en mí. Sus manos estaban alejadas de todo lo que me permitía ver aquel pequeño segmento. Debía acercarme si quería ver más.

Había algo en su mirada, no sabía decir exactamente qué, que me indicaba que no pronunciase palabra alguna. Emitía sonidos, ahogados por tener los labios apretados. En un ritmo constante había un sonido sordo, como un golpe, que parecería reverberar en todo su ser.

Mi corazón empezó a latir desbocado. Era la visión más rara que había tenido en mi vida de cualquier persona. No sabía si quería ver en realidad lo que estaba pasando al otro lado, pero mis pies no parecían tener la opción de alejarse, solo acercarse o permanecer quieta, como una estatua.

Sus pupilas estaban dilatadas. Los labios entreabiertos mostraban solo la parte inferior de sus dientes superiores y algunas gotas de sudor corrían por su frente demostrando el esfuerzo físico que estaba ejerciendo. Parecía haber sufrimiento, uno que llegaba hasta la parte más íntima de mi ser pidiéndome que fuese hacia él para arrancarlo cuanto antes. Sin embargo, pocas posibilidades había allí, al otro lado de esa puerta. Su secretaria no estaba, los jadeos no eran de una persona, sino de dos. Estaba viendo parte de una escena sexual de mi jefe con la mujer que había logrado su objetivo al entrar en aquella empresa y, a pesar de todo, era algo más íntimo. Había más conexión entre nosotros que la que había entre ellos dos pese a que la suya era física.

Llegó al orgasmo. Su expresión de disfrute, su cabeza echada para atrás y el movimiento de sus labios me hizo saber que había pronunciado mi nombre. Y solo por eso, porque su mirada me había soltado, había sido por lo único que había podido escapar de allí sintiéndome sucia, excitada y molesta conmigo misma.

— Repite, por favor —Cheryl se había quedado parada en el aire, igual que la estatua que yo había sido, pero con una copa entre las manos.

— Sí, lo que oyes. Se estaba tirando a su secretaria y...

— Te estaba mirando a ti.

— Sí.

— Y entendiste tu nombre cuando se corrió.

— Sí.

— ¡Te juro que no entiendo nada!

— Ya somos dos —tumbándome en el sofá de la casa que Tre y ella compartían.

Aquel sofá y yo éramos viejos amigos. Alguna noche me había quedado a dormir allí. Cuando Cheryl estaba demasiado preocupada por mi estado de ánimo, no solía dejarme salir de su casa, como tampoco se marchaba de la mía de ser así. No era algo unilateral. Yo también pasaba tantas horas como me era posible a su lado cuando las cosas no iban del todo bien.

— ¿Y qué piensas hacer? —preguntó sentándose a la altura de mis piernas.

— ¿Que qué pienso hacer? ¡Pues no tengo ni idea! —resoplé igual que cuando era pequeña y comenzaba a realizar uno de mis berrinches. Siempre que las cosas me superaban tenía esa reacción, aunque ya no terminaba en las mismas pataletas de antes.

— Deberías mandarle a paseo —propuso Tre que llevaba todo ese tiempo escuchándonos.

— Lo había pensado, pero es mi jefe y puede despedirme.

— No, no me refiero a...

— Tre... —empezó a reñirle de forma cariñosa Cheryl.

— No me mires así, amor. Tiene que mandar a paseo a ese tarado. Habrá hecho todo lo que habrá hecho por ella, pero si una chica te gusta no vas por la vida tirándote a otras solo para decir su nombre es... raro —se llevó a la boca un puñado de palomitas recién hechas antes de invitarme a coger unas acercándome el bol.

— En eso sí que reconozco que tienes razón —Cheryl retiró el bol de mi alcance antes de que pudiese incorporarme—. Si Tre me hubiese hecho algo semejante, le hubiese mandado lejos de un puntapié.

— Ya me duele el trasero sólo con imaginarlo —hizo una mueca de dolor como si lo estuviese sintiendo.

Ambos rieron por su pequeña broma y me quedé pensativa.

— Creo que sí. Será mejor que me aleje de él. Tiene pinta de no ser una persona estable o una especie de degenerado sexual. Y tampoco es como que este cuerpo serrano tenga aguante para danzas del infierno.

— Eso no es cierto. A ver, raro es. No puedo decirte lo contrario. Pero ¿quién sabe si no tiene las narices de decirte la verdad a la cara y por eso va a otras más... accesibles? —se terminó hundiendo en el sofá con una mueca de disgusto en el rostro—. Vale, sí, suena igual de horrible. Pero, centrémonos en la parte positiva.

— ¿Cuál? —me incorporé para mirarla como si de pronto hubiese perdido la cabeza.

— Gabriel.

Una sonrisa apareció en mis labios al escuchar su nombre. Era diferente a mi jefe en más de mil maneras. No se acercaba y luego daba pasos para atrás, aunque tampoco podía estar segura. A saber si yo le gustaba y estaba haciendo algo parecido... Un momento, ¿cuándo se había convertido en posibilidad factible que yo gustase a alguien?

— Quita, quita, quita... Uno, es mi subordinado. Dos, ni harto de vino se sentiría atraído por mí. Tres, solo hemos comido una vez y...

— Vais a repetir. Yo lo veo una buena señal —añadió Tre.

— Lo mismo digo. Además, ¿quién ha dicho que no se sentiría atraído por ti? Vale, puede que sea echar las campanas al vuelo, pero nena, tienes a dos buenorros nivel dioses griegos a tu alrededor y es más que evidente que están saltando chispas —Dando un mordisco en el aire terminó dejando escapar un pequeño rugido.

Reí a carcajada batiente creyendo que todo aquello no podía ser nada más que malos entendidos; pero, pese a todo, había nacido algo en mi interior, un deseo diferente, un subidón distinto al del vino que iba de la mano con un miedo irrefrenable. Me daba pánico que un hombre se acercase a mí de nuevo. Ya me habían usado lo suficiente.

Agárrate que vienen curvasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora